Que la libertad de todo un pueblo —y la de su presidente— haya terminado en manos de un remoto tribunal regional alemán es un despropósito que explica qué tan frágiles límites tiene el imperio de la ley y qué tipo de sociedad tenemos en Europa, perdida en su narcisismo. Unos señores y unas señoras muy dignos y disfrazados con toga que pegan un martillazo sobre una mesa cuando terminan de hablar y luego se repantigan en el asiento. Todavía nos queda por saber si Carles Puigdemont, Carles el Atrevido, Carles el Irreductible, será finalmente entregado a la justicia española por otros gravísimos crímenes imaginarios y si el Tribunal Supremo de España tiene la posibilidad de encontrar alguna maquinación jurídica, creativa, por continuar erosionando la sociedad catalana, para continuar dividiéndola entre realidad independentista y ficción españolista, imperialista, para continuar combatiendo la voluntad mayoritaria de la sociedad catalana la que, efectivamente, sí tiene un proyecto político claro, sí que tiene una ilusión colectiva que vaya más allá del ir tirando. La independencia sigue siendo hoy el único proyecto que genera entusiasmo entre una parte de la población catalana. Del mismo modo que la política llega hasta donde llega y no se le puede pedir mucho más, la justicia también tiene sus limitaciones y hay que saberlas con antelación. La justicia no es la solución política de nada. No lo quieren entender en el PDeCat y en ERC pero lo repetiré: de nada. Sirve para castigar a los ladrones de gallinas y a los ladrones de cuentas corrientes —en eso no tiene mucha maña, la verdad—, para ordenar el tráfico rodado, para castigar los asesinatos, para gestionar las donaciones y las herencias que constituyen la mejor diversión de las familias caudalosas, y para poco más. Los abogados suelen, en consecuencia, ganarse muy bien la vida. Escriben siempre horrible y complicadamente, porque su realidad es más sublime que la nuestra, la de los pobres mortales, y el idioma se les queda pequeño cada vez que abren la boca. Son personas extraordinariamente importantes. Cuando la justicia, que desde tiempos romanos fue pensada para evitar que las personas con dinero no acabaran matándose entre ellos, se quiere aplicar al controvertido mundo de la política y sustituir las voluntades electorales es que algo no funciona. Como, por ejemplo, cuando algunos políticos de España defienden lo indefendible y deben justificarse de alguna manera espuria. Del mismo modo que los jueces de Schleswig-Holstein dijeron ayer que no a la extradición de Carles Puigdemont por alta traición podrían haber dicho que sí. Con la misma facilidad y con la misma falta de atribuciones políticas y morales ya que, al parecer, de legales, las tienen todas. Michel Foucault ya dejó dicho que la guerra no es anterior al derecho, ni tampoco se opone al derecho, en absoluto. De hecho, el derecho es, en realidad, una manera como otra de hacer la guerra como pueden constatar todos los presos políticos de hoy y de siempre. Esto lo deberían tener bien claro y medido nuestros políticos independentistas que se creen que asesorados por una colección de juristas encontrarán la solución mágica al grave conflicto que vivimos en Catalunya. La fantasía del venerable jurista Carles Viver Pi-Sunyer, por ejemplo, de ir de la ley a ley para conseguir democrática e incruentamente la independencia de Catalunya no es más que eso, una fantasía, una disquisición académica, un juego intelectual, muy bonito pero, como se ha visto, muy poco útil. Dicho sea con el máximo respeto por su señoría.

Ningún asesor legal habría recomendado jamás a Carles Puigdemont que emprendiera el camino del exilio y aún menos que se dejara arrestar en el territorio de la República Federal Alemana, dos decisiones demasiado arriesgadas, perturbadoras. La política gestiona la contingencia, la política digna de su nombre está hecha de audacia, de imaginación, de conocimiento y sentido de la realidad. La justicia se puede desarrollar perfectamente sin este sentido exacto de lo que son las cosas, como sigue y seguirá demostrando el juez Llanera con la ayuda inestimable del cuerpo paramilitar de la Guardia Civil. Los juristas, los buenos juristas, siempre recomendarán prudencia y jurisprudencia a sus aconsejados. Pero con prudencia y respeto escrupuloso a la tradición nunca se ha cambiado nada de nada en este viejo mundo. Por ello Carles Puigdemont, Carles el Atrevido, que también se equivoca como todo el mundo, es por ahora el único político capaz de reunir las voluntades necesarias para conseguir la independencia de Catalunya. Y, encima, en nuestro país, tampoco nos dejan escoger a los jueces por votación.