La ley debía ser dura, pero ley. Lo que no nos dijeron es que la ley era, en realidad, una miseria, una mentira, una iniquidad, una tiranía, una hipocresía, un ultraje permanente, una vergüenza colectiva de nuestra sociedad tan súper satisfecha, un engrudo que todo lo pringa, una mierda tan colosal, tan gigantesca como el Valle de los Caídos, desde la cruz hasta el comienzo de las escaleras. Hablo de la ley que se gasta en España y olé, la ley real y olé, la auténtica ley española, no la ley de los libros no, no la que os tranquiliza, tibios y cobardes, no la de las teorías bienintencionadas, no en la que deseáis creer idealmente pero ya no podéis de ninguna de las maneras, hablo de la ley que se aplica aquí y ahora con premeditación, nocturnidad y alevosía, la ley que nos aterroriza en la noche oscura junto con las manadas salvajes, con las manadas de lobos, con las manadas de agresores ultras. Las mujeres indignadas salieron ayer de nuevo a la calle porque todavía hay decencia y todavía existe el sentido de la dignidad, de la libertad. Los violadores de Pamplona están en la calle mientras que los independentistas cazados por la represión españolista, por los paramilitares armados de la Guardia Civil y la policía, malviven en los calabozos de Estremera y Soto del Real, dos nombres que recordaremos para siempre en las pesadillas más turbias. Mientras que los chicos de Altsasu en prisión colonial, mientras que los inmigrantes están en centros de internamiento que es como se llaman los modernos campos de concentración, los de La Manada están provisionalmente libres. España nos estrangula, sí que nos estrangula, España nos roba, naturalmente que sí, pero sobre todo España nos avergüenza. Infinitamente.

Nos dicen que no hay catalanofobia. Que, en realidad, es fascismo, que contra nosotros como nación no tienen nada. No, si nosotros tampoco tenemos nada contra nadie, ya lo puede ver, pero es que el antisemitismo, la judeofobia existe, la xenofobia contra determinados colectivos identitarios existe, se quiera ver o no. También se puede decir que no es judeofobia, que es fascismo, que es nazismo, en realidad, siguiendo el mismo argumento. Y esto, ¿por qué? ¿O es que la judeofobia no es uno de los fundamentos esenciales del nazismo, uno de los elementos fundamentales del movimiento hitleriano? ¿O es que la catalanofobia no es uno de los fundamentos del fascismo español? Basta consultar los argumentos que exhibió el general Franco al dar el golpe de Estado del 18 de julio de 1936. En contraste, radical contraste, el independentismo no pretende cambiar España, ni mejorarla, ni modificarla, ni reformarla como Cambó o Pujol, sólo olvidarla. El independentismo sólo pretende salvar la lengua catalana y no expandirla. No nos produce ninguna satisfacción que en Madrid o en Sevilla hablen catalán. Ninguna gracia nos hace. “Ciérrate a España y ábrete al mundo”, rezaba una pintada independentista del AEIU, durante mi época de estudiante. Sigue siendo un pensamiento válido.

El independentismo tiene una salud de hierro gracias, sobre todo, a la experiencia viva de saber en qué consiste la justicia española en 2018. No se sabe si el señor Urdangarin está o no en prisión. Borrell no está en la cárcel sino en un ministerio. González, Serra, Chaves y Griñán son acogidos en las mejores reuniones sociales. Se archiva la querella contra Juan Cotino, cinco ex ministros y Florentino Pérez para la instalación del Castor. Ignacio Escolar y Raquel Ejerique han sido imputados por un presunto delito de “descubrimiento de secretos” al denunciar los tejemanejes de Cristina Cifuentes. E, insisto, los depredadores de la Manada están en la calle mientras que los dirigentes independentistas del Gobierno Puigdemont están en prisión y en el exilio. No vuelvan a preguntarnos por qué queremos irnos de España. Urgentemente.