Aún no sabemos si se ha terminado definitivamente la pandemia y ya tenemos aquí la guerra. Una guerra que es cualquier cosa menos lejana. Una guerra que supone, ante todo, un duro golpe para la economía europea, tan frágil y tan indefensa que parece mentira, con una clase media cada vez más empobrecida y cuestionada. Indefensa. La clase media que es el fundamento social de la democracia liberal que conocemos y, por tanto, la diana sobre la que bombardean una y otra vez la Rusia de Putin y China de Xi, regímenes autocráticos que quieren, de forma nítida, la desaparición del mundo en el que vivimos. Cuanto menos dinero tengan los ciudadanos de nuestro país y de los países democráticos más fácil será por parte de los gobiernos de los estados democráticos dominar y tiranizar a la población. Ésta es la auténtica bomba nuclear. La actual deriva autoritaria de Justin Trudeau sólo es un ejemplo de lo que nos podría pasar ⸺y ya nos está pasando⸺ porque cualquier poder político siempre tenderá al absolutismo si no tiene contrapesos operativos. No, no tiene razón Joe Biden cuando califica a Putin de paria internacional y anuncia que le hundirá económicamente. Mientras el planeta esté económicamente en manos de China, el gran aliado geoestratégico de Rusia, no habrá nada que hacer. Mientras haya relaciones comerciales con China, es como si no hubiera ninguna sanción contra Moscú. Las declaraciones de los líderes mundiales contra Putin son desesperadas, patéticas, dignas de desprecio.

La democracia es lo que está en juego cuando se acepta, por la vía de los hechos consumados, que la libertad de un pueblo puede ser suprimida. No es sólo que Europa mirara hacia otro lado cuando nos apalearon para votar nuestro destino el Primero de Octubre de 2017, porque somos insignificantes y porque no estamos dispuestos a tener muertos. Es exactamente lo mismo cuando en 2008 se dejó hacer en Rusia lo que quisiera en Georgia, o en 2014 en Crimea. De hecho, la única política que tiene el mundo libre es la parálisis, la inacción, el silencio de la vergüenza, sea cual sea la crisis a la que se enfrenta. Lo que hemos vivido en las últimas horas en Ucrania es exactamente lo mismo que vivió Europa durante el Anschluss de Hitler sobre Austria. O durante la anexión de los Sudetes, la invasión de Bohemia, de Moravia-Silesia, el territorio de Memel y, finalmente, el ataque sobre la ciudad libre de Danzig. Quizás la guerra hubiera sido menos destructiva si se hubiese parado los pies a Hitler cuando entró en Viena. Sin advertencias previas. O quizá hubiera sido mejor detener a Stalin cuando decidió no dejar Polonia después de 1945 y no habríamos tenido la guerra fría. La firmeza de JF Kennedy frente a Rusia durante la crisis de los misiles de Cuba dio los mejores frutos posibles. Porque los rusos no se atrevieron a iniciar la guerra nuclear.

Vladimir Putin amenazó ayer a quien “se atreva a interponerse en nuestro camino” con “consecuencias que nunca ha conocido en la historia”. Sí, amenazó con la guerra nuclear porque sabe perfectamente que nuestras autoridades están muertas de miedo. Un delincuente del KGB como Putin sabe cómo extorsionarnos y la gran cuestión es si se detendrá en Ucrania o si continuará indefinidamente invadiendo territorios. Si la OTAN sólo sirvió para bombardear Belgrado, cuando no se había agredido a ningún país aliado de la alianza atlántica, también podría hoy servir perfectamente para mostrar los dientes al Kremlin.