Si cuanto más cedemos, si cuanto más nos agachamos, si cuanto más nos arrodillamos, más nos maltratan, más nos reprimen, entonces, ¿por qué callan hoy los presos políticos? Si es verdad que están en prisión sólo para defender el derecho a la autodeterminación del pueblo de Catalunya, ahora que tenemos más posibilidades que en el pasado, ¿por qué callan ahora los presos políticos? ¿Por qué precisamente en este momento? Si están por fin en prisiones catalanas que, no sólo hacen más fáciles las visitas de los familiares, amigos y correligionarios políticos sino la posibilidad de alzar la voz, ¿por qué callan ahora los encarcelados, los injustamente privados de libertad? ¿Por qué evitan el compromiso público con la independencia de Catalunya que es la única posibilidad que tienen todos los represaliados de lograr esa liberación que todos deseamos? ¿Por qué hablan sólo sus abogados y los auténticos protagonistas se mantienen en un mutismo incomprensible, por qué no siguen el modo de actuar de Nelson Mandela que supo establecer, contra la desdicha, un canal de comunicación con sus seguidores? ¿Por qué no siguen defendiendo políticamente la independencia desde la cárcel?

¿Acaso no fue la cárcel lo que dio más autoridad moral a Boecio, el gran filósofo que aprovechó el tiempo de privación de libertad para escribir La consolación de la filosofía antes de ser ejecutado en el lejano 524? ¿Es que no aprovechó el tiempo de prisión Bernat Metge para escribir Lo somi, aunque hoy se discuta su autenticidad, o Jordi de Sant Jordi para legarnos el impresionante poema Desert d’amics, de béns e de senyor, el gran lamento de la literatura catalana clásica en favor de la libertad de los encarcelados? ¿Acaso pensamos que sólo ahora y aquí tenemos presos? ¿Acaso hemos olvidado que la voz que procede de la prisión es la voz esencial del compromiso político y humano como supieron entender Charles de Orleans, François Villon, o Jean Genet? ¿Qué hubiera sido, por ejemplo, de los derechos de los homosexuales sin la reivindicación apasionada de Oscar Wilde, el cual proclamó que “cada celda en que vivimos / es una infecta y oscura letrina / y el aliento fétido de la muerte viviente / ahoga cada luciérnaga enrejada / y todo, excepto el deseo, acaba reducido a polvo?” Realmente, ciertamente, ¿la historia de la libertad de Catalunya deberá escribirse sin la voz incisiva de los encarcelados independentistas? ¿De nada ha servido el ejemplo de presos políticos como Martin Luther King, del Mahatma Gandhi, de Liu Xiaobo o de Anwar Ibrahim?

La experiencia de los prisioneros políticos del independentismo catalán, necesariamente espiritual y humana, atrapada en los límites crueles de un espacio reducido, sin horizonte, cerrado y despiadado, es una necesidad auténtica que reclama la sociedad catalana que aspira a la independencia. Sólo la participación activa de todos encarcelados, desde sus respectivas propuestas políticas, puede consolidar y posibilita, más allá de las palabras, el camino de la emancipación nacional de Catalunya. Sólo los que están privados de la libertad saben, mucho mejor que todos los demás ciudadanos, el valor íntimo y auténtico de la libertad, el sentido profundo de la causa de los hombres y mujeres libres que exigen respeto, que exigen ser propietarios de sus respectivas biografías.