Me gusta Quim Torra porque me gustan casi todos los presidentes de la Generalitat, del mismo modo que también me gustan casi todos los jugadores del Barça y casi todos los oftalmólogos. Me gusta el trabajo que desempeñan. Incluso me han gustado cuando de trabajo, poco; me ha llegado a gustar José Montilla, por ejemplo, con su gesto de perplejidad permanente y su sonrisa de ratita, copiados del actor Sergi Mas, e incluso me gusta Esteve Salacruz, que ejerció brevemente el cargo el año de Nuestro Señor de 1632. También tengo una cierta debilidad por los periodistas españolistas —perdonen la rima pero quien nace poeta morirá poeta—, esos españolazos que continúan haciendo amigos entre los ciudadanos y ciudadanas de Catalunya y consolidando, sin querer, el independentismo. Me gusta que Quim Torra, con su aire de sabio despistado, acabe de presentar un libro que ha escrito realmente él y no ningún negro, me gusta que sea un personaje incómodo para los autonomistas, que sea tan irónico y vital, tan torbellino y tan ubicuo, que se tome una fotografía en el Palau de la Generalitat descojonándose de risa con monseñor Pablo Iglesias y que anuncie, como un nuevo Malaquías, el advenimiento de otro primero de octubre que nos haría saltar la valla, la valla y las concertinas si las hay, pero en dirección contraria, a desenvolvernos solos como pueblo soberano. Sí, ya sé lo que me dirán algunos, que el presidente Torra parece un “cagalló de seminari”, pero recuerden que esto mismo decían, exactamente, del escritor Josep Maria de Sagarra y ya le ven, es una de las glorias de nuestras letras y terminó colaborando con los servicios secretos británicos durante la Segunda Guerra Mundial. Dejen que Torra sea como es, sabe perfectamente a dónde va y es el mejor vicario posible del presidente Puigdemont, de Carles el Audaz, el héroe televisivo internacional, el cual, curiosamente, ha sobrevivido políticamente a M. Rajoy. Cuanto más le quieren enterrar más revive el tío. Es lo que tienen los políticos que no son profesionales, que son tan libres como pueden y que van a lo suyo, que es lo nuestro, sin hacer demasiado caso de los partidos. Puigdemont y Torra saben perfectamente lo que quieren los electores independentistas y lo que pretenden algunos cargos orgánicos de algunos partidos. Menos mal que están atornillados a la silla por ese sueldo de cada fin de mes. Realmente, menos mal.

Me gusta el presidente Torra precisamente por los mismos motivos que no le gusta al excelso maestro de periodistas Francesc-Marc Álvaro, porque sabe que la política que se desvincula de la voluntad popular es una simple actividad de gestoría y reprografía. El independentismo no ha llegado tan lejos, no tiene tantos políticos encarcelados y en el exilio, para pasarse ahora un número indeterminado de años tocando el arpa, esperando que en Madrid les apetezca sentarse a una mesa de negociación para la independencia. Eso sí que es un espejismo y no el independentismo político, señor Álvaro, ni continúe, como hizo ayer, hablando de la verdad, de la verdad de los hechos, hágame el favor. Cada vez que un eminente opinador político recurre a la palabra verdad para expresar lo que, en realidad, simplemente, es una respetable opinión, tan opinión como la de los otros comentaristas políticos, no gana más credibilidad, más bien la pierde. Apelar a la verdad no es ningún argumento serio. La unilateralidad del independentismo no fue ningún error, de hecho, solo la unilateralidad ha hecho crecer exponencialmente el número de votantes independentistas. Solo la unilateralidad ha hecho ver en el conjunto de las naciones de nuestro entorno que el catalanismo indeciso de toda la vida había decidido, de una vez, dejar de bailar sardanas y de discutir los acentos diacríticos para atreverse a embocar el camino de la libertad nacional. A asumir riesgos. Ha sido un auténtico terremoto político y ciudadano en la vieja Europa. Por todo ello, cuando hay quien dice que el presidente Torra no hace política me gusta enormemente leerlo. En realidad se quiere decir que no hace politiquería, que no hace autonomismo. Y esto es una excelente noticia. Por lo menos para la mayoría de los electores de Catalunya.