La opinión no puede sustituir a los hechos, lo que sucedió de manera positiva. Ni la ideología puede sustituir a la historia. Ni la palabrería acallar la verdad de la experiencia. Ayer el antiguo secretario de Estado José Antonio Nieto afirmó que las fuerzas del orden, bajo su mando, solo atacaron a los ciudadanos que los habían cercado, a los que podían poner en peligro su integridad física. No es verdad. El primero de octubre de 2017 yo fui a Sant Julià de Ramis, donde debía haber votado el presidente Puigdemont, y él no estaba. Cuando la escuadra paramilitar de la Guardia Civil abalanzóse sobre la población indefensa, cuando se desató la violencia sobre viejos y niños, sobre mujeres y hombres adultos, sobre adolescentes que masticaban chicle y echaban globos, no hubo ni administración proporcional de la fuerza ni advertencia previa, sólo furia, catalanofobia y antidemocracia. Furia y resentimiento que ya venían excitadas del cuartel exasperado. Fue como si los romanos hubieran tomado la poción mágica de Astérix. Cuando consiguieron penetrar en el polideportivo tras romper una puerta de cristal a golpes de mazo, uno de los números disfrazados de robocop verde, lo primero que hizo, fue encararse militarmente con una máquina roja y blanca, expendedora de la compañía Coca-Cola. Pero no pasó como en la película ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb), el hombrecillo armado no buscaba cambio para llamar por teléfono a la Casa Blanca. Visiblemente exaltado, como si estubiera encoca-colado hasta el culo, como si llevara encima toda la Coca-Cola más genuina, le propinó a la máquina una patada tal que la hizo caer ruidosamente al suelo, resonando en todo el polideportivo. También es verdad que no nos mató y que tuvo el detalle de descargar su enojo destruyendo la expendedora.

Ciertamente, tiene razón el señor Nieto cuando afirma que podría haber sido peor, sí, es verdad, la Guardia Civil no usó armas de fuego y que no disparó sobre nosotros, no nos cazaron como a conejos y no provocaron ninguna muerte. Les estaremos agradecidos para siempre. Y eso que según el señor Nieto no éramos ni somos personas normales, personas que espontáneamente, cuando vemos a un guardia civil, no nos ponemos a las órdenes del tricornio. Hay que tener muy poco conocimiento de la historia de España para sorprenderse ahora de la impopularidad de la Benemérita Institución del duque de Ahumada. Un cuerpo policial que ha protagonizado algunas de las páginas más negras de lo que algunos llaman la historia común de España, la historia que, efectivamente, compartimos los españoles por un lado y gallegos, asturianos, vascos, catalanes y otras personas anormales por el otro, la historia en la que unos apalean, pegan y golpean y los otros reciben los golpes. Una historia de amor, de fraternidad y de unidad.

Ayer durante el interrogatorio aprendimos que Nieto no es uno de esos andaluces que son presuntamente pisoteados por los catalanes, como afirma el presidente de la Junta de Andalucía, más bien todo lo contrario. De hecho, José Antonio Nieto —qué nombre más español, más bonito, José Antonio, qué resonancias históricas más profundas— fue reprobado por el Parlamento español en ocasión del escándalo del caso Lezo. La Fiscalía Anticorrupción sospecha que Nieto, como secretario de Estado de Seguridad, no fue un dirigente muy seguro, y avisó a Ignacio González, expresidente de la Comunidad de Madrid, que estaba siendo investigado por la policía. Nieto es un hombre duro, un auténtico partidario del jarabe de palo para resolver los conflictos. De hecho, sostuvo que el uso de la fuerza no tiene por qué romper la convivencia pacífica. Miles de mujeres maltratadas por sus parejas podrían decir eso mismo, conviven pacíficamente con los hombres que, periódicamente, las apalean. Nieto, como todos los partidarios del uso de la fuerza, afirmó que en Catalunya “había una realidad paralela”, que el Mayor Trapero, los Mossos, el Gobierno de Carles Puigdemont, vivían en una realidad que no era compartida por el Gobierno de España. Y la violencia policial allanó las diferencias de opinión, o eso es lo que él cree. En opinión de Nieto, nuestro país es una sociedad trastornada en la que “el hombre muerde al perro y no el perro muerde al hombre”, una sociedad donde hay personas malas que hacen cosas malas y personas buenas, que son las que están situadas al lado de la Guardia Civil. Entre los niños y las personas mayores y los coches de policía, Nieto se decantó por los coches de la policía. También dijo que sus objetivos eran: en primer lugar, evitar la celebración del primero de octubre, y en segundo lugar, lo que es menos importante, garantizar la convivencia y la seguridad de las fuerzas de seguridad. El primer objetivo es evidente que no pudo realizarlo. Y el segundo según se mire. Porque aunque destruyó la convivencia, ninguno de los policías, supuestamente agredidos por la población, cogió la baja. Ni uno. Y es que con tanto ardor guerrero, con tanto patriotismo español, nadie quiere dejar de trabajar. Ya se sabe que en España somos muy trabajadores. En Japón, por este motivo, nos tienen auténtica envidia.