El independentismo catalán tiene cada vez más partidarios. Según algunas recientes encuestas podría estar actualmente entre el 57% y el 60% de los catalanes con derecho a voto. Pero no hay que preocuparse, amigos españolistas, no se alarmen. Lo que en Madrid se llamó despectiva y aristocráticamente suflé podría disminuir, podría pasar de ser claramente mayoritario a minoritario, incluso se podría conseguir que pasara a ser intrascendente en el contexto político catalán. Parece imposible, parece una fantasía que las personas que se sienten para siempre divorciadas de España puedan reconciliarse con la idea de la unidad estatal. Aunque las fuerzas coloniales armadas, aunque los partidos políticos españolistas en Catalunya, aunque el Gobierno ininterrumpido del PP-PSOE, aunque los jueces de la contundencia o del escarmiento no dejen de crear independentistas, hay una solución a todos vuestros problemas, patriotas del garrote y de la imposición. Se ha ideado una estrategia de ingeniería social que puede revertir, que puede cambiar el actual estado de cosas. Es una estrategia sutil. No, no se trata de provocar que ningún partido independentista de ahora marcha atrás, no sería aceptado. Cualquier partido soberanista que dijera hoy que apuesta abiertamente por la autonomía sería gravemente castigado por los votantes. La estrategia es otra. De lo que se trataría, a tal efecto, es convencer paulatinamente a los electores soberanistas de la imposibilidad práctica de la independencia.

Esto se podría llevar a cabo con la ayuda de algunos políticos independentistas. Los listillos. Personas que, por alguna razón, no necesariamente traicionera, quieran colaborar en la preservación de España. Porque tienen otras prioridades personales, otras necesidades humanas. Estos políticos deberían ser un grupo numeroso, con uno o dos no sería suficiente. Mantendrían una actitud equívoca porque deberían sustentar públicamente su compromiso inquebrantable con el independentismo político, deberían continuar pronunciando grandes discursos inflamados, grandes proclamas en favor de la independencia de la nación catalana, pero bajo mano, como si fuera inevitable, deberían ir poniendo todos los obstáculos posibles a la independencia, deberían provocar todo tipo de pequeños y de grandes accidentes que convirtieran el proceso hacia la independencia en un lío espantoso, en una casa de locos o en una jaula de locas. Deberían ofrecer una de cal y después una de arena. Deberían ir provocando el desconcierto, la confusión, la complicación. Especialmente en lo que  atañe a la unidad independentista, la única arma de los partidarios del adiós a España. Deberían acusar de procesistas, de traidores, de obstruccionistas, de saboteadores a los otros políticos independentistas, deberían hacerlos responsables del caos que ellos mismos estarían provocando. Deberían ser lo bastante listillos para anteponer los intereses de diversos grupos de poder al deseo mayoritario por la independencia. Y, por encima de todo, deberían erosionar en lo posible la figura de Carles Puigdemont, por ahora el único dirigente que no tiene nada que perder y todo que ganar con la independencia. La destrucción de la figura política de Carles Puigdemont y de su vicario, Quim Torra, es indispensable para empezar a invertir la tendencia favorable a la separación de España. La destrucción de la figura política de Carles Puigdemont sería muy útil para intensificar el desconcierto y la lucha fratricida entre independentistas porque después nadie obtendría la capitanía del movimiento.

Esta dinámica de confusión perpetua, una vez empantanado el proceso independentista, una vez cortocircuitado, una vez sumergido en el caos durante meses y meses, durante años, solo entonces se intensificaría la frustración social hasta la náusea. El elector independentista, harto de los partidos políticos independentistas, harto de las llamadas a la unidad que no llevan a ninguna parte, harto de peleas, harto de contemplar despropósitos, podría, solo entonces, comenzar a plantearse por primera vez, como mal menor, si no sería más útil una autonomía ampliada, un estatuto de singularidad para Catalunya y continuar tirando como se pueda, salir del paso. Esta es la estrategia de algunos que me guardaré muy mucho de señalar con nombre y apellidos pero que los reconoceréis por sus actos, no por sus buenas intenciones. Es la estrategia que podría acabar de una vez por todas con el independentismo. Una estrategia que sería eficaz y ganadora si no los tuviéramos ya calados. Lástima que los conspiradores contra la independencia sean unos actores tan malos y lástima que España no deje ni un día de fabricar independentistas. Algunos políticos independentistas pueden fallar, achicarse, desertar, traicionar, pero España, amigos míos, España no decepciona, nunca falla.