Ya ha empezado. El descalabro que se venía anunciando ya ha comenzado y, al menos en el momento de escribir esto, se desparrama y se desborda sin control. Mañana, pasado mañana y el otro, el pueblo catalán decidirá el alcance y duración del fenómeno. En los tres principales partidos independentistas, ERC, Junts y la CUP intentan hacer de tripas corazón, mantener la serenidad y actuar discretamente como si no pasara nada. Pero la verdad es que pasan cosas. La primera y más significativa es que no se detiene la hemorragia de bajas y disensiones, abandonos, abstenciones, personas que han dejado de confiar en las actuales direcciones políticas independentistas. En las últimas elecciones el independentismo político perdió más de 700.000 votos. Hay gente que hoy, de nuevo, cinco años después, está saliendo del redil.

En Esquerra Republicana el núcleo dirigente, siempre opaco y acostumbrado a las formas paramilitares, se muestra aún más autoritario y se aísla del todo respecto a los militantes de base, respecto a los votantes tradicionales y, en definitiva, respecto a la opinión pública independentista en general . Hoy las paradojas y las contradicciones hunden sin remedio los vestigios de credibilidad que le quedaban al viejo partido de Macià y Companys. Ni la propaganda ni el victimismo que expresan sus medios afines logran, por ahora, esconder la catástrofe. El cortocircuito mental del respetable es el origen del fuego que se come a la vieja política. Que el muy honorable señor presidente de una Generalitat -republicana pero sin república- sea partidario de la confrontación con el Estado pero que, simultáneamente, sea el único encargado de la pervivencia parlamentaria del gobierno de Pedro Sánchez ha pasado de ser un sacrosanto misterio de la fe junquerista para convertirse en lo que sencillamente es, pura palabrería.

La opinión pública catalana ha podido darse cuenta de que la línea política del presidente Aragonès no es incomprensible por una supuesta carencia intelectiva del electorado. Es incomprensible porque literalmente no se entiende, porque todo el mundo ha comprobado cómo los argumentos utilizados no son los auténticos argumentos, sólo son pretextos, excusas baratas. La política, es verdad, siempre ha utilizado muchas mentiras pero siempre hasta un cierto límite. Hasta el límite de que la sopa no se pueda tragar de tan salada. Que nuestro muy honorable señor predique la unidad de acción independentista pero al mismo tiempo no tenga ningún escrúpulo en levantar la espada -exclusivamente contra Junts y la CUP- ha dejado de ser otra paradoja intelectual para convertirse en un sarcasmo político.

Que el señor Aragonès sea independentista pero que ni él ni ninguno de los dirigentes de ERC quieran participar de la manifestación independentista del Día Nacional de Catalunya porque teme una sublevación popular contra su persona y su gobierno explica hasta qué punto de desprestigio hemos llegado. Hasta el punto de no retorno, de divorcio emocional con todo lo que tenga que ver con Oriol Junqueras y su entorno político. Un Oriol Junqueras que durante los dramáticos días de hace cinco años, mientras Catalunya se jugaba su libertad como nación practicó el absentismo, el oportunismo y la cobardía más reprobables. Junqueras, Aragonès y su corte de los milagros nunca han creído en la determinación del pueblo de Catalunya ni en su capacidad de sacrificio ni de lucha. Es legítimo que piensen así. Pero también lo es que el pueblo soberano les dé la espalda para siempre. Algunos ya han empezado.

En terminos generales la fuga del electorado de Esquerra se corresponde idénticamente con la fuga del electorado de Junts per Catalunya. Se acabó el crédito, la confianza en el proyecto y la hemorragia de militantes hoy también es notable. Ha pasado el verano y, para ciertas personas, ya da igual si Carles Puigdemont vuelve o deja de volver. Hemos entendido un detalle bastante evidente. El bajo perfil político del presidente de Waterloo se corresponde al dedillo, es calcado, con el buen hacer, con el portarse bien de todos los presos políticos, felizmente liberados por el supuesto buen corazón de Pedro Sánchez, artífice indispensable del 155. Al fin y al cabo Puigdemont es quien señaló al autonomista Jordi Sànchez como su hombre en Barcelona. Después de todo, más allá de la retórica, la política que quiere Puigdemont es la misma que quiere Junqueras. Al fin y al cabo, como dijo Andreu Mas-Collell, voz autorizada, ahora es el momento de Esquerra. Hay que ser leales a Esquerra, añadió después Jordi Sànchez. El auténtico proyecto político de Junts es volver al autonomismo de toda la vida, convertirse por ahora en un partido muleta y colaborador con Esquerra porque es Esquerra el partido interlocutor preferente en Madrid. Ahora ya han vuelto Artur Mas y Xavier Trias para decir y mandar lo que debe hacerse. Vivir del pasado. Si hoy pudieran presentar de nuevo a Jordi Pujol a las elecciones no lo pensarían.

La operación de infiltración y conquista de Junts por parte del PDeCat está suficientemente madura y cuenta con la participación decidida de Jordi Turull, el amigo entrañable de Oriol Pujol, el hijo que debía heredar la deixa de Jordi Pujol y que ahora les guarda la finca. Junts sin los independentistas que se están marchando a toda pastilla sólo es la marca radical de la vieja Convergència, del viejo pujolismo de toda la vida, hoy refugiado en los altos cargos del gobierno de la Generalitat. Los auténticos propietarios del partido que harán cualquier cosa por mantener sus privilegios y sus trienios, naturalmente en contra de quién sea. Especialmente en contra del pueblo de Catalunya, siempre contra esa gentuza maleducada, que huele mal y no se lava, que trabaja cada día para pagar impuestos y que sólo aprovecha para llenar las manifestaciones de gente y las urnas de votos. El clasismo siempre ha sido la auténtica religión de Convergència. Y la doble moral también. Por eso les entusiasma Salvador Sostres, el escritor del ABC y uno de los mejores amigos de Joan Puigcercós. El pueblo de Catalunya, el que quiere la independencia, los hiperventilados como les llama la hipoventilación de los hipopótamos políticos sólo son útiles en la medida en que pueden otorgarles mayorías electorales.

El caso Borràs, lamentablemente, se ha confirmado como una elaborada maniobra de distracción como tuve la desgracia de señalar en esa misma columna. Es innegable que la presidenta suspendida del Parlament y por el Parlament es rabiosamente popular. Pero es tan popular y querida por los suyos como una política incompetente, incapaz de proteger el espacio independentista heredero del primero de octubre, permanentemente distraída en su peripecia personal y en el ejercicio del egocentrismo más estéril. Desde este punto de vista práctico se asemeja bastante al talante político de la CUP. Es la política de los niños consentidos. Lleno de buenas intenciones, de grandes proclamas independentistas que, ay, mecachis, nunca en la vida encuentran la fortuna para ser puestas en práctica. Ya es mala pata, ¿verdad? Ninguna mala palabra pero tampoco ninguna buena acción. El inmovilismo de la CUP, instalado en la inoperancia, en una supuesta reserva espiritual de la patria catalana y del socialismo y del feminismo más casposos, hoy es tan convincente como lo fue la España franquista, aislada internacionalmente, reserva de unas determinadas esencias, incapaz de convencer a nadie que no estuviera ya convencido. El inmovilismo de los políticos radicales tiene a menudo explicaciones personales e inmobiliarias.

Que la Diada sea a finales de verano, con cambios radicales de tiempo, es algo muy pedagógico. Nos recuerda que todo cambia y que el cambio es vida. Que Catalunya es mucho más de lo que pensamos cuando estamos deprimidos. Que lo tenemos todo por hacer y que, con la crisis económica que se nos viene encima, la libertad de nuestra nación volverá a ser, también, una prioridad económica además de una prioridad vital para muchas personas. Los políticos no son imprescindibles. Aquí el único protagonista es el pueblo que lo paga todo, que vota lo que le da la gana y el que, si se encabrona puede resultar temible. Es un mal negocio perderle el respeto. Yo le temo siempre, porque quizá, si quiere, está leyendo estas líneas.