Existe un ejercicio de independencia más decidido que el de bautizar a los hijos o a tu perro y consiste, naturalmente, en buscarte un nombre o un nombre y un apellido para ti. Por las razones que sean, los artistas tienen una cierta tendencia al seudónimo, tienen más claro que otras personas que sólo vivimos una vez en la vida, y que los nombres que nos han tocado o nos han elegido podría ser que no fueran muy de nuestro gusto. Así Robert Allen Zimmerman un buen día pasa a llamarse Bob Dylan y Lady Gaga dejó de presentarse públicamente como Stefani Joanne Angelina Germanotta, aunque esto de Germanotta habría suscitado bastante simpatías en Catalunya. Otras veces, el cambio de nombre tiene que ver con alguna cuestión reivindicativa respecto a la identidad, o para proteger la identidad amenazada, por lo que Caterina Albert escogió llamarse Víctor Català y según el Génesis el faraón cambió el nombre hebreo de José por el más ordenado y egipcio de Safenat Paneah. Los judíos, perseguidos históricamente, han tenido que hacer muchos cambios, en una dirección y en la contraria. Así la admirable Golda Meir se llamaba, por casamiento, Golda Meyerson y por nacimiento Golda Mabovitx. Para huir de los nazis muchos cambiaron su nombre y, si tenían la suerte de alcanzar Israel volvían a cambiarlo para afirmarse como hebreos libres y emancipados de los cristianos y musulmanes.

Después de haber pasado de San Cucufate a Sant Cugat del Vallès no es extraño, desde este punto de vista, que algunas personas en Catalunya hayan catalanizado nombre y apellido o hayan ido incluso más allá en su innovación identitaria como la exsoldado estadounidense Chelsea Manning. En todo tipo de discusiones con seres humanos españoles, y a menudo por motivos políticos relacionados con la independencia, se me recrimina que yo haya adoptado la forma Galves en lugar de la patrimonial castellana Gálvez que, a su vez, parece proceder del euskera. Siempre me he negado, de manera pugnaz y vehemente, a dar ningún tipo de explicación a nadie sobre la forma que he elegido para mi apellido o sobre el uso discrecional que hago de mi barba o sobre el número de veces que realizo libaciones. En todo caso, la forma de mi apellido parece bastante evidente que es una palabra catalanizada, una forma que no esconde un origen foráneo, una forma lingüística que exhibe una adaptación a la lengua, la cultura y la sociedad catalanas. Esto irrita a los españolistas hasta el delirio. La adaptación gráfica es y quiere ser una declaración de principios en nuestro contexto, cuando algunas personas se avergüenzan de la tradición y del hecho vivo de Catalunya y esconden su identidad no castellana. Que la mayoría de personas no sepan nada de etimología ni de historia no quita que, por poner sólo un ejemplo, los apellidos Vayreda y Gaudí sean de inmigrantes de fuera de nuestro país y una novedad, poco catalanes por tanto, en contraste con el antiquísimo apellido Garcia, que podemos documentar ya durante la época en que nació el catalán.

Los orígenes de la identidad de Catalunya son y han sido siempre diversos y muy ricos. Es un hecho. Y desde la aparición de las lenguas románicas, a partir de los siglos VIII y IX, la identidad de Catalunya ha sido exclusivamente y unánimemente catalana. Este es otro hecho. Los emigrantes económicos se han catalanizado siempre y unánimemente en Catalunya, durante todas las diversas revoluciones industriales, excepto en un caso de ingeniería social: durante el franquismo, cuando los numerosos funcionarios españoles desplazados a Catalunya intentaron manipular la inmigración no catalana y convertir a los inmigrantes forzosos en obligados colonizadores culturales, en soldados étnicos que rechazaran cualquier tipo de integración en Catalunya. La famosa frase atribuida al presidente del gobierno español Leopoldo Calvo-Sotelo explica perfectamente el fenómeno: “Hay que fomentar la emigración de gentes de habla castellana a Cataluña y Valencia para así asegurar el mantenimiento del sentimiento español que comporta.” Y más tarde: “La jugada maestra para nuestros intereses fue llenar Cataluña y Valencia de españoles”. Una jugada maestra que no ha dado ni dará los resultados esperados. Del mismo modo que un señor francés del linaje Bourbon acabó cambiándose a Borbón porque le hicieron rey y le fue bien adaptarse, muchos nuevos catalanes se integran en el país catalán y devienen ciudadanos como nosotros. Y se sienten satisfechos.