¿Es bueno que nuestros políticos hayan estado en la cárcel? Viéndolos ahora, como les ha humanizado y endulzado el carácter adusto, como los ha vuelto más humildes —a algunos— y, viendo que ahora ya saben en qué consiste la privación de libertad, me parece que no hay duda, sí les ha ido bien. Antes de estar entre barrotes, nuestros políticos imaginaban, suponían, deducían cómo debía ser la experiencia de estar encarcelados. Del mismo modo que los humanos de sexo masculino imaginamos o suponemos lo que es la experiencia de ser madre, pero que no disponemos del conocimiento exacto de la maternidad de las madres biológicas, así eran nuestros políticos. Ahora cuando hablen de las cárceles, cuando hablen de las leyes de los códigos, de las penas de privación de libertad, cuando hablen de encarcelar a ciudadanos, ahora cuando digan que los Mossos de l’Esquadra cargarán contra una multitud que se manifiesta y que encarcelaran a unos cuantos, ahora cuando ellos se comparen con Nelson Mandela, ahora ya podrán hablar por experiencia personal. A mí, me quisieron encarcelar. Y, de hecho, pedagógicamente, yo encarcelaría de manera cautelar, y por turnos, a todos los jueces y a los policías, porque eso también los humanizaría bastante y, entonces, tal vez tendrían un poco más de respeto por el ciudadano que se siente indefenso, algunas veces, frente a la torre de marfil de los juzgados y de las cárceles. Quizás entonces se acordarían mucho mejor de que el pueblo es quien manda y quien lo paga todo. Incluso yo echironaría a los abogados. No es lo mismo que te imagines las cosas a vivirlas de primera mano, o de primer muñón. Y es que no es lo mismo que pidas treinta años de prisión firme contra los líderes independentistas como hacía Javier Ortega Smith que irte una temporada larga a la cárcel y probar tu propia medicina. Cuando los que mandan prueban biográficamente la ley del embudo por el otro lado, de golpe, se tornan más razonables y humanitarios, mucho mejores personas. Esta nueva ley española de seguridad nacional, que permitirá intervenir empresas, capitales, suspender actividades por orden gubernativa y movilizar a personas por la fuerza, yo primero haría una prueba piloto, para ver cómo funciona. Por ejemplo, obligaría a realizar prestaciones personales al ministro Iceta, que ahora vive en Madrid como el Caballero de la mano en el pecho. De manera imperativa porque tenemos una crisis. O obligaría a Pedro Farsánchez a escribir su propia tesis doctoral arguyendo una situación límite de emergencia académica y de grave desprestigio de la clase política. Utilizando un lenguaje alarmista y con una actitud fúnebre, intervendría temporalmente el PSOE y el PP, bloquearía sus cuentas y sus redes clientelares. Y, tal y como estipula la nueva ley de seguridad nacional, obligaría a los medios de comunicación a “colaborar con las autoridades en la difusión de informaciones de carácter preventivo u operativo”. Es decir, a mentir y a manipular a la opinión pública.
Y es que los políticos, al ser hombres igual que los demás, hablan de cosas que, a veces, no acaban de conocer bien del todo o que ignoran de pies a cabeza. En una comida, el simpatiquísimo Xavier Trias i Vidal de Llobatera se quejaba un día amargamente por la campaña de mentiras que había tenido que soportar para expulsarlo de la alcaldía de Barcelona. Que aunque se consideraba amigo personal de Mariano Rajoy, los del PP no dejaron de difamarlo ni de hacer todo lo posible para hundir su carrera política. Tan bien educado que parecía Rajoy, tú. Le hicieron aquella marranada a él, a un Trias i Vidal de Llobatera. Se habían atrevido porque hemos llegado a un punto en el que ya no respetan nada. Con un Galves siempre se han atrevido y se atreverán, pero ahora ya se encaran con todo lo que se mueve. Quizá por eso Artur Mas o Andreu Mas-Colell o Quico Homs pensaban que la represión afectaría sólo a los desgraciados como Valtònyc o yo. Y gracias al Tribunal de Cuentas, ahora se ve que pueden embargarles, porque en este tema en Madrid han determinado que todos somos iguales, y que nos tienen que masacrar sin distinciones de clase. ¿Esto es bueno? A mí me parece que sí. Quizás ahora algunos se darán cuenta de que estamos todos en el mismo barco y que entre nosotros debemos mantener la sagrada unidad catalanista. Que no hay forma de pactar o de dialogar con el enemigo porque lo que quieren es borrarnos del mapa, a todos. Incluso existe la posibilidad de que Artur Mas vea, él solito, que lleva tiempo equivocándose de estrategia. Porque haga lo que haga, España va a perseguirle. Incluso, después de la independencia de Catalunya.