Antes de que el Tsunami Democràtic se quedara sin presión, sin potencia líquida y me lo vaciaran de aquella fuente de agua que tenía, es decir, de gente que participara, la Asamblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural ya sufrían del mismo mal. Y parece que este mal continúa. Y hay que decir que seguimos en las aguas estancadas. En la parálisis. Y con las enfermedades que siempre van asociadas con el agua atrapada, con el agua que, de alguna manera, han encarcelado como si fuera otro preso político y, así, acabe no haciendo nada bueno por la independencia. Porque algunos, más allá de las palabras, lo que no quieren es que ahora se haga nada por la independencia. Tienen otros proyectos. Es exactamente entonces cuando se manifiesta el paludismo político, una enfermedad parasitaria en la que los partidos políticos infectan el cuerpo de una asociación cívica e independiente. Se manifiesta una fiebre de miedo y una contundente anemia. En nuestro país tan pequeño las iniciativas populares, valientemente desvinculadas de los partidos políticos, son difíciles de mantener en el tiempo. Porque parece que sólo los partidos tienen, o encuentran, al final, el dinero que hace mover a la sociedad. Y cuando los partidos se hacen los locos no se mueve ni una mosca, ni una gota de agua. Acabo de abrir, por curiosidad, la página web de la ANC y, de entrada, no me dicen qué es esta asamblea, sino lo que no es, o más bien lo que le gustaría ser: “La Asamblea Nacional Catalana es una organización de la sociedad civil estrictamente independiente de los partidos y la administración”. La virtud no se proclama, la virtud se demuestra.

Y lo que han demostrado recientemente Elisenda Paluzie y su equipo al frente de la ANC es que, más allá de las grandes proclamas, no quieren incorporar personalidades, como las que proceden de otros ámbitos del independentismo, en concreto del independentismo empresarial y de su ejemplo de éxito. Precisamente con el argumento de impureza política, como si aquí no existieran vínculos históricos de muchos y muchas, como los de la misma Elisenda Paluzie, miembro de Esquerra Republicana de Cataluña. Como si esto del independentismo tuviera que ser cosa sólo de políticos y de funcionarios del Estado español que cada mes cobran puntualmente su nómina. Después de lo que está dando de sí la política independentista gestionada —es un decir— por profesores universitarios, abogados y antiguos alcaldes de pueblo, puede que también demos voz a los empresarios partidarios de la independencia, a otro tipo de personas. No todos los empresarios que hacen política son como Donald Trump o como Berlusconi, también los hay que se parecen a Jaume Roures o al primer Jordi Pujol, también hay gente válida que procede de las barricadas de Urquinaona y que ya está harta de la tiranía de los partidos políticos que nos han llevado hasta la actual inoperancia. La actual ANC tiene un funcionamiento interno que se parece poco al de una empresa, que no tiene nada de la agilidad que necesitamos. Con una asfixiante reglamentación que, en la práctica, no la desvincula de los partidos políticos, con candidatos únicos preestablecidos, con un férreo control del continuismo de la dirección anterior que se ha perpetuado en la nueva. Parece como si la vieja política independentista, la que nos ha llevado hasta la actual paludismo se esté resistiendo a desaparecer. Sí, la mejor manera de no contribuir a la guerra civil del independentismo es no hacer nada. Pero para no hacer nada determinante no hace falta ni la ANC ni ninguna otra iniciativa popular. Los del pueblo ya tenemos la agenda muy llena y no nos la gestiona ningún secretariado.