El espectro que recorre Europa no es ni fue nunca el marxismo, ahora como en los tiempos de Karl Marx el espectro que recorre el continente se llama libertad. De hecho, el marxismo fue determinante mientras se mantuvo como una dinámica liberadora, como una inmensa sed de libertad y sólo se colapsó cuando osó traicionar, precisamente, y mira por donde, a la señora libertad. Esto hoy las chicas de la CUP y de la Colau no lo quieren entender porque son monjas de la religión socialista, de la superstición de los pobrecillos, igualito que las monjas de Santa Clara, que los framenores de san Francisco. Profesionales de la bondad y de la tranquilidad de la conciencia satisfecha. Desde que los franceses hicieron la Santísima Revolución, por encima de la fraternidad y de la igualdad, esto de la libertad, el derecho a decidir de los individuos y de las sociedades, se ha convertido en la mayor aventura política de todos los tiempos, en el mayor afán de la modernidad. Y no. En Grecia no tenían democracia ni tenían propiamente libertad porque eran esclavistas. Gracias a los asaltantes de la Bastilla, por primera vez la libertad pasó de ser algo exclusivo de señores feudales a ser el más sagrado derecho del ser humano, de cualquier ser humano. Llamaron democracia al nuevo sistema para que se viera que sabían griego y que eran duros de roer. Antes de que rodaran las cabezas de Luis XVI y de María Antonieta, los señores feudales habían sido los únicos que realmente tenían solidaridad entre ellos, la solidaridad de los privilegiados, la fraternidad, y como nobles se consideraban sólo iguales a otros nobles. Parece bastante elemental, por tanto, concluir que unos de los grandes avances de lo que hoy denominamos democracia contemporánea no es otra cosa que la socialización, la generalización universal de unos derechos aristocráticos que en el pasado sólo tenían cuatro escogidos. Por eso, hoy, cuando recibo una carta del banco o de Hacienda, aunque ni mi familia ni yo no hemos sido todavía distinguidos con ningún título nobiliario, me llaman señor. Como si fuera Chateaubriand. Y lo hacen con todo el mundo. Qué cosas.

Esto de la democracia, qué cosas también, hay quien se la cree y hay quien decide coger un oportuno ataque de tos y salir discretamente de la habitación. Hay quien, como Carles Puigdemont, Carles el Atrevido, Carles el Incómodo, Carles el Vengador, Carles el Insobornable, decide primero reclamar la atención de las democráticas autoridades de la Unión Europea para que, mira por dónde, esto de la libertad algunos catalanes nos lo hemos creído. Creemos en ella. Y los señorones de Bruselas, como si llevaran peluca y esnifaran rapé, se sienten molestos. Incómodos. Ay, pobres. También se sienten incómodos algunos daneses de la Universidad de Copenhague y le dijeron ayer a Carlos el Pelmazo que vaya con cuidado, que en los Balcanes hubo limpiezas étnicas, que lo han leído en algún libro, y que esto de tener un Estado, ellos sí que tienen derecho, que por eso son descendientes de los vikingos, pero que, por supuesto, los catalanes, puede que no porque donde iremos a parar. Que las fronteras son malas, especialmente las de los demás. De lo que no quieren darse cuenta es de un hecho elemental. Que no se trata de una cuestión étnica sino de identidad. Y que la identidad de los catalanes es ahora, sobre todo, la democracia. Que si con menos del cuarenta por ciento el Reino Unido tiene derecho a salir de la Unión Europea, con casi el cincuenta por ciento de los votos, los catalanes tenemos derecho a reclamar un Estado propio. Por una sencilla razón. Por la voluntad soberana de nuestro pueblo. Porque es una cuestión de democracia. Por una sencilla razón más importante que la lengua propia, que la historia nacional catalana, que el derecho catalán y que el consumo de las setas: porque nos da la gana. Porque si la democracia, porque si la libertad sólo es válida cuando los aristócratas, los privilegiados, nos la conceden es que, de repente, hemos vuelto a la injusticia de la antigua Grecia de golpe y porrazo. El comunismo se acabó en seco porque quiso ahogar la libertad de los ciudadanos con una legislación bien organizada y pomposa. Veremos si la Unión Europea también irá por ese camino. El espectro de Puigdemont la persigue con eficacia, por ahora.