Me gusta mucho este señor, José Luis Ábalos, también conocido como Háblalos, o, incluso, como Bláblalos, llamado así porque se expresa de una manera tan excepcional que resulta imposible olvidar mientras nos quede vida. Tiene la capacidad de resoplar poderosamente como el buey y de emitir frases que llaman la atención, con la rotundidad biológica del añorado Jesús Gil, pero con menos cultura. Que el constructor sabía que no sabía y, en cambio, Bláblalos es, todo él, maestro de escuela. Y es el ministro con más presupuesto, y por tanto, mucho más constructor, y secretario de Organización del PSOE, si es que el PSOE se puede organizar. Y es un valenciano vivaracho que no habla valenciano, hijo de Torrent, de la misma manera que Landelino Lavilla, hijo de Lleida, es un catalán universal que no habla catalán. Algún día me gustaría que los partidarios del bilingüismo nos presenten a un político que no hable nunca español. Para compensar, para equilibrar, para hacer como Arrimadas, la hija del policía, pero exactamente al revés. Porque la lengua común en los Países Catalanes es el catalán, lengua común entre España, Francia, Italia y Andorra. Una lengua que nos hermana, más allá de las fronteras.

Me gusta mucho Bláblalos porque dijo, antes de pasar al año veinte, que, después de que los políticos hagan sus cocinillas, que después de que las delegaciones del PSOE y de ERC se lo manejen y lleguen a un acuerdo, el pueblo catalán “debe poder participar”. Que realizarán una consulta para que opinemos. Alerta. Ya hemos dicho que el ministro en funciones no es tan sabio como lo fue Jesús Gil. Y en su descargo también podemos añadir que Bláblalos tiene un segundo apellido que tampoco deja a nadie indiferente porque el pobre se llama Meco, con psicofonía añadida de cadenas y grilletes. Como atenuantes podemos decir que el padre de Bláblalos, Heliodoro Ábalos, había sido torero y que su abuelo, por parte de madre, fue guardia civil. Que, más joven, el ahora ministro, fue tenaz comunista, sindicalista de Comisiones Obreras, enamorado de la figura del Che Guevara, o del Txe, si lo queremos escribir a la manera revolucionaria de la mascletà. También regentó un bar e hizo de detective para un bufete de abogados, especializándose en la localización de personas fugadas, mal pagadoras, o directamente estafadores. Me gusta mucho que España tenga como ministro a un experto en estafadores para que así le será más fácil entender según qué cosas. Y lo que que debería entender, en primer lugar, es que el pueblo no participa en política. Al pueblo no se le puede decir que lo importante no es ganar sino participar, chavales. El pueblo no opina, el pueblo no colabora, no puede tener una intervención eventual. El pueblo es el propietario de la soberanía, el único que puede hacer y deshacer y, por lo tanto, no participa porque lo que hace el pueblo es decidir. Da igual si una consulta se considera vinculante o sólo consultiva. Porque todo lo que decide el pueblo por mayoría se convierte en vinculante. Como, por ejemplo, que el señor Bláblalos pueda blablablar en nombre del Gobierno de España, porque la mayoría de los ciudadanos le ha votado. Los ciudadanos no nos contentamos con participar, los ciudadanos queremos decidir. Si es que todavía vivimos en una democracia y bla, bla y bla. Y tal y tal.