Es irónico pensar que el lema franquista de “Por el Imperio hacia Dios” se ha acabado transformando en la España supuestamente constitucional en “por el Imperio hacia el PSOE”. Sí, la divinidad y el PSOE han acabado siendo intercambiables de la misma manera que son intercambiables los curas de antes con los políticos de ahora como monseñor Iceta. Ambos son los profesionales de la bondad y de los mejores pensamientos humanitarios. El antiguo partido socialista, hegemónico de la entonces flamante y admirable democracia española, se ha ido deshaciendo, reduciendo, al mismo ritmo que se iba degradando como un retrato de Dorian Gray hasta revelarse como la monstruosa madrastra española. Hoy el PSOE, en teoría, sigue existiendo pero existe muy poquito, como Dios después de Nietzsche. Dicen que gobierna el Estado español pero de hecho no es sino un partido tocado de muerte, debilitado y paralizado por una serie de prevenciones, miedos, de carniceras contradicciones entre su programa teórico, federal e internacionalista, y la innegable atracción por el abismo del más rancio nacionalismo español. El PSOE, en Catalunya, su parte más clasista y aristocrática, más cínica también, que llaman precipitadamente PSC, ha acabado produciendo una invasión sutil sobre la confiada ERC a la manera de Ernest Maragall y de otros príncipes olímpicos, paralímpicos y forúmculos de las culturas. Y la parte más españolista, el PSOE-PSOE, el de verdad, también mal llamado la PSOE —con artículo femenino porque, en realidad, no es un partido sino una empresa privada como la Seat o la Nestlé— la PSOE andalucista, la de los “paletas en samarreta” que cantaba el Serrat, ha ido inclinándose, curvándose paulatinamente hacia Ciudadanos, acorbachándose como Celestino Corbacho, un hombre de Dios que cree en una única España con fervor de celestina novicia. Por el Imperio español hacia el PSOE, el saqueo ya está aquí, ya ha llegado, ya se reparten la herencia.

Tanto es así que el otro día un articulista muy bueno de El Español afirmaba que el PSOE de los años ochenta es, hoy, ni más ni menos que Ciudadanos. De acuerdo con la doctrina deformadora de las evidencias promovida por la FAES, pero también de acuerdo con el esperpento teatral —la vieja tradición madrileña del Callejón del Gato—, y de acuerdo igualmente con mi señor Don Quijote —pero no con Sancho— que ve gigantes en lugar de molinos, el panorama político es este que se dirá ahora. Atención, que no lo repetiremos. El PSOE de Pedro Sánchez ya no es en realidad el PSOE, ahora el PSOE es hoy otra cosa, un partido populista de izquierdas sometido a un PSC criptoindependentista. Podemos es escoria de la misma manera que lo son los partidos independentistas y nacionalistas. Los partidos decentes, constitucionales y homologables con los de la vieja Europa son: Ciudadanos en la posición socialdemócrata. El Partido Popular en la posición de centro político. Y Vox en la posición de la dignísima derecha constitucionalista. Sí amigos, el papel todo lo aguanta y la pantalla del móvil aún aguanta más fantasías. A partir de aquí no es de extrañar que digan que la declaración de independencia se publicó en el Diari Oficial de la Generalitat. Que en Catalunya hay un clima de violencia, sangre y terror. Que el independentismo funciona a punta de pistola. Que Quim Torra es nazi. Que la economía catalana se hunde. Que la ley española prohíbe la independencia de Catalunya. Y así ir construyendo un relato tan ficticio como insistente, repetitivo en todos los medios de comunicación. Y ahora amigos y amigas, vosotros que sabéis como acaba el episodio de los molinos repetid conmigo para alentar a estos valientes visionarios: “Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.”