Na. Na de na. No hacer nada, absolutamente nada, en esto hay que reconocer que la clase política lo borda, son unos maestros consumados, unos virtuosos. Nosotros, en su lugar, seríamos incapaces de llegar a ese cero coma cero, a un cero químicamente tan puro. Nosotros intentaríamos hacer algo, modestamente lo probaríamos, ¿no?, con buena voluntad tomaríamos alguna iniciativa, aunque el movimiento siempre delata, aunque moverse puede terminar originando molestias a los demás. Nosotros haríamos algo, lo que fuera, pero eso es porque nosotros no somos políticos ni sabemos de qué va el tema, haríamos lo que pudiéramos o, como mínimo, molestaríamos, como molestaba el president Torra y su pancarta, ay cómo les jodía a los políticos profesionales el Muy Honorable Quim con aquel lío que organizó solito. No hacer nada es muy difícil y hay que haberse entrenado a conciencia. Como mínimo debes haber aprendido de un somnoliento cortesano de la Sublime Puerta del gran visir turco o de un indolente funcionario en algún remoto ministerio de la capital de España. La mejor política se ve que es la de la parálisis. Aunque exasperante para el ciudadano, tiene la ventaja de no empeorar aún más las cosas. En Madrid lo tienen claro clarinete como lo tenía Barack Obama. Nosotros quietos. Por un lado el gobierno de Pedro Farsánchez tiene la colaboración espontánea de toda la derechona facha o fauna endémica en la administración del Estado, que le trabaja gratis. La persecución sobre más de tres mil independentistas gracias a la acción combinada entre la policía y los jueces es un escenario ideal para los socialistas. Porque así, Farsánchez puede exhibirse como bondadoso, moderado y progre. Sin tener que hacer nada, en absoluto. Sólo tiene que sonreír y dejarse fotografiar como un modelo sin pasarela. Ayer vino a Barcelona sin la metralleta aquella del Clínic. El PSOE y Podemos aseguran que el tiempo lo cura todo, que el tiempo está del lado de España, porque cada minuto que pasa es un minuto ganado, porque cada minuto que pasa muere en nuestro planeta una especie natural, porque cada minuto muere un “pronom feble”, porque cada minuto un catalán queda asimilado nacional y culturalmente a la uniformidad de España. Cada minuto que pasa nos vamos diluyendo en España. Si no tienes una solución, no hagas nada. El tiempo trabaja por ti, pensaba siempre Mariano Rajoy, dormido como un tronco. Id al cementerio de Prada de Conflent donde está enterrado Pompeu Fabra. Y, una vez presentados vuestros respetos, id leyendo los nombres de las tumbas. Veréis que todos los muertos llevan un nombre catalán y que todos los vivos hablan sólo en francés.

Sabemos que es ahora o nunca. Que Catalunya no puede esperar, no sólo por razones económicas. Sobre todo por razones de cohesión social y de pervivencia de nuestra lengua propia y de nuestra cultura diferenciada. Pedro Farsánchez por eso juega a la mejor estrategia posible. La estrategia del diálogo de sordos. Alicia Romero, del PSC, ya dijo ayer que no nos podemos exigir demasiado a nosotros mismos. Sobre todo que no nos activemos mucho. Y que añadirán otra comedia del diálogo espurio, otra mesa con los partidos catalanes, para robar, además, el protagonismo al Parlament de Catalunya y encapsular a Laura Borràs. Que el independentismo se vaya desangrando, gota a gota, a pellizcos, en esas luchas intestinas mientras dice que va tejiendo complicidades y recuperando el afecto de los españolistas. Jordi Sànchez en el lugar de Pere Aragonés haría exactamente igual que el actual presidente. Y es que Ortega y Gasset ya marcó que ésta es la mejor estrategia, aquello de la conllevancia, que significa ir estrangulando paulatinamente a Cataluña hasta que llegue un momento que ya no respire más. Matarnos de golpe no pueden hacerlo porque la sangre es escandalosa y salpica mucho, pero un poco de veneno cotidiano puede ir haciendo mucha labor. ¿Quieren aún otro ejemplo? Fíjense en el conflicto entre Israel y Palestina. Como era hace un tiempo y como es ahora, después de la trampa del diálogo. Continúan las posiciones irreconciliables, por supuesto, y continúa la injusticia. Pero los políticos judíos saben que cada día que pasa es una victoria, es un día más de dependencia de los palestinos, de subordinación dentro del Estado sionista. Protestan, de vez en cuando, protagonizan alguna revuelta, se desesperan. Pero es en vano. Todo es cuestión de tiempo. A diferencia de los árabes, los judíos recuerdan cada día la sentencia de Golda Meir: “El pesimismo es un lujo que los judíos no nos podemos permitir”.