De hecho, los independentistas tan independentistas que no hacen nada por la independencia, primero son unos vagos y luego unos colaboracionistas con España. En la práctica es así. Como somos catalanes, aquí todo el mundo hace lo que le da la gana, es la marca de la casa, aquí un recién llegado al independentismo como Artur Mas primero dice que es independentista, después pone la mano para que le paguemos, entre todos, las multas, después —hacerlo después es una idea muy buena, es una jugada maestra— cuando ya ha pagado, dice que esto del independentismo casi que no, que se lo ha pensado mejor y, ni corto ni perezoso, se vuelca en el PDeCat que, en la práctica, es una máquina electoral para sacarle votos a uno de los principales partidos independentistas. Los independentistas premium son tan independentistas que han decidido que solo ellos son independentistas, primero hacen un poco de gracia y luego un poco de pena, como Alfons López Tena, de infausta memoria, un señor que decía que trabajaba por la independencia —de hecho, trabajaba para Artur Mas— y ahora lo ha dejado correr ya que los catalanes, dice, en realidad no queremos la independencia, solo queremos hablar, sólo queremos lamentarnos. Solo lo simulamos. Y como los catalanes, en realidad, no queremos la independencia y él sí la quiere, a la hora de la verdad, López Tena no hace nada, se dedica a charlar, lo que ha hecho siempre, y los independentistas continúan haciendo lo que pueden, lo que saben, lo que consiguen hacer. Es curioso esto del procesismo, esto del independentismo falso que solo ven algunos escogidos, los independentistas prémium. Con todos esos corresponsales y analistas internacionales, y nadie habla de que haya un independentismo falso. Solo lo ven los de aquí, los independentistas locales que han decidido quedarse en casa y que solo se moverán cuando les avisemos, cuando vayamos a hacer la independencia de verdad.

El independentismo prémium es la parálisis y es el derrotismo de toda la vida

El pesimismo independentista es, en el fondo, un estado mental confortable. Es cuando llegas, simultáneamente, a la conclusión de que, por un lado, no hay nadie más independentista que tú y que, por otro, la independencia, por culpa de estos nuestros compatriotas tan tibios, no se conseguirá nunca. Si hemos de decir la verdad, entre Esquerra, Junts y la CUP, no podemos sentirnos muy optimistas, no nos estimulan mucho, no se ganan el pan que se comen, pero tampoco es que los partidos del españolismo sean muy convincentes ni trabajen mucho para el común. El independentismo prémium es la parálisis y es el derrotismo de toda la vida. Es lo que, en todas las guerras, suprime siempre la censura militar. A uno de estos sabios, un día, que comparaba a nuestros políticos separatistas con generales, le recordé por tuister que si estuviéramos en una guerra verdadera, lo primero que habrían hecho, en cualquier país, es fusilarlo por derrotista y por contribuir propagandísticamente a la causa del enemigo. Los que no quieran colaborar, los que estén tan seguros de que todo el mundo miente que, al menos, sean tan buenos patriotas que no molesten, que no nos hundan la moral, porque el independentismo político, ese tan falso, ese que reprueban, al menos ha conseguido más que todos ellos juntos. Y parece que los que quieren atrapar y encarcelar a Carles Puigdemont durante años y más años es porque no están de acuerdo con eso, porque piensan que el independentismo sí va en serio. Vivimos en un mundo complicado y traidor, pero es bueno recordar, precisamente hoy, lo mismo que proclamaba J.F. Kennedy cuando decía que “no te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”, bastante similar en el fondo a la sentencia de Francesc Macià en el discurso de proclamación de la República catalana del 1931: “Catalanes, sabed haceros dignos de Catalunya”.