Ayer, como una camelia encendida de amarillo en mitad de una calle de camelias, la presencia de Carles el Deseado, de Carles el Atrevido, la presencia en ausencia del presidente legítimo fue más notable que nunca en las dependencias, los pasillos, los conciliábulos del Parlamento del Palau de la Ciutadella. Puigdemont era la palabra más mencionada, el eco más audible, la música más repetida. Y no sólo porque se apareció en el hemiciclo de improvisto gracias al móvil de Jordi Turull, eficaz ángel emisario, sino porque sin estar ahí era como más y mejor estuvo nunca, al igual que el silencio puede convertirse en el sonido más rotundo. Estuvo más ahí que Inés Arrimadas, vestida tan blanca como una página en blanco en medio de la nada. Estuvo más ahí que Miquel Iceta, disminuido a una posición subalterna, reducido a la mínima expresión tras perder sus capacidades olfativas. Estuvo más ahí que Xavier García Albiol, deambulando como un boxeador sonado que aún no ha oído la campana. El presidente que encarna la Cataluña que no se arrodilla no estaba pero, como digo, estuvo con autoridad y potestad, estuvo precisamente porque está perseguido. Los otros nombres de amarillo encendido que se oyeron son conocidos por todos, los del vicepresidente Oriol Junqueras, los de los consejeros Joaquim Forn, Clara Ponsatí, Lluís Puig, Meritxell Serret, Antoni Comín, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart. En la mayoría de los pechos de los representantes democráticos del pueblo catalán los lazos, en muchas de las rejas exteriores del muro del Parlamento los lazos también. De un encendido amarillo.

Una periodista ve entrar en uno de grandes salones a Ernest Maragall, el antiguo capitán del PSC olímpico y españista transformado ahora en una especie de recuerdo de Heribert Barrera pero mucho más áspero y espontáneo, siempre desarreglado como un enorme cama deshecha. La periodista le pregunta que cómo se encuentra. Y Maragall i Mira responde mientras se dirige hacia el hemiciclo: “Yo? Bien y usted?” A continuación se puede identificar la silueta imponente, la camisa negra del periodista García Ferreras, acompañado en todo momento de Xavier Sardà, barbado de blanco y haciendo cara de pensar muchas cosas y muy altas. “Pero si nunca se había interesado por la política este hombre, ¿qué hace aquí?” Pregunta un periodista a un su amigo. “Tiene que salir en la televisión como sea, no puede estar sin ella”, asegura el interlocutor en voz baja. En el hemiciclo se reúnen a continuación los señores y señoras diputados y diputadas, se cuentan, se recuentan y votan varias veces anunciando, cada vez, sus nombres. Como en un primer día de escuela los representantes políticos aprenden o recuerdan los nombres de sus nuevos compañeros, nombres a veces de una sencillez sorprendente y ligada a la tradición catalana, como el nombre de Josep Costa. En el otro extremo conocemos la existencia del señor de l’Hotellerie de Fallois, diputado de Ciudadanos y hay quien se pregunta que, calla, que no sea descendiente del famoso militar español José de l’Hotellerie de Fallois y Fernández de Heredia , barón de Warsage, lo que se llama un ejemplar único de la prosopopeya españolista. Junto al suculento patronímico de Fernándo de Páramo, de Ciudadanos, que contrastó con el segundo apellido de Jordi Sánchez que no es otro que Picanyol. Tras una votación fallida se escoge al President Torrent y a la mesa del Parlamento con toda la rima interna que ustedes habrán comprobado. El político que ha despertado más expectación, la nueva segunda autoridad de Cataluña pronuncia un discurso flácido, sin pulso, maquinalmente, con un contenido sorprendentemente vacuo y gaseoso. Afirma que trabajará “humildemente, incansablemente” por nuestro país. Si se me permite, yo preferiría políticos que trabajen lo que tengan que trabajar pero que no se agoten mucho. Deben dormir y reponerse las horas preceptivas del doctor Estivill porque lo que se anuncia no será fácil. “Incansablemente” no lo ha dicho nunca nadie que sea realmente humilde. No lo debes decir tú mismo, te lo tienen que decir los demás. Ah, se me olvidaba, también estaban los de la CUP y Xavier Domènech, encantados de haberse conocido.