El indiscutible coloso del pensamiento político catalanesco es mi amigo Joan Tardà. Cogita él solito que si vamos a nuevas elecciones y el independentismo no las vuelve a ganar, con la responsabilidad añadida de los presos políticos y exiliados de por medio, “a algunos les deberá caer la cara de vergüenza”. Es decir, que según el señor diputado de España, la mayoría social soberanista podría ser que no se tradujera en una mayoría parlamentaria en el palacio de la Ciutadella, y que es perfectamente posible que el españolismo gane en votos y en escaños si hoy se repitieran las elecciones. No se puede negar que bien pudiera ser. Pero en este territorio de las hipótesis podríamos continuar haciéndonos más preguntas incómodas. Veamos. Nos podríamos preguntar también, dado el caso, qué responsabilidad tendrían entonces Junts per Catalunya, Esquerra Republicana y la CUP en esa presunta derrota electoral independentista. Ya que los electores no somos un rebaño de ovejas y el independentismo no es un ideal volátil. Casi que nos preguntáramos qué demonios pueden estar haciendo mal los partidos políticos separatistas para que algunos de sus votantes naturales decidieran, quizás, dejarles de votar, qué decepción política se está instalando en nuestra sociedad, en el proceso hacia la soberanía, que es un movimiento que va de abajo hacia arriba, auténticamente popular y que vive en las calles y no en los despachos de la politiquería. Si los votantes pueden sentirse legítimamente decepcionados, ¿es porque los partidos soberanistas se han radicalizado o más bien por el contrario? ¿Quizás porque han dejado de hablar de independencia y ahora solo se preocupan de los presos como los abertzales en el País Vasco? Ante la represión y de la persecución política del Estado español, frente al nacionalismo encendido y vengativo del Partido Popular, del Partido Socialista y de Ciudadanos, ¿hay motivos para creer que la mejor estrategia es pedir diálogo a quien no quiere dialogar, agacharse aún más ante la ofensiva del españolismo, de la catalanofobia, de los adversarios políticos que se han convertido en enemigos?

Solo la confrontación directa y decidida del independentismo ante el mal gobierno y los abusos del Estado ha abierto, por fin, y definitivamente, la caja de los truenos. Ahora no hay Pandora que los pueda volver a encerrar donde estaban, sobre todo porque la actual situación se ha ido incubando desde hace mucho tiempo, al menos desde la muerte física del general Franco. Solo la confrontación directa ha hecho ver ante los ojos de todo el mundo que la independencia es perfectamente posible, que es un proyecto tan estimulante y renovador, tan positivo e inclusivo, que la única respuesta efectiva desde Madrid ha sido pararlo a palos, recortando la democracia, las libertades. Exactamente al contrario de lo que hicieron los gobiernos de Reino Unido y de Canadá en situaciones comparables. El independentismo no ha crecido electoralmente gracias a las proclamas ni a la pedagogía, ni a los acuerdos entre partidos, ni a la palabrería imposible de nuestros políticos. Los partidarios de la independencia han aumentado gracias al inmovilismo y a la represión del Estado español, que nunca querrá sentarse en una mesa de negociación, que solo querrá marcharse de Cataluña si se le obliga, y solo si se le obliga muy mucho. El otro día el amenazador presidente Montilla, el que se encara con los periodistas en la tele, reclamó, como Joan Tardà, que la Generalitat necesita inmediatamente un Gobierno efectivo. Y, agregó, que la autonomía catalana había desaparecido por culpa de los independentistas, que la terrible reacción del Estado es responsabilidad de las víctimas y no de los agresores, que la culpa es nuestra por enseñar los muslos de la voluntad de ser lo que somos. Qué curioso. Tantos años de pujolismo, de catalanismo dialogante y posibilista, tantos años de política de más vale pájaro en mano, tantos años de moderación, de diálogo y de buenas maneras y he aquí que todo ha desaparecido de golpe, solo porque la sociedad catalana, mayoritariamente, quería votar a favor o en contra de la independencia. Qué cosa tan insignificante, tan frágil, tan miserable, tan gaseosa, tan barata es la autonomía catalana si la han podido derribar de un golpe de artículo 155 de la Constitución española —perdonen que no me arrodille. A los que ahora tocan a retirada y defienden la negociación y el diálogo habría que preguntarles: ¿qué queda del diálogo de antaño, de tantos años de lentas negociaciones y de permanente conversación? Si la autonomía es tan importante como dicen pomposamente, ¿cómo es que no tiene ni media hostia?