Ayer supe la noticia. Ayer supe que, durante el juicio, ya sabéis de qué juicio estoy hablando, en una conversación de pasillo, informal pero inducida, en el Tribunal Supremo de España, Su Majestad Imperial y Excelentísima, la Sublime Puerta del Sumo Agrado, el Papirio Justo de Toda Justicia, el Júpiter de la Potestad Tribunicia, vaya, también sabéis de quien hablo, del individuo conocido como el padre de la nena, el juez de primera instancia contra independentistas, Manuel Marchena Gómez, hijo de militar colonial, también conocido por otros alias, por diversas identidades de múltiples caras, Marchena el Supremo, quiso comunicarse con Jordi Cuixart. Fíjense si es el juez natural e imparcial de este preso político, de este rehén, que Marchena, el padre de la nena, no es capaz ni de pronunciar el apellido Cuixart, fíjense si es colonial y represiva y perversa la cosa. Bueno, el caso es que este juez del juzgado que come hígado de un ahorcado, va y le dice a Cuixart que no se ría. Asimismo. Que no se ría. Que durante las sesiones del juicio, que se abstenga de risa o de sonrisa. Que le parece, que juzga que, en un lugar tan importante y solemne como el Tribunal Supremo, no se hay que reírse.

La sanidad mental, espontánea, sencilla, honrada, de Jordi Cuixart se hace visible en la boca besucona que tiene, en su sonrisa, ancha, limpia, blanca como una sábana blanca. Y, ciertamente, es una gran sonrisa que suscita envidia. Que contrastaba y contrasta con todas aquellas otras personalidades, difíciles, grandilocuentes, retorcidas, enfermizas, esotéricas, falsas, negras como las togas negras, torturadas y torturadoras, cívico-militares, todo aquella pasarela de la moda Inquisición, toda la exhibición del prêt-à-porter del despotismo Carlos II el Hechizado, de todas aquellas psicologías tramposas que vimos pasar por la gran sala de la injusticia. Ahora no diré nombres, pero todos tenemos unos cuantos en la cabeza. No diré nombres, pero diré que Melero, mientras el servil y super comercial Javier Melero, el cívico Melero, Melero la babosa, felicitaba al tribunal, Marchena prohibía a Cuixart que sonriera. Y es que molestamos, sobramos, ofendemos, les irritamos sólo por el hecho de existir, de ser como somos. Antes de hacer nada, antes ni de abrir la boca. No se puede ni abrir la boca para sonreír. Y cuando hablas, atención, alerta lo que dices porque te pueden destrozar la vida.

Jordi Cuixart tiene una mirada clara y una sonrisa burlona. Los catalanes somos un país que se ríe de todo y de todos, incluso cuando no se da cuenta, cuando se cree que sólo respira lo pone todo en cuestión. De Salses a Guardamar y de Fraga a l’Alguer, lo tengo comprobado, porque cuando viajo si no me río no me encuentro bien. Y cuando no viajo me pasa lo mismo. Pedirle a un catalán, que es un individuo melancólico, desconfiado y pesimista, siempre apaleado, siempre retenido, siempre secuestrado, pedirle a un individuo siempre condenado a ignorarse a sí mismo, a no saber nada de su identidad, de su cultura y su lengua, y enseñado desde pequeño a espavilarse, a mirar hacia fuera, a no mirar nunca hacia adentro, a nuestro interior, a no tocarse nunca los pechos no fuese que encontrara un bulto, un cáncer, a este pequeño ser humano catalán no le puedes decir que no se ría. Ride si sapis recomienda el refrán latino, ríe si sabes. Y recuerda, el poderoso diablo sólo retrocede ante la risa, cuando se da cuenta que lo ves sólo como a un pobre desgraciado y le has perdido el miedo que le tenías. Uuuuh, como nos reímos y nos reiremos estos días, ahora que el miedo ha cambiado de bando. Uuuuh.

(Añadido final)

De todos modos, debemos ser justos. O al menos intentarlo. Debemos proyectar hacia los jueces la misma ecuanimidad y justicia que les reclamamos cuando somos personas juzgadas. No se puede acusar a nadie sin pruebas y, menos aún, dictar sentencia. También pudiera ser que todo consistiera en una intoxicación política contra el juez Marchena, o también podría tratarse de un colosal malentendido. La presunción de inocencia que se pide para los CDR debemos proyectarla también sobre los togados. Quizás no haya existido jamás esa prohibición de la risa, y tal vez sería bueno que desconfiáramos de nuestros adversarios políticos, de acuerdo, pero que también desconfiáramos de nuestros propios prejuicios.