El interés mayúsculo que los españolistas tienen por Catalunya no se explica ni por el románico de Taüll, ni por el juego del Barça, ni siquiera por las judías de Santa Pau o los arroces del Delta del Ebro. Todo el mundo ya sabe el dicho catalán, “que si em fas festes i no me’n solies fer, o em vols fotre o m’has de menester,” y también que en esta sociedad tan altruista que hemos montado entre todos, las necesidades, sin excepción, se resumen en una sola, el parné. El parné del expolio fiscal o el parné de los presupuestos, pero a fin de cuentas el parné, siempre el parné. Un año lleva en prisión Oriol Junqueras pero no ha sido hasta ahora que el señor Pablo Iglesias ha sentido esta irrefrenable fraternidad socialista, esta llamada del sentimiento más profundo, esta clamorosa necesidad física de fundirse en el abrazo del líder de Esquerra Republicana de Catalunya, el político que llegó a sintetizar, humildemente, que el junquerismo es amor. No es extraño que con la llegada de la primavera, de la primavera de invierno que es el otoño, se despierte el cuerpo entero y, con el cuerpo, sentimientos nobles y perfectamente identificables con la pretendida superioridad moral, humana, intelectual, de determinada izquierda supremacista. Si el camarada Lenin lloraba en la ópera porque era muy sensible y de una humanidad profunda, Pablo Iglesias, por su parte, se morreaba con Xavier Domènech con aún mayor sentimiento que el famoso ósculo de 1979 entre Leonid Ilich Brezhnev, líder de la Unión Soviética, y el títere que le administraba, en nombre de Marx, la denominada República Democrática Alemana, Erich Honecker. Un poco más y la humanidad no sobrevive a ese divino amor mortal.

Me gusta mucho Pablo Iglesias, homónimo de otro gran espécimen de la mejor izquierda española, me gusta su estilo sincero, me gustan sus pelos largos que recoge púdicamente en una cola. Me gusta su carrera como profesor universitario, en especial su celebrada tesis doctoral, sin olvidar la herencia intelectual, imborrable, que ha dejado en sus alumnos. Me gusta su interés por los archivos secretos. Me gusta la espontaneidad con la que se interesa por otras mujeres que la que le ha hecho padre. Me gusta su luminosa trayectoria como eurodiputado, sus discursos y sus firmes compromisos. Pero me gusta, especialmente, el lazo amarillo que luce sobre el pecho, al igual que cualquier otro líder de izquierdas comprometido con la causa de la libertad, como cualquier otro dirigente o diputado de Podemos, o de Batasuna, o de Compromís, o de cualquier otra formación política que nunca deja de exhibir su fraternidad con la causa de Catalunya, su gran amor, políticos que no quieren que nos vayamos de España porque nos añorarán mucho, porque nos respetan enormemente como pueblo y consideran que la judicialización de la política es un error para el buen entendimiento entre los diferentes pueblos y gentes de España. Me estoy emocionante tanto que no sé si podré terminar de escribir este artículo sin desbordarme. Me gusta mucho la colosal corriente de solidaridad republicana que se ha despertado por todo el Estado Español, las concentraciones, las manifestaciones en favor de Oriol Junqueras y los demás presos independentistas. Pero sobre todo, como una salpicadura de retama sobre el pecho, nunca podré olvidar el lazo amarillo de la reivindicación de la libertad política y en contra de la existencia de presos políticos que siempre luce Pablo Iglesias. Un político admirable, que es todo amor.