Fue el rey del mundo, el hombre más poderoso de su tiempo, el más formidable señor feudal de la historia, el que dominó más territorios y más riquezas, el gobernante más venerado y temido y, en cambio, su derrota fue humillante, completa, inapelable, casi inmediata. Le mató un simple mosquito. Carlos de Habsburgo, Carlos Quinto, el poder universal, había comprado el título imperial por ochocientos cincuenta y dos mil florines de oro a través de un fabuloso crédito de algunos de los más importantes banqueros internacionales, los Fugger, los Welter, los Fornari y los Grimaldi, pero un pobre mosquito le causó la ruina. Rey de Castilla por la herencia de su abuela, Isabel I, rey de Aragón por el legado de su abuelo, Fernando el Católico, señor de América, el Nuevo Mundo, heredero de los enormes territorios de sus abuelos paternos, Maximiliano de Austria y María de Borgoña, fue la reencarnación del poder de los emperadores romanos, el continuador efectivo de Carlomagno, el titán que derrotó a los luteranos en Mühlberg, pero no supo protegerse de un poder minúsculo, del poder de un mosquito.

Carlots de Habsburgo fue el rey del mundo, el hombre más poderoso de su tiempo. Le mató un simple mosquito

Retirado a Yuste, torturado por la gota y el cansancio, el emperador Carlos pasó sus últimos veinte meses de vida. Hizo levantar un monasterio y un modesto palacio rural, casi sin lujos, rodeado de una pequeña corte, acompañado de algunos libros, de algunas obras de arte italiano, de algunos recuerdos de sus interminables guerras. Miró aquella tierra, el paisaje de la Vera, buscando en la contemplación de la naturaleza la serenidad para el espíritu. Los arquitectos del César le habían construido varios estanques y construcciones con juegos de agua, sin saber que esto le llevaría a la muerte. El paludismo, la malaria, infectan las aguas y los mosquitos la transportan, al menos uno, sobre el emperador indefenso, sobre el viejo flamenco que ahoga sus penas con cerveza de Gante. La muerte se produce de manera inesperada, rápida, el palacio no está ni medio terminado todavía. No ha durado ni un mes enfermo. Muere el 21 de septiembre de 1558. Los médicos de la época demuestran no tener ni idea, ni sospechan las causas del fallecimiento. Su secretario, Martín Gaeztelu, se sorprende y escribe que nunca le había visto “tan bueno y gordo y con tan buen color, como no lo he visto después que entró en Yuste”. Al mosquito no le prestó demasiada atención.