(Born de Barcelona, 10 de septiembre, 21:45 h.) Tú, que llega la independencia y no se puede parar, colega, neng. A veces la multitud se da cuenta de la fuerza mitológica que puede llegar a tener y se asusta de sí misma, se tranquiliza de repente, se serena. Mientras la Generalitat desarrolla un ritual patriótico en la puerta del museo del Born, el público que se reúne en los alrededores, la multitud, la peña, el pueblo como si dijéramos, no sabe si creerse demasiado esto que nos está pasando y por esta noche se deja conducir un poco, pero sólo como lo haría un tigre desconcertado, un tigre que en cualquier momento te puede arrancar la cabeza de un zarpazo ya que nunca dejará de desconfiar. La gente mira a los soldaditos de plomo, ar, que hacen instrucción y que solemnemente enarbolan la bandera, ar, con gran majestad y circunstancia. Ar. Como vivimos en una gran ciudad encapotada y tropical, a 17 metros con 14 centímetros que es lo que mide el gran mástil del Born, ni corre el aire ni nada de nada, o sea que las cuatro barras se quedan colgadas allí arriba como una camiseta, sin desplegarse ni tremolar, sin hacer de bandera y aún menos de bandera soberana como reclama el poema de don Joan Maragall, ya ves. Es por eso que han puesto una pantalla gigante donde se ve una bandera alternativa. Somos un país con alternativa e iniciativa.

–¿Ése es Trapero?

La gente lo ve todo sin muestras externas de exaltación patriótica ni de ningún tipo de emoción futbolística. A la catalana, es decir, como si no estuviéramos ahí, como si lo tuviéramos que pagar si nos pillan. En los bares y restaurantes donde no cabe nadie más todo el mundo que ha podido ha salido fuera a verlo todo mejor, como los de las terrazas que fuman, como los enamorados que comparten unas patatas con salsa, como la mayoría de los transeúntes que se han olvidado de a dónde iban, como los que comen helado y calculan el tiempo exacto del paso del sólido al líquido teniendo en cuenta la ley de la gravedad. La criatura que tengo a mi lado diría que, mucho más que el chocolate, lo que de verdad le gusta es chorrear. Se ven unas chicas muy guapas con el tricornio negro de la Coronela, un joven mulato con rastas que pasea un perro, una abuela con taca-taca electrónico, unos mocosos que llevan la estrellada como si fuera la capa de un superhéroe y la danza con música clásica, de repente, se hace protagonista en el escenario. Me fijo en un grupo que parecen nórdicos, cuanto más rubios y más altos más abren la boca ante la conmemoración de la Diada que se parece tan poco al 14 de julio o el 18 de julio o el 6 de junio, fiesta nacional sueca, bastante aburrida, ¿para qué nos vamos a engañar?

–Pero es Trapero o no lo es?

Pasear por el Borne en esta noche clara y tranquila en dirección al Fossar de les Moreres es muy agradable, aunque en la oscuridad pueda estar volando un dron de Rajoy o aunque todavía algunos no nos podemos quitar de la cabeza el atentado de la Rambla. Hay muchos puestos de connivencia marxista-independentista, como si el contubernio de Munich, como si el compromiso histórico, hubiera sido ayer. Muchas banderas a la venta, estrelladas azules, rojas, también otras variantes menores, banderas de Cuba, negras de Santa Eulalia y todo tipo de pines insurreccionales sin precisar demasiado. A un lado y otro de la plaza se han ido realizando discursos patrióticos, se oye algún grito de independencia que no dura mucho, la mayor parte del personal concentrado en el hoyo de la plaza, en el desnivel que hace que algunos se miren el calzado que llevan. La gente no para de comer helado, otro y otro helado y aún así el ambiente se va calentando. Hay discursos y gente famosa. Se canta el himno nacional y se usan algunas consignas, el Fossar es el territorio tradicional de la radicalidad independentista, aquí hemos visto de todo, naves en llamas más allá de Orión y como los cachorros del MDT y los del IPC se rompían la cara los unos a otros por la pureza de la liberación nacional. De lejos veo pasar a un señor vestido de rosa comiendo helado. Aquí es donde está la llama de los caídos por Catalunya, donde se depositan las flores a los rebeldes que fracasaron y donde se reencuentran, a veces, viejos amigos, viejos partidarios de la independencia. Esta es una revolución muy extraña pero que me está gustando cantidad, sin ojos inflamados de sangre, sin demasiados iluminados, sin el más mínimo atisbo de miedo o temor. No alcanzo a ver ni odio ni rechazo, lo que veo es que si también quiero helado tendré que moverme un poco. Del rechazo a España, al Estado español, se ha pasado definitivamente al cachondeo, a la burla, a la risa que muestra todos los dientes y la campanilla. Los Segadors no es propiamente el himno de esta aventura sino las canciones de la Trinca, las ganas de tener ilusión y de reír, la ilusión de hacer algo nuevo, con muchas ganas. Buscando una heladería aún abierta me encuentro a Antonio Baños con una gran sonrisa.

–Estos días quiero pasármelos tan y tan bien...