Un día, no hará mucho, conocí y pude hablar un buen rato con Eduardo Mendoza Garriga, el famoso escritor español, el que acaba de publicar ahora un libelo político contra el independentismo catalán. Me sorprendió al principio la estudiada forma que tiene de moverse en sociedad, como de gato aristocrático, altivo, vanidoso, desplegando la bandera de una simpatía que no es su identidad, exhibiendo una educación pastosa, impostada, la de un hombre que no consigue ser simpático porque, cuando sonríe, está tratando de esconder un profundo desdén por todo lo que no sea él mismo. Es pícaro, se gusta enormemente y tiene buenas razones para sentirse un triunfador, él, que un día decidió dejar de escribir bien para vivir mejor, como me dijo alguien. Diría que juega a ser David Niven, pero no el que se pasó cincuenta y cinco días muy putas en Pekín ni en ninguna trinchera, sino el que conduce automóviles deportivos y les lleva el chal a las duquesas, un convencido partidario del orden y de las neveras bien provistas. Haciéndose el distraído, no tardó mucho en decirme:

—Bueno, yo es que ahora estoy viviendo en Londres.

Como Cyrano de Bergerac bajando de la Luna me aleccionó generosamente sobre la civilizada vida de los que no sudan ni deben trabajar para vivir, de las ventajas de la capital británica, de las suntuosas formas de la vida cultural inglesa. Del mundo real que él dice conocer tan bien. Después de todo, no me pareció alguien interesante, ni audaz, ni demasiado culto. De él, que se atrevió a decir en una ocasión que Franz Kafka no sabía escribir novelas, tampoco diría que es una persona con ideas propias muy brillantes más allá de los tópicos habituales de los que se mantienen más o menos informados, de los interesados en la moda.

Es por pobreza informativa que se podría disculpar, si se quiere, al célebre escritor Mendoza cuando acaba de afirmar en su reciente libro Qué está pasando en Cataluña que “el catalán como lengua de uso nunca estuvo prohibido, pero sí tutelado, lo cual es casi peor.” Es uno de tantos repetidores del negacionismo del intento franquista de genocidio cultural contra Cataluña. Hay tantísimas pruebas que le desmienten que sólo citaré, para lectores desmemoriados, y elegidos al azar, algunos ejemplos de la política nacionalista española presidida por el lema “Si eres español, habla en español” más allá de la administración pública y de la enseñanza. La fórmula oficial no es, a veces, la de prohibición del catalán sino la más maliciosa de “uso exclusivo del idioma nacional”. Así, por ejemplo, se persiguió a un zapatero que a pesar de que tenía en español los impresos y rótulos de su negocio (Travesera, 199 y Buenavista, 26) llevaba el nombre de Ràpid Pompeya. O la detención de Ramón Gelabert Abanco “acusado de haber vndido dos talonarios de lotería en catalán” en diciembre de 1939. O el documento oficial del Gobierno Civil de Barcelona por el que se consignaba que “prosiguiendo la labor depurativa del separatismo, ha impuesto varias multas a varios establecimientos de nuestra ciudad que continuaban rotulando sobre establecimientos en catalán y usan impresos en el mismo dialecto.” O la multa del alcalde de Sabadell, José María Marcet, a Josep Barceló y Fau por sus participaciones de boda en catalán en marzo de 1941. O la prohibición del uso del catalán en las conferencias, o en las inscripciones de nombres de pila y la prohibición de usarlos en público. O la orden de 15 de enero de 1945 que establecía que quedaba “terminantemente prohibida toda designaciones de buques que no esté escrita en castellano, que es el idioma oficial, símbolo de la unidad de la Nación.” O la prohibición de los tradicionales Pastorets. O la orden gubernativa de retirar todos los libros impresos en catalán de las escuelas. O incluso la prohibición del catalán en los cementerios. La situación contra la lengua catalana fue abiertamente de exterminio cultural, como le anunció Xavier de Salas, convertido al franquismo, a la pedagoga Carmen Serrallonga: “—Bueno, Carmeta, pues ya lo sabes. Eso del catalán se terminó para siempre.” O, por último, el testimonio de la escritora del PSC, Maria Aurèlia Capmany, sobre su tía: “Mi tía Mercè Farnés era Directora de la Biblioteca de la Escola del Treball. Cuando entraron los nacionales, el nuevo Director de la Escuela la llamó para adiestrarla en las nuevas consignas. La conversación, más o menos, fue así:

—En adelante, señorita Farnés, hablará en castellano.

—No comprendo.

—Pues que siempre deberá hablar en castellano.

—¿En todo momento?

—Cuando hable en público, se entiende.

—Pero, ¿y si la persona que viene a la Biblioteca es catalana?

—Da igual, le debe hablar en castellano.

—Pero, ¿y si la persona que me pide el préstamo es conocida mía, y yo sé que es catalana y tengo costumbre de hablarle en catalán?

—Da igual, le debe hablar en castellano.

—¡Menudo teatro!

Con esta frase mi tía expresaba su perplejidad, nada más. Pero le costó un expediente como rojoseparatista.”

El gran escritor catalán Eduardo Mendoza también dice en su libro que Francisco Franco no era fascista. Y que la sociedad catalana es una sociedad cerrada, poco dispuesta a aceptar a la inmigración española. Lo dejaremos para otro día.