Supongo que no se habrán creído todo ese cuento de que la gente entra en política, dde que hay quien se convierte en político, por una irrefrenable vocación de servicio a la comunidad, al país, a la democracia. Imagino que ya saben quienes son en realidad los Magos de Oriente y que ya se han dado cuenta de que los políticos, en general, son unas personas perfectamente escindidas desde el punto de vista mental, con una gran capacidad de divorciar lo que hace la mano derecha de lo que hace la mano izquierda. De modo que la condición de político puede llegar a heredarse de padres a hijos, de abuelos a nietos, independientemente de los regímenes y de los partidos. El abuelo, por poner un ejemplo, fue, vamos a suponer, alcalde franquista del pueblo, el hijo, supongamos que se dedicó a hacer de promotor inmobiliario y de concejal socialista, el nieto ahora ya es diputado independentista o postcomunista. El nieto también tiene, a su vez, un primo que ya despunta, que oscila entre Ciudadanos y el Partido Popular, y la familia lo tiene reservado por si todo da un vuelco. No me extraña que la gente que hace más horas que un reloj, la que se gana honradamente la vida, no los pueda ni ver, que esté harta de los políticos. Ellos dicen “honestamente” en lugar de “honradamente”, son fáciles de identificar, porque hablan con otras palabras que subrayan su condición de charlatanes descansados; dicen “implementar”, “poner en valor”, “apoyaré” y otros disparates semejantes. Hablan como políticos. Poco a poco se van separando de sus conciudadanos, cada vez se les ve más el plumero. Solo se acuerdan del pueblo cuando hay que ir a votar y poco más. Por eso cada vez hay menos gente que vote, por eso crece la ultraderecha y crecen los partidarios de las dictaduras y los fanáticos de las autocracias. No, no ha sido el independentismo el que ha despertado a la ultraderecha sino la holgazanería, la indolencia, la sinvergüenza de los políticos profesionales que tan pronto dicen algo como lo contrario mientras ellos sigan viviendo bien. Mientras continúe la corrupción. Si no fuera por el independentismo político, si no fuera por este revulsivo popular, cada vez habría menos gente que iría a votar, como ocurre en la mayoría de países desarrollados y corruptos. Quien se está cargando la democracia son los políticos y los partidos políticos que, de hecho, no están dispuestos a realizar ningún cambio sustancial, porque la vida ya les va estupendamente bien, porque siempre terminan apoyando al sistema de injusticia en el que vivimos, porque dicen “los catalanes y las catalanas” en lugar de “los catalanes” y, solo con eso, ya nos quieren hacer creer que hacen algo por la igualdad entre hombres y mujeres. Todo en este plan.

Los partidos políticos se defienden, como gato panza arriba, contra el deseo de la mayoría del pueblo que ve en la independencia una manera democrática y ordenada de limpiar a fondo. De desembarazarse de los vividores de la política, de los que, como Alfonso Guerra, quedáronse incrustados en el escaño. Como una manera de regenerar la democracia, de mejorar la sociedad, de acabar con la corrupción. Ya que la revolución comunista fue la peor de las pesadillas, probemos ahora con una nueva revolución pequeñoburguesa. Al fin y a la postre, nuestra democracia es pequeñoburguesa y no de la Pericles. Vean cómo desde el Partido Popular a Esquerra Republicana de Catalunya, de Ciudadanos a Podemos y compañía, todos están de acuerdo en una sola cosa. En su no a Carles Puigdemont, no al intruso, no a quien quiere acabar con la corrupción sistemática del sistema. ¿Qué son hoy en día los partidos políticos sino una simple gestoría de intereses? Acusan a Carles Puigdemont, a mi adorado Carles el Grande —¿qué pasa? ¿No puedo estar enamorado de una esperanza?— de populista, de mesiánico. Precisamente lo acusan los mismos individuos que hace cuatro días me pedían el voto para Jordi Pujol o para Josep Lluís Carod-Rovira. ¿Pujol y Carod no eran populistas? ¿Y Felipe González? ¿Ada Colau no es populista? No lo es más porque no puede.

Los viejos partidos cada día quedarán aún más desgarrados porque el pueblo está hasta la coronilla y piensa que lo que se debe mantener es la democracia y no este sistema de partidos infames. Los viejos partidos catalanes no se dan cuenta de que en toda Europa Occidental los partidos políticos, sin democracia interna, sin transparencia, han dejado de ser herramientas útiles para los ciudadanos. Los únicos que han entendido esto que digo, antes que nadie, es el conglomerado de formaciones políticas que se reúnen bajo la denominación de la CUP, precisamente los únicos que apoyan a Carles Puigdemont, porque han visto perfectamente cuál es la jugada. Los de la CUP, sabiamente, no repiten nunca candidato, evitan tanto como pueden la profesionalización de sus líderes en la política. Les da igual sacar tantos o cuantos diputados, lo que quieren es la independencia nacional y, a través de esta independencia, mejorar las condiciones socioeconómicas de todos los catalanes. Mientras continúe la lucha fratricida, la lucha de intereses, entre partidos políticos independentistas continuará creciendo la Crida Nacional per la República que ha convocado el Muy Honorable Presidente Carles Puigdemont. Porque el pueblo desea unidad de acción política independentista. Porque la única posibilidad de éxito que tiene el independentismo es reunirse temporalmente para conseguir una mejor democracia a través de la independencia. Después ya se verá lo que se hace; y ya veremos si Puigdemont es un buen gobernante o solo será el presidente que nos llevará a la libertad nacional y luego le daremos las gracias y lo enviaremos a casita. Y no vengáis ahora con la murga ideológica, con la política teórica, porque en una democracia no votamos ideas, ni partidos, votamos personas. El factor humano, como nos enseñó Graham Greene, escritor y espía, es la base de toda acción política. Es precisamente esto lo que muchos no quieren entender. ¿Cómo es posible que tal o cual partido, que tal o cual político, sea auténticamente independentista y no quiera apoyar a Puigdemont, que no quiera ayudarlo a conseguir la soberanía nacional? Es muy sencillo de entender. Porque quieren ser ellos quienes gestionen el independentismo y no la independencia, la que vaya usted a saber si se acabará consiguiendo o no. No quieren a Puigdemont porque quieren ser ellos los que, como siempre, terminen dirigiendo el cotarro. Pues lo lleváis claro.