El diputado Joan Tardà quiere entenderse con el PSOE y Podemos para llegar a un pacto. Ayer publicó un artículo en El Periódico para defenderlo. El pacto, nos dice, debería ensanchar la mayoría social del independentismo, porque parece ser que no somos suficientes electores separatistas, cuando, en todo caso somos los mismos, y quizás unos cuantos más que antes del 1 de octubre, exactamente cuando Tardà defendía la proclamación unilateral de independencia. El artículo es un texto realmente mejorable y sorprende que utilice argumentos tan inconsistentes. En primer lugar porque ni el PSOE ni Podemos, partidarios de España, no están en modo alguno dispuestos a dejar crecer al independentismo y, aún menos, si es a costa de sus votantes tradicionales. Y en segundo lugar porque Joan Tardà critica “arguments tan reduccionistes com ara ‘com més presos millor’ ” y simultáneamente nos dice que “dit en paraules planeres: s’albiren temps de desobediència civil i de resistència no violenta si s’incrementen les desavinences i la manca de diàleg”. El diputado se equivoca del todo, tanto en la forma como en el contenido, ustedes ya lo habrán visto. El verbo ‘albirar’ no es ni ha sido nunca una palabra llana. Y nunca el españolismo rampante de los partidarios del artículo 155, el españolismo satisfecho de ahora, permitirá que la resistencia civil se pueda llevar a cabo sin más presos, sin más desafíos a la política intransigente del Estado Español. A no ser que los presos de los que habla Tardà no sean presos de verdad como lo es Oriol Junqueras, que sean presos sólo simbólicos, de mentira. O que la desobediencia civil sea sólo simbólica, que sea una desobediencia sólo de cara a la galería, sólo para conseguir votos y punto. Con Tardà nunca se sabe.

Conozco desde hace muchos años al diputado Joan Tardà, quizás no tantos años como hace que él se dedica profesionalmente a la política, pero lo cierto es que hace mucho tiempo. Ha sido el eterno subalterno, el eterno número dos en Madrid, el eterno encargado, el hombre de sus labores. En su condición de encargado, armado con fregona y cubo, ha sobrevivido siempre a todas las direcciones políticas de Esquerra Republicana. Encargado de decir públicamente lo que los líderes de su partido no se atrevían a decir o no sabían si tenían que decirlo. Cuando tuvieron la escisión del Reagrupament de Joan Carretero, Tardà estaba allí para hablar duramente. También para hablar contra Solidaritat Catalana. Cuando había que meter un empujón a Artur Mas para que dejara la presidencia de la Generalitat, Tardà dijo lo que querían que dijera, que el heredero de Pujol se tenía que ir. Cuando el planteamiento fue otro, el de sacrificar a Carles Puigdemont, Tardà habló abiertamente de sacrificio presidencial. Solemnemente, siempre hace lo mismo, toma la palabra y echa para adelante sin miramientos, sin detenerse a reflexionar ni un instante porque le han encargado esa misión, se ve que quiere terminarla e irse a casa. Defiende el régimen de Nicolás Maduro o lo que convenga, le da igual. Es un político obediente y, a veces, entrañablemente cómico. Todavía recuerdo un tuit antológico que hizo el 22 de marzo de 2017 a propósito de los encarcelados de Altsasu: “Acusar d terrorisme i empresona ciutadans d’Altsasu arran baralla en un bar només té un nom: irracionalitat, desproporcionalitst i vejança” (sic). Naturalmente a través de la red le pregunté si eso, como él decía, sólo tenía un nombre para qué había puesto tres.

Ahora me temo que de lo que se trata es de sacar a los prisioneros políticos de la cárcel. A cualquier precio, incluso a cambio de renunciar a la independencia durante una buena temporada. Tanto da que Oriol Junqueras hubiera afirmado hace meses que su persona era poco relevante y que, ai llegado acaso, le encarcelaban habría otra persona y otra y otra, y así indefinidamente, que ocuparían su lugar hasta conseguir la independencia. Los presos han tomado el protagonismo a la independencia en su relato. El pacto que propone Tardà, más allá de las palabras que nunca consigue de dominar del todo, entiendo que sería aproximadamente este: el independentismo renunciaría a la independencia —¿durante veinte o treinta años?—, abandonaría el legitimismo del presidente Carles Puigdemont a cambio de una amnistía general que liberara a los presos y a todos los encausados. Favoreciendo un pacto de Estado que llevara el PSOE a la presidencia del Gobierno. No digo que no sea una buena o una mala idea. Lo que no soporto es que no sea claro, que nos venga con cuentos chinos.