Ahora que la Generalitat ha decidido preocuparse por las “necesidades básicas” de los ex presidentes de Catalunya puede que también sea el momento de hablar de las necesidades básicas de los políticos en el Parlament de la Ciutadella y en las Cortes españolas. Si exceptuamos a unos pocos, a muy pocos, la inmensa mayoría de los diputados y altos cargos, concretamente, exactamente, específicamente, no tienen de qué vivir fuera de la política o de las ricas empresas u organizaciones que, todo el mundo sabe por qué, todo el mundo lo tiene muy claro, todo el mundo ya lo ha visto, van recogiendo políticos y más políticos cuando se quedan en mitad de la calle. No lo hacen por beneficencia ni las remuneraciones que les conceden son modestas ni de pura necesidad. La verdad es que no dan mucha pena Felipe González y José María Aznar sentados en varios consejos de administración, ni tampoco ver a Joan Coscubiela, cruz de San Jorge por “su defensa de los derechos económicos y sociales de los trabajadores”, ex miembro del consejo asesor de Endesa, ahora desempeñando las funciones de director de una imprescindible Escuela Superior de Cuadros de CC.OO. O a Joan Herrera, el antiguo dirigente de Iniciativa per Catalunya, hoy director del no menos imprescindible Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía, organismo del Gobierno de España. O a David Madí que ha pasado por Telefónica, Endesa, Deloitte, Applus, ahora presidente de Aigües de Catalunya. O a Santi Vila, director general de Aigües de Banyoles. Cuando, cada dos por tres, Artur Mas profería metáforas marineras no podíamos ni imaginar que el antiguo presidente estuviera rodeado de un personal que fuera tan experto en aguas y líquidos, más allá del agua del Carmen y del aqua tofana. Expertos en nadar y guardar la ropa. Lástima que una gente que, en teoría, es tan capaz de hacer tantas cosas, de ser profesionalmente tan competente y eficaz, cuando llegó la hora de independizar a Catalunya no se hayan demostrado tan buenos como parecían. Lástima que se ganen la vida tan bien mientras la nación se encuentra entre la vida y la muerte. Al principio del proceso independentista había muchas personas inquietas por lo que pasaría si nos independizábamos. Ahora la inquietud ha cambiado de bando. Lo que da pánico es pensar qué pasará si nos quedamos, si no nos independizamos ahora mismo. La España de la represión y de la ultraderecha no es para nosotros.

Lo que hemos visto bastante claramente durante estos últimos meses es que para enfrentarse a España se necesita algo más que palabras. Se necesitan dirigentes que no estén hipotecados, que no sean económicamente tan vulnerables a la más que previsible represión económica de España, personas honorables que o bien tienen suficiente dinero o que no tienen nada de nada. La independencia no puede ser dirigida por personas que están privadas de libertad, por personas que están en prisión, desprovistas de capacidad de acción, de palabra. No podemos confiar en personas que están más preocupadas por sí mismas que por el país. Los políticos no nos pueden pedir el voto cuando no son dueños ni de sus vidas ni de sus acciones. Un político que presumía de ser muy sagaz, como Jordi Pujol, ¿se creía, de verdad, aquel sietemachos, que podría mantener en secreto la corrupta trayectoria de su familia, sin que el destruyeran políticamente los poderes del Estado español? ¿qué se creían algunas personas que es España? En este sentido alguien como David Fernández, el ex diputado de la CUP, o Aurora Madaula, o Ruben Wagensberg son más fiables, con una capacidad de resistencia mayor ante el Estado que Artur Mas o Pere Aragonés o Damià Calvet. En una revuelta los únicos políticos que aguantan son los que no tienen mucho que perder o los que ya no pueden perder nada más como Carles el Grande o Quim Torra. Si no nos los matan ya los han convertido en indestructibles.