No hay más cera que la que arde. De España no tenemos ni tendremos ninguna propuesta, no hay ni habrá ninguna iniciativa política que no sea oponerse a la independencia de Catalunya por cualquier medio. No tienen otro plan que no sea la represión, más represión, aún más represión, confrontación y inmovilismo ciego. Esta es la atractiva oferta del españolismo rampante para seducir al conjunto de la sociedad catalana. Es la oferta que creeen que no podremos rechazar, siguiendo la misma expresión que se oye en el filme El padrino. Después de años y más años de contribución catalana —por obligación— al conjunto de la sociedad española, tras una lluvia de millones, cada año, sistémica y sistemática, de Catalunya sobre el resto del Estado, después de mantener y de enriquecer a los poderosos españolistas, lo único tangible que hemos constatado es que le han encontrado un trabajito bien remunerado, en Aena, a Josep Antoni Duran i Lleida, pobrecito mío. Solicito una ovación. Pero nada de agradecimiento hacia los catalanes, ningún tipo de solidaridad con Catalunya y su causa, ningún tipo de buena hermandad del resto de los pueblos de España, ninguna actitud de simpatía hacia nosotros, ningún ejercicio de buena voluntad o de entendimiento. Ninguna simpatía, complicidad, como si no hiciera más de quinientos años que compartimos la corona. Encima que llevamos, como mínimo, más de dos siglos pagando la fiesta, nosotros siempre mal vistos, nosotros siempre criticados, ridiculizados, inaceptables, indeseables. Y después de nosotros, también tienen reproches para los otros paganos, los valencianos, los mallorquines, los vascos. Los gallegos, los asturianos, cualquier español que no sea de lengua castellana debe ser vapuleado, siempre sospechosos, siempre en entredicho, siempre vituperados y criticados. Decía G. K. Chesterton que la gratitud es la forma superior de la inteligencia. Por ello, nadie nunca podrá acusar al Estado español de haber actuado de manera inteligente para con Catalunya, la inteligencia es sospechosa. “Que inventen ellos” proclamó Miguel de Unamuno en un momento de profunda sinceridad.

Hay quien piensa que todo el mundo tiene lo que se merece y hay quien no es tan mecanicista ni conformista, tan previsible ni mezquino. Tal vez la política no sea tan sencilla como alguien puede llegar a pensar que es. Ante la injusticia,  la pobreza, la tiranía, la represión, siempre ha habido y siempre habrá, por resumirlo mucho, dos actitudes principales. La primera, la que sostiene que el mundo es malo e inflexible, que las cosas son como son y que nunca cambiarán. Es la actitud de los conformistas, los derrotados, los listos, los que saben —o creen que saben— cómo funciona el mundo, un mundo que no tiene remedio, los que piensan que el ser humano no tiene derechos ni tiene dignidad. Esta primera actitud es la de los conservadores, la actitud de los carcas, de los fanáticos del inmovilismo, de los que tienen miedo de que haya, quizá, más cera que la que arde. Luego está la segunda actitud, la de los innovadores o progresistas, la de los que no se resignan, de los que piensan que el mundo debe tener o debería tener una solución. Es la actitud de los revolucionarios, la actitud de los disconformes, los descontentos, los que quieren una sociedad mejor y están dispuestos a luchar por conseguirla. Por eso el independentismo es un movimiento progresista y revolucionario. Tan burgués como la revolución francesa y la revolución americana, por ahora insuperadas. Por eso mismo Ciudadanos, el PP, Vox y el PSOE, los partidos españolistas, son conservadores y caducos. Por su inmovilismo, por su incapacidad de pensar en algo que no sea la represión sobre los disconformes. Hay mucha cera aún que va a arder.