Cuando el camarada Josif Stalin, el gran científico social, el preclaro lingüista, el genio militar, el gigante de la inteligencia, el titán de la lucha obrera, se dirigió, entre tormentosos aplausos, al plenario del XIX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, el 14 de octubre de 1952, vino a decir que el mundo se divide entre comunistas e imperialistas. Y que paren ustedes de contar. O lo que es lo mismo, que esto de la derecha y de la izquierda sólo son distinciones de las democracias burguesas, de las democracias liberales, al fin y al cabo, todos, derecha e izquierda, son un grupo infame de fachas, una gentuza innoble que vive de chuparle la sangre al angélico proletariado. Según Stalin, el sangriento carnicero, el campeón de la demagogia, el dictador sin escrúpulos, el paranoico inhumano, el impostor intelectual, para un comunista auténtico, todos los que no son comunistas son enemigos mortales, piensen lo que piensen. De hecho ni siquiera piensan, son prehumanos, inferiores al hombre nuevo, porque el único pensamiento auténtico es el que emana del materialismo dialéctico. Los que no siguen “las grandes enseñanzas de Marx, Engels, Lenin y Stalin, faro de toda la humanidad que señala el camino del desarrollo de la civilización mundial”, según las palabras de Georgy Malenkov, otra perla del PCUS, sólo son gente que debe ser exterminada. Enemigos, todos, del género humano, empezando por los tenebrosos insolidarios de la derecha conservadora democrática, a los que se les confunde maliciosamente con los reaccionarios o fascistas. No importa que Churchill se enfrentara a los nazis, son igualmente unos nazis y ya está porque lo dice Stalin. Y los socialdemócratas, también, por el mismo camino. No son más que “social-fascistas”. Y los de centro, primos hermanos, “perros de guardia” de la reacción. Todo el mundo está excluido de la verdad excepto los comunistas. Un anatema general que recuerda la podredumbre intelectual de la Iglesia Católica, con la que Marx se identifica.

 ¿Los comunistas y las comunistas pueden votar con el partido de Puigdemont para hacer caer el Gobierno de Rajoy pero no pueden hacer alianzas de emergencia nacional con ERC y Junts per Catalunya? 

Si los comunistas y paracomunistas de hoy tienen un mínimo respeto por su propia historia y por su, digamos, ideología, ¿qué sentido tiene entonces querer pactar siempre con el PSC y nunca con Junts per Catalunya? ¿Puigdemont es de derechas e Iceta es de izquierdas? ¿Por qué, si son lo mismo? Pero, va, venga, hoy estamos de buen humor, supongamos que sí, digamos que sí, que Puigdemont, el rebelde irredento, es de derechas e Iceta, el lacayo del sistema y del españolismo, es de izquierdas. ¿Los señores y señoras comunistas nos quieren hacer creer que, por motivos de excepcionalidad histórica, Stalin, el astuto Stalin, pudo firmar un pacto ignominioso con Hitler, pero los comunistas catalanes hoy no pueden apoyar a gobiernos de unidad nacional catalana para resistir el golpe de Estado permanente de España contra la democracia catalana? ¿Están seguros de que no están haciendo el juego al proyecto ignominioso de José María Aznar de dividir y debilitar todas las fuerzas del catalanismo político? ¿Los comunistas y las comunistas pueden votar con el partido de Puigdemont para hacer caer el Gobierno de Mariano Rajoy pero no pueden hacer alianzas de emergencia nacional con ERC y Junts per Catalunya? Realmente es muy curioso. ¿Y cuando Iniciativa per Catalunya despide a sus trabajadores y les paga una ridícula indemnización de 12 días por año trabajado hasta un máximo de 12 meses, a la hora de la verdad, a la hora de los dineros, estos eurocomunistas tan simpáticos son de derechas o de izquierdas? ¿O sólo son de izquierdas en lo que les interesa y de derechas en lo que les conviene? ¿La unidad de acción política entre las fuerzas contrarias al 155 no les conviene? ¿Por qué?

Dicho todo lo cual, más allá de las proclamas, más allá de la palabrería, Poble Lliure, el componente de la CUP, ¿podría, tal vez, de algún modo, si no es molestia, platearse, —a ver cómo lo dirían ellos...— un marco resolutivo que pudiera explorar la posibilidad, remota, eso sí, desde el recuerdo emocionado a Marx y teniendo en cuenta el precedente, del Front Republicà de 1936, de apoyar a la mayoría independentista de la cámara? ¿Una vez expulsado Artur Mas de la presidencia de la Generalitat, Poble Lliure, tal vez, podría cambiar de estrategia y converger —ay, no, no, converger, no, tacha, Galves, por favor— coordinarse con los demás partidarios de la soberanía nacional para que no nos golpeen más? Se acerca una buena confrontación que no dejará a nadie indiferente, pero como nunca creen lo que les digo, continúen con sus cosas. Perdonen las molestias. Atentamente, les saluda una persona que trabajó hace muchos años en el comunistoide semanario Le Monde Diplomatique y al que no indemnizaron jamás porque no tenía contrato. Nada, cositas que hace la gente de derechas.