Lo que más me ha gustado de la sentencia de Luxemburgo es que no señala exactamente lo que tiene que hacer ahora la justicia española. Porque se supone que ya saben lo que tienen que hacer después de leída. Que son el Tribunal Supremo y no unos jueces menores y paletos como los pobres insignificantes de Schleswig-Holstein. Marchena ya dijo durante el juicio que no acepta que nadie le enseñe derecho, él y los demás jueces de la Sala Segunda ya se lo saben todo y es ofensivo quererles ilustrar. La sentencia europea es como cuando dices a un adolescente “tú sabrás” esperando que el chico reaccione, que haga algo, que se arriesgue a tomar decisiones y a responsabilizarse, que se retrate y deje de hacerse el loco. Pero el caso es que estos días está todo parado, todo en modo avión, planeando encima de las nubes, esperando que alguien diga por dónde tirar, esperando encontrar una extraña manera, eficaz, que nos permita hacer ver, una vez más, que el Tribunal Plus-quam-supremo ha dicho blanco pero que, en realidad, nosotros, los jueces españoles, interpretamos que ha dicho que no es un blanco exactamente blanco, que es un blanco roto, que de hecho es un blanco tan oscuro que es, sorprendentemente, negro. En la interpretación partidaria son unos maestros. Hacen decir a la ley lo que les conviene, hacen que la ley diga algo y, simultáneamente, lo contrario a esa cosa. Cuando quieren es blanco y cuando no quieren es negro, según sople el viento. A veces también puede ser a la vez blanco y negro, como en una tele franquista. Por eso no es verdad que los presos políticos se hayan saltado la ley, según quien interprete esa misma ley, son perfectamente inocentes, porque la Constitución Española no prohíbe la secesión. Porque la Constitución Española se puede leer pensando que la democracia se fundamenta en la sagrada voluntad del pueblo, o de los pueblos de España, lo que la Constitución llama “nacionalidades”.

La sentencia europea es como cuando dices a un adolescente “tú sabrás” esperando que el chico reaccione

Después de las escenas de pánico vividas por los funcionarios españoles que cuidan de los intereses de Madrid en el Parlamento de nuestra Unión, la Unión de la corona de la Virgen, no cuesta mucho suponer que, en estos momentos de ahora, algo se mueve, algo sigue hurgando. Que entre que yo escribo estas líneas y ustedes las leen, España está buscando una salida, un agujerito, algún tipo de manera imaginativa, alguna astucia que les permita continuar con la represión anticatalana y vulnerar, al mismo tiempo, los derechos de los electores independentistas. Están tan acostumbrados a retorcer patrióticamente el derecho que querían continuar manipulando la soberanía popular, el voto de la gente, con la complicidad de la Unión. El pasado día 18, una persona que citaba fuentes fidedignas de la Moncloa y del PSOE de la calle Ferraz, aseguraba que la sentencia del día siguiente sería inequívocamente favorable a España. Fue en un programa de radio que anunciaba, satisfecho, la exclusiva informativa, la llegada de la victoria. Según la filtración, procedente de Estrasburgo, habría habido voces parlamentarias, concretamente “voces que hablan en inglés” que aseguraban que no se concedería la inmunidad a Oriol Junqueras.

Para confirmar esta tesis, se aducía que el plenario de la corte de Luxemburgo “casi nunca sigue los criterios del abogado general”, una afirmación tan sorprendente como temeraria, que han rechazado todos los expertos, y que, como ya hemos podido comprobar, era precipitada. El rechazo a la inmunidad de Junqueras abría el camino a la criminalización definitiva del independentismo político, con el aval internacional de la Unión. Y, de paso, al fortalecimiento de los dirigentes independentistas partidarios de la rendición y de la colaboración política más desinteresada con Pedro Sánchez, en sintonía con fantasmagóricos valores federales. En esta tertulia radiofónica que digo, madrileña por supuesto, también se aseguraba que durante el Congreso de Esquerra Republicana se anunciaría la buena nueva, la derrota definitiva del rival Puigdemont, con Torra inhabilitado, y todo nuevamente, gracias al sacrificio personal del arcángel Junqueras. Francisco Maruhenda, participando en este poco informado diálogo, añadía, haciéndose el entendido: “Me han contado que el presidente del Tribunal de Luxemburgo es un individuo muy serio. Afortunadamente Dios es bueno y, a veces ayuda a los buenos. No es un botarate como el abogado general”. Creo que son unas afirmaciones que quedan muy bonitas el día de Navidad.