El presidente Carles Puigdemont se ha encarado con el periódico Nació Digital porque, según el Muy Honorable Señor, no es cierto nada de lo que publicaba el informativo eléctrico. Que no es verdad que haya decidido todavía nada de nada, de si se quiere presentar como candidato o no, ni que ya tenga pensado a un nuevo presidente vicario que le sustituya al frente de la Generalitat. “No he decidido nada de nada, ni he nombrado a nadie, ni he hablado con nadie”, decía desde la Europa Libre a través de una tuita presidencial. Que no ha movido ficha, que aún no actúa. Y, precisamente, es lo cierto. Y, precisamente, de eso nos quejamos, creo, la mayoría de sus seguidores. Que le somos leales pero tampoco somos idiotas. En la política de siempre, en la de la república romana o en la de los tories and whigs, pero más aún en la del siglo XXI, el silencio no es admisible, el canal de comunicación nunca queda vacío aunque el líder se calle. Si los independentistas nos callamos, la propaganda del enemigo, el desánimo propiciado por el enemigo, ocupará ese lugar. La política es, sobre todo, amor apasionado, combate idealista, esfuerzo valiente. Emoción, y a veces vivencia trepidante. También es gestoría de intereses, nepotismo, corrupción y engaño, pero de eso ya hemos hablado otros días y continuaremos hablando de ello. Esto dejémoslo hoy porque un político que capitanea la ilusión de libertad más poderosa de Europa, un político que es amado como nunca lo ha sido nunca ningún presidente de Catalunya, esta persona no puede permanecer mudo de manera indefinida. No puede alargar el tiempo a conveniencia, no puede permitirse el desánimo de los suyos sin graves consecuencias políticas. La manera de gestionar el tiempo, el protagonismo de la actualidad política de mi querido presidente, de Carles el Grande, cada vez se parece más, por así decirlo, a la manera de hacer de Mariano Rajoy. Los tiempos muertos en una revuelta se pagan. En una revolución, aún se pagan más caros. El mantenimiento de la moral ciudadana debería ser una prioridad y no lo está siendo. El espectáculo debe continuar. Siempre.

Los rumores ocupan el lugar de la información, cuando la información está mal hecha. Cuando el rumor parece más interesante, cuando el rumor parece más auténtico que el silencio oficial. Cuando se mantiene un hieratismo propio de la corte imperial de Japón. Cuando los medios de comunicación, en su conjunto, no responden a las voluntades mayoritarias de las sociedades, entonces la información es sustituida por la propaganda política y la manipulación. Y la opinión es eliminada en favor de la adulación y del servilismo más o menos disimulados.

Aparte de que no me parece una actitud nada presidencial criticar públicamente a un medio de comunicación, si dejamos el ejemplo presidencial de Donald Trump de lado. La prensa debe poder sacudir el poder político y fiscalizarlo. Y vuelvo a decir que los rumores sustituyen a la información cuando la información oficial no se entiende. Por ejemplo. ¿Por qué el patrimonio personal de Gonzalo Boye parece que está protegido, a salvo, de la represión del Estado Español y, en cambio, el patrimonio personal del presidente Puigdemont no lo está? Y ya que no lo está ¿los ciudadanos debemos rascarnos el bolsillo? ¿Por qué insisten algunos de nuestros estrategas en confrontarse con el salvajismo de Una, Grande y Libre, con una mano delante y otra detrás? ¿Por qué algunos dicen, como es el caso de Oriol Junqueras, que están en prisión precisamente porque lo han hecho de puta madre? Algunos pensamos, y quizás somos la mayoría, que si lo hubieran hecho tan de puta madre no estarían en prisión. O al menos no deberían haberse entregado a las fuerzas de la policía. ¿Y es verdad que el presidente Mas irá en las listas del presidente Puigdemont porque quiere volver a ser presidente, aunque sea presidente del Parlament? Como estudioso de la literatura que soy, después de más de cuarenta años, sé que las buenas historias fascinan al personal. Las buenas historias que nos emocionan y nos hacen sentir que estamos muy vivos y que vamos hacia adelante y adelante. Si las historias son verdad, si están basadas en hechos reales, entonces nos confortan, nos hacen sentir mejor. Si nos engañan con mentiras tampoco es culpa nuestra. Hemos pasado de proyectar la patria aún no nacida, de tener al alcance de la mano la tan deseada república catalana, a conformarnos con discutir exclusivamente del tercer grado de los presos. Sin ilusión, sin moral de victoria, nos vamos al desastre.