Mira por dónde, pero a mí me parece que el ejercicio de fuerza de Puigdemont ayuda enormemente a los sentados. A los sentados en la mesa de diálogo. Que si sólo es de diálogo y sólo quieren charlar, los hechos de Perpiñán dan para charlar un buen rato e incluso desahogarse. Y si, por el contrario, quieren negociar algo, caray, la amenaza de los chicos y chicas del presidente legítimo son un argumento contundente como un puñetazo sobre la mesa de cristal de la Monclova. Que no se yerren, que es de frágil vidrio y es de la Monclova y no de la Moncloa. Todo lo que no sea abordar civilizadamente como se debe ejercer el derecho a la autodeterminación del pueblo de Catalunya será una pérdida de tiempo, una manera como otra de ir viendo cómo crece la hierba en el jardín del palacio de Pedralbes, una nueva victoria del inmovilismo españolista. Unamuno clamaba que inventen ellos, que es más descansado. Porque, hay que recordar, que Pedro Sánchez cree en esta mesa y en este diálogo tanto como cree Clara Ponsantí. Y que sólo la tozudez de Oriol Junqueras, gran señor de los votos de ERC en el Congreso de los Diputados y Diputadas, ha forzado esta conversación tan inesperada como imprevisible. El ejercicio pactado del derecho de la autodeterminación, en el que todos los catalanes decidimos si queremos continuar dentro del estado español o queremos ir tomar viento, es el único resultado de una conversación que pagamos entre todos, entre los que creen en ella y los que no.

Pedro Sánchez ya dijo a Torra y a Aragonés que no quería que salieran de la noria, que esperaba que continuaran pedaleando como hámsters dentro de la rueda autonómica y que, no quería ni oír hablar de la autodeterminación de Catalunya. Que como mucho, y siendo muy generoso, estaba dispuesto a estudiar, magnánimamente, un perdón general para algunos de los encarcelados. Y paren ustedes de contar. Sánchez es muy consciente de su papel histórico de gran capitán, de hidalgo. No hace más que imitar la llegada de los españoles a América, cuando conseguían intercambiar con los indígenas oro y plata, a cambio de cascabeles, espejos, cristales de colores y baratijas. Es su modelo de negocio y su modelo de negociación imperialista. Si no toman el pelo a la delegación catalana no se sentirán satisfechos y no podrán decir que han pacificado Catalunya ante la opinión pública española. Y si la delegación catalana sólo obtiene la exclaustración de los presos políticos parecerá una simple salida biográfica, personalista, para los hombres y mujeres que están entre barrotes. Los presos políticos son rehenes políticos y son una forma de presión. No creo que moleste para nada la presión que Puigdemont y los suyos ejercen por el otro lado.