Sólo hay que recordar la distinción de dos conceptos latinos, auctoritas y potestas, la autoridad y la potestad, para comprender cuál es la salida política que ha encontrado Carles el Atrevido, Carles el más que honorable, para salvar la dignidad democrática de la figura presidencial catalana. La situación es tan rocambolesca como dramática. Decían los romanos que mientras la autoridad es el poder legitimado socialmente, el poder que le otorgan a una determinada persona sus conciudadanos, independientemente de si tiene o no un cargo público —sólo atendiendo a su saber, a la valía que tiene, a su alta dimensión moral—, la potestad, en cambio, es meramente el cargo formal, el liderazgo reconocido legalmente, la capacidad de poder que tiene, teóricamente, un determinado cargo, aunque esto no se corresponda con la realidad. Vaya, por poner un ejemplo, que potestad era lo que tenía José Montilla cuando le hicieron presidente. Autoridad, en cambio, o influencia si queremos llamarlo así, es lo que tenía Jordi Pujol como ex presidente antes de que se supiera qué especie de personaje era y que estropeara su biografía. La autoridad de Pujol, el ascendiente moral, hoy se ha volatilizado por completo, precisamente por eso mismo, porque no puede haber autoridad sin ejemplaridad moral.

La opción política del presidente Puigdemont se basa precisamente en este fenómeno de psicología social, en la autoridad que sólo él despierta hoy en el conjunto de la clase política independentista. Carles el Ingenioso, Carles el Terco, puede que no sea un intelectual —ni falta que hace— ni un líder carismático ni semidivino como, por ejemplo, Felipe González. Quizás, incluso no tiene la experiencia política del presidente Mas, pero también es verdad que es el capital político más importante que tiene hoy el separatismo. Y es el más capaz, por ahora, de hacer frente a la ofensiva recentralizadora del Gobierno de España. Precisamente por ello su grupo nunca jamás podrá renunciar a él. Si acaso lo quisiéramos comparar con cualquiera de los otros políticos soberanistas en activo podría incluso resultar humillante para los comparados, sí, con cualquiera de los protagonistas del vodevil con el que estos días nos han obsequiado Junts per Catalunya, y muy especialmente el PDeCat, junto a ERC. Qué colección. Que no dan para más es quizás lo mejor que podría decirse de estos señores diputados y señoras diputadas.

La opción de Puigdemont es la misma que adoptó Charles De Gaulle cuando, en 1946 abandonó la presidencia de la república para poder regresar vigorizado con la instauración de la Quinta República en 1958. Se pasó doce largos años fuera del poder, de la potestad, pero es cierto también que durante todo ese tiempo su autoridad política no paró de crecer, su influencia fue cada vez más determinante hasta que la independencia de Argelia puso en cuestión todas las estructuras del Estado francés. Puigdemont no es, por supuesto, otro De Gaulle, pero parece evidente que se inspira en el modelo presidencial del viejo general resistente y terco. Habría que tomar nota de ello para entender hasta dónde podrá llegar el presidente de la Generalitat autonómica, se llame Sánchez, Artadi o Rovira. Habría que recordar qué fue la presidencia de Georges Pompidou a la sombra del presidente De Gaulle cuando volvió a dimitir en 1969. Y extraer las conclusiones adecuadas de todo ello. Tienen tantas ganas de perder de vista a Carles Puigdemont que los medios de comunicación españolistas han confundido hoy la realidad del gesto presidencial con sus deseos antidemocráticos de vetarlo. Puigdemont tiene aún cuerda para rato y continuará como un tormento defendiendo la república catalana y reivindicando el derecho del pueblo catalán a la independencia. Con las manos libres que le da la residencia en Waterloo. Veremos si el nombre de la ciudad acaba recordando una derrota o una victoria, según se mire y según quiénes sean los protagonistas. La figura de Carles Puigdemont se dibuja hoy como la políticamente más sólida, más duradera y más determinante para la libertad nacional catalana desde la restauración republicana de Francesc Macià.