Qué cosa será el exilio, eso del exilio, qué vivir tan extraño y al mismo tiempo tan catalán, tan nuestro, tan redundante, tan fuerte. Porque aquí se ha tenido que exiliar todo Dios, aquí los quieren matar a todos, siempre les parece que han matado a pocos. El exilio lo vivieron tanto el teniente coronel Macià como Lluís Companys, tanto Marian Vayreda como Francesc Cambó, el general Savalls como Josep Carner, Ovidio como Nabokov, tanto mi abuelo Galves como mi abuelo Pasqual. Y mi añorado maestro Josep Soler Vidal también, todos son gente del exilio si te fijas un poco, si te detienes a pensar, entre emigrantes y exiliados políticos, nos podemos contar todas las casas de mi calle, todas las familias.

Los abogados estos que no me gustan, pero que nada, partidarios de la rendición completa del independentismo político, me han asegurado que sobre todo es necesario guardarse del exilio. Te lo aconsejan. Que es mucho peor el exilio que la cárcel. Al parecer, por este motivo, algunos de los consejeros del presidente Puigdemont, que primero se atrevieron a refugiarse en Bélgica, enseguida retrocedieron para entregarse a la policía española. Y que, por eso, se reunieron tantos por el tortuoso camino expiatorio de Oriol Junqueras. Por suerte, Marta Rovira y Anna Gabriel, después, también discrepaban de los discrepantes y jodían el campo como Josep Miquel Arenas Valtònyc. Que el mundo es muy grande y la disidencia es la salud del alma.

Un tal Eurípides, un señor que vivía en un mundo muy parecido al nuestro, saturado de abogados y de políticos poco claros, la mayoría perfectamente mentirosos y oportunistas, dejó escrito en qué consiste el exilio. No se preocupe, hombre, venga, esto nadie se lo explicará, porque en nuestras escuelas ya no se enseña Literatura, no les molesten que están estudiando Castellano. Y la poca literatura que llega aseguran que es la de ese circo de Sant Jordi, los libros de las Empars Moliner y de otras molineras que salen en la tele y en la radio y en los periódicos y en Twitter porque Eurípides no tiene cobertura y no puede ponerse en el teléfono.

A lo que íbamos. En Las fenicias, Yocasta, la madre y a la vez esposa de Edipo -con quien ha tenido a Antígona e Ismene, a Etéocles y Polinices-, pregunta a este su hijo qué es el exilio, en qué consiste esta experiencia que acaba de vivir. Le pide que si es un gran daño. “Muy grande, responde, y la palabra está por debajo del hecho”. Pero, ¿por qué, insiste la madre, exactamente, por qué es tan grave? Es “un mal gravísimo: no tener libertad de hablar”. Yocasta le mira en silencio, desquiciada. Entiende perfectamente lo que le está explicando: Sí, “como un esclavo, sí, no (poder) exponer lo que piensa uno”. Polinices, en ese instante concreto, parece estar hablando de los que todos sabemos: “Es necesario que uno sufra las inepcias de sus señores”. La madre le da la razón: “otra pena: ser demente con los dementes”. El hijo, ahora que puede hablar con libertad, no se detiene: “Por la ganancia, se aceptan yugos, ¡vaya! nada naturales”. Al final, el exiliado acaba pasándolo bien con el sufrimiento, con el vacío, con el desequilibrio interior. El tiempo que corre un día, y otro y otro “tiene una especie de dulce voluptuosidad en los males”.

De Eurípides continuaremos hablando el próximo día. Es una personalidad muy fuerte, escéptica y revolucionaria. Cree poco en las buenas palabras y cree mucho en la naturaleza humana. Nos reivindica siempre. Está muy harto de la corrupción a la que ha llegado la democracia griega, la que había sido motivo de tanto orgullo y progreso humano. Piensa, y con toda razón, que lo del destino trágico de la vida, que lo del fatalismo es una superstición absurda. Y que no es verdad que tengamos que conformarnos y agachar la cabeza porque no se haya logrado lo que se buscaba a través de la política, de la revuelta. Ahora ustedes tampoco se dejen engañar. Cuando Eurípides habla de Edipo y de otros personajes de la antigua mitología griega es solo una excusa. De hecho, está hablando de política. Concretamente de la política de su tiempo que es, más o menos, como la política de todas las épocas. Y lo es porque los hombres y mujeres de su época, como los hombres y mujeres de la nuestra, siempre, siempre, se rebelan contra la injusticia. Porque la lucha contra la tiranía, la incultura y el miedo es lo mismo que vivir una vida que vale la pena de ser vivida. Una lucha que te llena la vida como no te la llena nada. Cuando has conseguido ser un individuo, liberado al fin del redil donde están los demás corderos, nunca querrás volver allí. (Continuará, ya lo creo que continuará).