Ayer fue el segundo día perdido en Mátrix, en el glorioso Tribunal Supremo de la realidad paralela. Se ve que la parte contratante de la segunda parte, los jueces o ulemas que también forman parte de la Junta Electoral Central estaban centrados ayer en el centro central del Madrid central para decidir desenlazar lazos amarillos, prohibir colores y otras cuestiones importantísimas de la democracia española. Estamos aprendiendo que los hechos para los miembros del Tribunal Supremo no son muy importantes; lo que realmente es importante es la interpretación de los hechos. No es importante que se pierda un día sino si se puede justificar, si el pretexto puede colar. La interpretación subjetiva es determinante, la justificación; la motivación es para estos jueces la fuerza que gobierna sus muy ilustrísimas biografías consagradas como una hostia al servicio del Estado. Por este camino de la justificación Carlos Dívar, el semidivino Dívar, quien fuera presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, realizó hasta 2011 como mínimo veinte viajes privados a cuenta del presupuesto público, durante unos fines de semana largos, conocidos en el dialecto propio del Tribunal Supremo como semana caribeña, fines de semana tan largos que duraban cuatro o más días. Fines de semana que permitían a los altos funcionarios del Estado, a los estresados altos funcionarios del Estado, pasar un tiempo en el Caribe, o en Canarias, o Marbella, o en los territorios de recreación y descanso propios de las élites madrileñas, siempre teniendo en cuenta la distancia de los vuelos realizados en un imperio en el que sigue sin ponerse el sol. Como acabamos de decir, la justificación, la motivación es lo más importante. La interpretación de los hechos es prioritaria.

La motivación es para estos jueces la fuerza que gobierna sus muy ilustrísimas biografías consagradas como una hostia al servicio del Estado

De modo que ayer el juez Marchena, el papá de la nena, el jurisconsulto mayor de la cosa, decidió amenazar, intimidar, al testigo Jaume Mestre porque columbró, él que es árbitro y puede arbitrar, él que es cadí y puede mandar, que evitaba las preguntas del señor fiscal. No pensó que M. Rajoy ni Cuatrecasas Sáenz de Santamaría, ni el antiguo ministro Zoido hubieran querido rechazar la acometida preguntadora, no. Todavía hay clases, en España todavía hay castas, qué demonios. La administración práctica de la justicia del cadí Marchena, más allá de las buenas palabras, ayer se pudo constatar en la práctica: fuerte con los débiles, y débil con los fuertes. Como el testigo Jaume Mestre no tenía ningún abogado que le amparase, ningún abogado abrió el pico, profesionales ellos, todos se pusieron a admirar las pinturas del techo, el sfumato, ay el sfumato.

A mí me conmovió el gesto del valiente Jaume Mestre, el cual, antes de empezar a declarar, cubrió la silla de los acusados con su chaqueta, con su modesta chaqueta de ciudadano corriente. Fue un gesto inesperado, poco pensado, un gesto que parecía proceder de las profundidades de la bondad más limpia. Como si quisiera proteger a los que se sientan en aquella silla, como si quisiera hacer desaparecer la silla cubierta por la chaqueta, así, con un golpe de magia. Y por el mismo precio hacer desaparecer también a los jueces, y el juicio, y todo el palacio del Tribunal Supremo. Hacerlo desaparecer y aún olvidarse de España y de su represión en una playa del Caribe, donde ya no queda ni un maldito farallón de arrogante soberanía española.