Así como la escandalosa vida sexual de los primeros emperadores romanos interesa bastante más que, por ejemplo, su civilizada obra de gobierno, así nuestros dirigentes pasarán a la historia, seguramente, como una banda de ladrones. Sí, como ladrones, porque, según san Agustín, en eso se transforman los gobiernos en los que no hay justicia que valga. Cada época exhibe sus obsesiones y sus manías, y cualquiera diría que, hoy, los que nos mandan sólo piensan en el parné. Entendido como una irresistible droga. Parece que vivan espeluznados por el pánico a pasar mucha necesidad, o a morir de hambre bajo un puente. Este delirio dura, como mínimo, desde 1978, pero lo estamos viendo, entendiendo, justo ahora. Ahora que nos han explicado que los reyes son los padres, ahora que comprobamos de nuevo que no hay títere con cabeza. Es como una peste, como una pandemia gorda e incontrolada. Una codicia ilimitada, mitológica, que se ha apoderado de muchas mentes políticas de Catalunya y España. Una ansiedad económica que, en comparación, deja los casos de corrupción de la República y del franquismo en muy poco. Con el pretexto de haber llevado la democracia en nuestra sociedad algunos de nuestros hombres y mujeres públicos se han creído con derecho a todo. Se han creído intocables. Y, de hecho, lo han sido durante los años de vacas gordas, unos años que habrá que hacer un esfuerzo para recordar bien. Ahora la crisis del coronavirus ha acabado con muchas cosas que se daban por supuestas. Ha acentuado las desigualdades sociales y, de rebote, ha estimulado hasta el paroxismo la avaricia de los poderosos, de los mejor situados, los conocidos y mediáticos. Desde el rey padre Juan Carlos hasta Xavier Domènech y Quim Arrufat, pasando por los tranviarios Felip Puig y Pere Macias, cuanto más tiempo va pasando más evidente es que vivimos en un sálvese quien pueda. Toma el dinero y corre, no mires atrás o te convertirás en una estatua de sal. Se acabó la comedia, basta de música celestial, basta de patriotismo rancio, y basta de dignidad. El parné es lo único que importa y para acumular parné todo vale.

¿Dónde están los hombres y mujeres libres que hacen política, con una sólida independencia económica, con una capacidad ilimitada de maniobra? ¿Dónde están los espíritus insobornables de la política que no están maniatados? De sobornables, en cambio, sí conocemos a unos cuantos, tal vez ya los conozcamos a todos. Casi no hay políticos ni personalidades públicas que vivan al margen del dinero de los partidos políticos, o del dinero del Estado o de los dos comederos al mismo tiempo, el del partido y el del Estado. Con esta crisis económica se ve todo más claro. Muchos buscan una seguridad, un cobijo, una pequeña limosna, por el amor de Dios. Porque salvando todas las distancias y las proporciones, la crisis del virus coronado no ha servido para fomentar la humildad ni la austeridad colectivas, ni para favorecer la solidaridad humana, ni la hermandad, ni la generosidad, ni para estimular el hombre nuevo que anuncia la buena nueva del comunismo y de la izquierda en general. Ni el consumo responsable. Ni la ecología. Ni el viejo cristianismo. Muchas gracias. Cuántas cosas nos han enseñado y nos están enseñando sobre el alma humana Juan Carlos de Borbón, Felipe González, José María Aznar, Jordi Pujol, M. Rajoy, Narcís Serra, Rita Barberá, Fèlix Millet, Iñaki Urdangarin, Rodrigo Rato, Cristina Cifuentes, Jaume Matas, José Montilla, Carlos Fabra, Manuel Chaves, Magdalena Álvarez, Joaquim Nadal... La lista de agradecimientos es larguísima.