Uno de los fenómenos más aberrantes de la raza humana son los políticos que se creen sus propias mentiras contra toda evidencia. Cuando un representante del club más privilegiado de nuestra sociedad se atreve, como ocurrió ayer, a convertir un simple discurso de despedida en un ejercicio de desmemoria, de cinismo y falta de ética, de vanagloria y de oportunismo, de clasismo y de paternalismo, la fe en la bondad del ser humano se tambalea gravemente, incluso desaparece del todo. ¿Cómo es posible que durante décadas un ser tan abyecto, tan arrogante, tan miserable y tenebroso, y sobre todo, tan mentiroso, haya podido ocupar cargos de tanta relevancia en la estructura del Estado español hasta llegar a la presidencia del Gobierno ? Quizás ha sido precisamente por eso mismo. ¿Y cómo es posible que una persona tan indiferente a los demás, sin ningún sentido de la autocrítica ni de la moral se apodere ilegítimamente del lenguaje para dar, pretendidamente, una lección de buena moral y de mejor gobierno? Hemos estado en manos de un individuo devastado por la fantasía más irresponsable, con graves trastornos de la personalidad, en manos de un auténtico monstruo del egoísmo, del autoritarismo y de la caradura. De un ser que se siente orgulloso y feliz de la represión y persecución políticas, de la indiferencia respecto a la realidad. Hemos estado en manos de un político mucho más enemigo de Catalunya, mucho más radical y vengativo que José María Aznar pero que siempre se ha querido presentar a sí mismo como una personalidad impenetrable y moderada. Lo que se tuvo que oír ayer durante el Congreso del Partido Popular es tan alarmante como un delirio criminal. El delirio de uno de aquellos individuos que cuando son detenidos por la policía dejan estupefacto a todo el vecindario.

Ayer ni una sola palabra sobre la colosal corrupción que interrumpió abruptamente la presidencia de esta persona a la que no doy nombre. Tampoco sobre los muertos que ha dejado atrás el rastro del dinero. "Sé fuerte" le dijo a un tesorero a quien luego dejó de llamarle “Luis”. Ninguna mención ni reconocimiento de nada que no sea él mismo. Acusaciones a continuación de ilegitimidad contra el Gobierno de Pedro Sánchez. Ni una sola idea propia, tan sólo la repetición enfermiza de tópicos y de frases vacías y cursis con las que el ex presidente del Gobierno de España se emocionaba ayer a sí mismo, se admiraba infinitamente a sí mismo, se imaginaba ser quien no es, se ponía tierno con él mismo, se amaba, en definitiva, a él mismo como en un fastuoso ejercicio de exhibición pública de masturbación. También se daba una pena infinita a sí mismo por haber tenido que dejar la presidencia del Gobierno gracias a una moción de censura por culpa de la corrupción y el fracaso de su política de persecución y castigo contra el independentismo catalán. Como un martilleo las palabras son siempre las mismas mientras levanta el dedo, son palabras con las que se inventa una personalidad alternativa y más presentable en sociedad. Dice y repite el tópico de "las tierras y las gentes de España", menciona solemnemente "El honor de ser del PP. Y a mucha honra ". "Honra", "certitumbre", "nobleza", "amor por España", "España, nuestra razón de ser", "batalla por la libertad". También aporta delirios humanistas: "Yo he levado la luz y el teléfono a las aldeas más remotas de Galicia." También delirios cognitivos: "Yo sé lo que es España". O simples delirios que pretenden negar la realidad: "La reciente historia de España es una historia de éxito gracias a la gran calidad de la democracia española".

Con todo, hay que destacar una rotunda verdad que resume su auténtica herencia política. Cuando ayer exigió la protección de los "catalanas que no pasan por el aro de la independencia". La de los catalanes españoles que son los únicos que le interesan. Los demás no existimos. Somos personas a las que no hay que hacer ningún tipo de referencia.