Nadie se lo podía haber imaginado, ¿verdad? Que de todas las gestiones políticas posibles la del Estado español sería la peor de todas, con diferencia. Que sería el récord mundial de incompetencia y de dejadez. El récord del egoísmo durante esta crisis del virus coronado, con casi 15.000 muertos. Que la informe gestión del Gobierno de España provocaría una catástrofe humanitaria, una temeridad, una imprudencia criminal y que, encima, además, los tíos querrían tener razón. Siempre quieren tener razón, y cuando no la tienen te sacan al ejército. Nadie se lo podía imaginar, no los conocíamos, ¿verdad? Que además se envolverían con la bandera de España para intentar ocultar que el sistema político español es un desastre puro de oliva, un error seguro, absolutamente inútil, no porque sea español sino porque ya está agotado, porque es irreformable, porque es un cadáver incapaz de reaccionar. Un Estado sólo para privilegiados, un sistema excluyente, indolente. Un Estado autoritario que no convence y que persigue tanto a la disidencia como a los intentos de mejora. Un Estado que no sabe cubicar un submarino, que no sabe medir un muelle, que vende fragatas de guerra en Noruega infestadas de hongos. Es una manera de ir por la vida, una manera de hacer cosas. O mejor dicho, de no hacerlas. Es la marca España de algunas empresas, como la que en 2016 construyó un puente levadizo de manera equivocada, exactamente al revés, sobre el río Cau Cau, en Chile, con una profesionalidad tan rotunda que lo tuvieron que demoler y construirlo de nuevo, con un presupuesto de casi 15.000 millones de dólares.

Mientras Vox propone un gobierno de emergencia españolista, compuesto por Aznar, Rosa Díez y Felipe González, el exsocialista dice que el virus que acabará con todo el mundo es el virus del nacionalismo

Cuando al más famoso hispanista británico, Paul Preston, le pidieron que escribiera una historia de España, desde la restauración alfonsina de 1874 hasta la actualidad, tuvo claro cuál debía ser el hilo conductor: la corrupción y la incompetencia política, los dos rasgos esenciales que caracterizan la España eterna. No es leyenda negra, es la pura verdad para quien tenga el valor de mirar los hechos cara a cara, tal como lo narra en su libro Un pueblo traicionado. España es el país que ha tenido desde 1814 hasta 1981 25 pronunciamientos militares, y que siempre ha fomentado un colosal sistema de corrupción que le ha impedido progresar, que le ha impedido ser un país comparable a los del resto de Europa occidental. Juan March, Alejandro Lerroux, el del aceite de colza, el caso Roldán, Gürtel, los ERE de Andalucía, el 3 por ciento de Jordi Pujol: esta es la España real, la de los ladrones y los vagos, la que nos ha dejado con el culo al aire, indefensos ante el virus. No es cosa de ideologías, no es cosa de derechas ni de izquierdas, no es cosa de programas políticos. Es la negligencia y la incompetencia. Es el egoísmo de la corrupción, la de los grandes ladrones como Miguel Blesa hasta el pequeño contrabando de tabaco del conseller Ausàs, que un día quiso justificar como rasgo antropológico de su comarca. Mientras Vox propone un gobierno de emergencia españolista, compuesto por Aznar, Rosa Díez y Felipe González, el exsocialista dice que el virus que acabará con todo el mundo es el virus del nacionalismo. Porque los nacionalistas siempre son los demás. Porque la responsabilidad siempre es de los demás. Y porque le parece lógico que los de Vox hayan propuesto su nombre, ese partido tan democrático y admirable.