El papel todo lo sostiene, lo sabemos, lo sufrimos, por eso los políticos hablan a lo loco tan a menudo y, a veces, se ve a la legua que no saben lo que están diciendo. Que disponen de una información superficial, frívola, improvisada, oportunista. Y que tienen mucha cara. Hoy los comunes y comunas destacan en este grupo de la palabrería política vacía y sin sustancia, de lenguaje publicitario para ingenuos y, también, para ingenuas, porque eso sí lo tienen, no hacen ninguna discriminación de género, ni tampoco de número. Como el camarada Lluís (Franco) Rabell, el cual afirmó en su blog el pasado día 8 que “la monarquía parlamentaria de Felipe VI es más republicana que el engendro propuesto por Puigdemont y el resto de fuerzas independentistas”. Una opinión avalada en Twitter por un revolucionario como Lluís Bassets, de ese diario tan republicano y de izquierdas que se llama El País y también del Real Instituto Elcano, que es como ser del Real Madrid. La verdad, me quedo más tranquilo, sobre todo cuando veo que (Franco) Rabell se califica a sí mismo de “activista, político, compañero”. Sí, sí, compañero, como se llaman entre ellos los policías. Es el mismo (Franco) Rabell que, con Joan Coscubiela, Jéssica Albiach y la mayoría de su grupo, mostraron a las cámaras un voto negativo el famoso 27 de octubre de 2017, durante el sufragio parlamentario sobre la independencia de Catalunya. Una exhibición del voto que equivale a una delación, a un trabajo de policía suplente, porque habría podido permitir al Estado español identificar y perseguir a los diputados que habían votado sí a la independencia. Si no llega a ser por Albano-Dante Fachín, Joan Giner, Àngels Martínez Castells y Joan Josep Nuet, que votaron en secreto, hoy los presos políticos serían muchos más. Y el dolor mucho más profundo.

Me quedo mucho más tranquilo, también, cuando leo en el perfil que Jéssica Albiach tiene colgado en la Wikipedia que fue “emprada (sic) en el gabinet de comunicació de l’Ajuntament de Cornellà”. Es decir, usada, como si fuera un objeto. Tanto feminismo militante y al final, fíjate tú, nos confiesa que fue una pieza más del rompecabezas político del Baix Llobregat, un territorio que nos ha dado tantas satisfacciones. Y hablo sobre todo por mí. Fue, en aquella hermosa etapa de la vida, en la que Albiach aprendió a retorcerse más y más, cuando realizaba tantas contorsiones para llegar a ser profesora de yoga y estudiaba portugués porque quería conocer a las tribus del Mato Grosso. ¿Qué pasa? Es una inquietud perfectamente comprensible en muchas señoritas, esto de aprender portugués de Brasil, tan comprensible que incluso Audrey Hepburn lo aprendía en la película Breakfast at Tiffany’s de 1961. La obsesión por el portugués no le dejó tiempo para el catalán, imagino. Aunque se presenta como antiblavera convencida, en el pasado debate del Parlament sobre la monarquía dijo cuatro o cinco veces “prefectura de l’Estat” cuando se refería a lo que en español es la “Jefatura del Estado”. Albiach lo iba soltando y se quedaba tan ancha, tan ancha como los diputados que hacían como que la escuchaban. Porque oyes eso de “prefectura de l’Estat” y ya nunca más acabas de ser la misma persona que eras antes. Como mínimo pegas un bote en el escaño, es una deflagración, es un concepto político colosal, es maravilloso, es una de las mejores animaladas que se han podido oír jamás en el parc de la Ciutadella. Pero todo esto puede tener una explicación mucho más sencilla. Quizás, pienso ahora, es que la pobre se está sacando el carnet de conducir y, ya que siempre está rodeada de tanta pasma, se ha confundido de jefatura.