Para legitimarse, para dignificarse, el fascismo roba símbolos venerables y se los queda para siempre, los explota para su propaganda de odio, de guerra y de represión sanguinarias. Un buen día el águila del SPQR dejó de representar el imperio romano para glorificar sólo a Benito Mussolini. La esvástica hindú pierde su sentido religioso en manos de Adolf Hitler. Todo ello daría risa si primero no hiciera llorar. En un determinado momento, todos los fachas de Europa comenzaron a saludar levantando el brazo, como si pararan un taxi. Lo habían visto en las películas mudas de romanos que hacían en Hollywood, les gustó todo aquel ceremonial grandilocuente e imitaron el gesto con teatralidad y convicción, ejercitando todo el ceremonial que idearon como secta destructiva y destructora. En España pasa exactamente lo mismo con el haz de lictor de la Guardia Civil franquista, con la apocalíptica águila de San Juan de los Reyes Católicos o con el yugo y las flechas que expropia la Falange y que transforma para sus intereses, dándole un nuevo sentido, de terrorismo político. Hoy se puede comprobar que el Estado español no se ha desnazificat con la pervivencia de algunos de estos símbolos de la vergüenza, como la condecoración que lucen los jueces colgada del cuello, la orden de San Raimundo de Peñafort. O en el funeral de Estado que ayer se ofició para trasladar los restos del general Francisco Franco, desde el Valle de los Muertos hasta la Minga-dominga-rubia. Lo digo así porque aquí todos podemos modificar y desfigurar la historia y los nombres a nuestra conveniencia, no sólo ellos.

Los hechos gravísimos de exaltación franquista de ayer fueron diversos, sobre todo los que tienen que ver con los símbolos y con el imaginario colectivo. Lo más grave, sin embargo, no fue que el féretro fuera trasladado en un helicóptero con la estanquera, como si imitaran La dolce vita de Federico Fellini o que los epítetos con que fue recibido el golpista Antonio Tejero fueran una parodia de Amanece, que no es poco de José Luis Cuerda. Lo más grave no fue tampoco que los uniformados se cuadraron militarmente ante el féretro y ante la familia Franco. Lo más grave de todo, intolerable en una democracia consolidada, fue la exhibición del falso escudo de Francisco Franco encima del ataúd, de un escudo personal que es un robo, un latrocinio, a ver cómo lo puedo decir de manera ecuánime... Un escudo que es una estafa al patrimonio del Estado Español. El general Franco, al convertirse en jefe de Estado y Caudillo, es decir, Duce, es decir, Führer, comenzó a echar mano de lo que quiso. Se apropió de todo lo que pudo para dignificarse, como el pazo de Meirás, de ecos antiguos y medievales, incluidas dos esculturas tomadas del Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela, concretamente las que el Maestro Mateo dedicó a Abraham y a su hijo Isaac. Dos auténticas joyas del arte románico. La edad media se deja saquear con facilidad, y va muy bien para darte la importancia y la antigüedad que no tienes.

El escudo personal —todos los escudos familiares son también personales— de Franco, inventado en 1940, es un robo. No porque incluya la laureada condecoración de San Fernando, que fue efectivamente otorgada al general. Lo es porque el campo, el escudo propiamente dicho, exhibe exactamente, sin ningún pudor y sin ninguna modificación particular, la Banda Real de Castilla, es decir, la enseña de la monarquía castellana y de sus sucesores, los reyes de España. Sobre un campo de gules —o de púrpura, que para el caso es indiferente— se halla la banda de oro conteniendo dos dragantes. Con las columnas de Hércules, en plata y oro, timbradas una con corona imperial y la otra con corona real. Dicho de manera que se entienda: Franco fue reenterrado ayer claramente como jefe de Estado, con los atributos de un jefe de Estado. Si le hubieran enterrado con la bandera de España, constitucional o fascista, no hubiera sido tan grave, ya que cualquier ciudadano puede llevar encima del ataúd la bandera de su país. Pero el féretro del general Franco fue exhibido ayer con el estandarte que sólo llevaban los reyes de Castilla y que los identificaba allí donde se hallaban. La Banda Real servía para indicar a todos donde se encontraba en cada momento el monarca, el jefe de Estado. Allí donde estaba el emperador Carlos V ondeaba este emblema, y lo mismo ocurría con Felipe II y con todo el resto de reyes del imperio español. Al fin y al cabo sólo Felipe VI podría utilizar esta enseña legítimamente. Y, encima, el emblema personal de Franco iba timbrado con la corona militar de caudillaje. Un elemento heráldico que lo identifica como Caudillo de España, sólo responsable ante Dios y ante la historia. Por lo tanto, completamente impune.