Existe un momento dramático en que la política se ve ridícula. La descubres aún más ridícula y más impotente, vacía, de lo que ya suele ser. Es el momento en el que, después de mucha charla, de hablar y hablar por no callar, de tanta lluvia de ideas que todo son truenos, se oye un portazo. Un portazo y ya. Se han ido. Silencio. Los japoneses y los franceses de Nissan y de Renault no han venido a este mundo a parlamentar, ni a contribuir al diálogo de ideas, ni a hacer terapia de grupo con nosotros. Los franceses se van a la francesa, esto ya es sabido. Y los japoneses son como son, no como en el Mikado. La diferencia entre trabajar y la vanidad, la diferencia que existe entre la verdad y la mentira es la misma que hay, por ejemplo, entre la propaganda del gobierno Farsánchez y los muertos del virus coronado. La misma que hay entre la propaganda de Ada Colau y la lucha contra la pandemia. Es la misma diferencia que hay entre las febriles, desesperadas invocaciones a la nacionalización de la Nissan, los clamores a favor de las sinergias, los clústeres, que la imaginación al poder y todo lo que ustedes quieran. Y luego el silencio. El espeso silencio previo a la tragedia. Antes cuando tronaba nuestros abuelos invocaban a santa Bárbara. Ahora que, afortunadamente, somos laicos decimos estas otras cosas y seguimos hablando en vano. Invocamos los sortilegios, la magia de la tribu, que si el Estado nos debe proteger del perverso capitalismo internacional, que si entre todos lo haremos todo y que el pueblo unido jamás será oprimido. Hay días que nos damos pena a nosotros mismos. Mientras la gente canta no oye pasar, no, que no lo oyen, por allí cerca, a un coche eléctrico con chófer, oficial. Es el automóvil del Muy Honorable José Montilla que va a una reunión de Enagás, una empresa privada propietaria de la red española del gas. El fundacional Llibre dels Feits del Rey Don Jaime el Conquistador empieza diciendo eso mismo: “gas y no palabras”.

Como se ve que los socialistas son moralmente superiores, sus esclavos morales, los de ERC y las de las Comunas siempre se quieren entender con ellos, siempre quieren pactar. Porque en el fondo quieren terminar como ellos terminan, haciendo como ellos. Porque todo el mundo ya lo sabe que son los buenos de la película y su negocio sí que es un negocio, desde 1978. Desde que Felipe González llegó al poder, los socialistas siempre han favorecido a los pobres, haciendo la misma política que los partidos de derechas pero, eso sí, favoreciendo a los pobres con aquellas palabritas de amor, sencillas y tiernas, que nos las cantaba Serrat, del PSC. Hubo un tiempo en que mandaba en Madrid José Luis Rodríguez Zapatero, en la Generalitat José Montilla, en el Ayuntamiento de Barcelona Jordi Hereu y el presidente del Ateneu Barcelonès era Oriol Bohigas. Y todo el mundo que vivió aquella época puede certificar lo que ahora diré aquí. Que efectivamente, cuando mandaron los socialistas, cuando lo dominaron todo, el país quedó arreglado. Muy bien arreglado. Una gran diferencia con los perversos políticos de la derecha, dónde van a parar. De hecho el partido este de Podemos se llama así, precisamente, para denunciar que los socialistas ganan las elecciones contra la derecha y luego dicen que no pueden. Que no se puede hacer nada. Que no hay más cera que la que arde. Por eso se dedican al vapor, a la palabra en el viento, a hinchar el perro, que dicen en la radio. Será por eso que se dedican al gas, por el perro. Se ve que ahora sí, que ahora los de Podemos, que ya están en el poder, han visto que tampoco pueden, que hay algo más que buena voluntad y cuatro ideas vagas sacadas del viejo catecismo del materialismo dialéctico. Hacen como los adolescentes que después de haber visto una película de Harry Potter se entusiasman mucho. Se entusiasman tanto que se convencen a sí mismos de que dominan todos los secretos de la magia y que así siempre podrán comer helado. Y que la Nissan no cerrará.

No todo el mundo ha pensado, sin embargo, que el cierre de la planta sea tan mala noticia. De hecho, les ha gustado bastante. Han pensado que todo el daño que puedan recibir los catalanes ya les parece bien. En España hay personas resentidas, envidiosas, que consideran que esto de situar a la automoción en Catalunya es un agravio diferencial que hace demasiados años que dura. Que es una decisión que tomó el general Franco para favorecer injustamente a los catalanes. Que cuando abrieron la Seat se vio claro, el gran secreto que domina la política catalana desde entonces. Sí, el secreto es este, os lo voy a contar. Que más allá de las engañosas apariencias, hay dos bandos, el de los franquistas y los catalanistas, todos de derechas, a un lado. Y, por otro, el bando de los obreros, españoles e inmigrantes, todos de izquierdas. Los malos y los buenos. Y que el mundo era muy injusto por culpa de Franco, que había situado la Seat en la zona franca y no, por ejemplo, en Orihuela del Tremedal, donde nació Federico Jiménez Losantos a una altura de 1.447 metros sobre el nivel del mar en Alicante. Lástima que esto sea una leyenda. Quien decidió reactivar la automoción en 1953, concretamente en Barcelona, fue la Fiat. Que conocía perfectamente el territorio desde mucho antes de la guerra civil. En Turín como en Barcelona ya nos conocemos desde hace años y más años. Al menos desde la primera revolución industrial, la del paño. Como en Yokohama o como Boulogne-Billancourt, en el Gran París.