Una de las cosas que he aprendido de los campesinos es que cuando no quieren decir nada, no abren la boca. Indiferentes. No hacen eso tan habitual de hablar por no callar, de poner en marcha la matraca, la ametralladora, de hablar al pedo, a la tuntún, a sacar a fuera lo que llevas dentro, que es mucho y seguramente no sabes que lo llevas tan clavado en el fondo, como la cera de los oídos, que te dará asco, vale, pero que es tuya y bien tuya. Cuando alguien habla sin pensar lo que dice se hace evidente que ese alguien no habla el idioma, la lengua, que no habla el habla, atención, sino que es el habla que se está expresando a través de él. Como cuando un espíritu se expresa a través de una vidente o como cuando la Virgen quiere establecer comunicación con el planeta través de una lengua de alquiler. Cuando los chiquillos, los que no levantan un palmo del suelo, y ya van diciendo puta, puta para escandalizarnos y no saben lo que dicen, pero que acaban de descubrir que hay cosas que se pueden decir y cosas que están prohibidas. Los lingüistas tienen toda la razón. La lengua habla a través nuestro, solo somos su instrumento y, si no vamos con cuidado, acabamos hablando sin saber demasiado lo que estamos diciendo, dejándonos ir por la inercia de la palabra, que es una inercia cruel y poderosa, como la que aplica la ley de la gravedad en un precipicio. La inercia de la palabra —que es a la vez y no es la inercia del tópico—, nos hace hablar, pensar, nos hace soltarnos a través de expresiones, de frases hechas, de clichés, que son exactamente iguales que las pizzas congeladas, como la comida precocinada, que solo hay que sacarla de la nevera y consumir. A menudo no hablamos la lengua sino que la lengua habla a través de nosotros. A menudo no pensamos realmente sino que los tópicos piensan por nosotros, nos colonizan el cerebro como los piojos nos colonizan el pelucón. No nos consideramos racistas para nada, que no lo somos, hostias, pero hete aquí que trabajas como un negro y ala, ya lo has dicho, ya puedes darte cuenta de que no acabas de ser dueño de tu casa, que no puedes acabar de controlar del todo tu idioma y tu cerebro, que esto no es tan fácil como te parecía. Sí, amiga lectora, amigo lector, mucha vigilancia. Hay que tener mucho cuidado con los tópicos y con la comida precocinada. Los tópicos son como las escaleras mecánicas de unos grandes almacenes. Pones los pies y ya estás, no sabes cómo. No me he dado cuenta de nada. ¿Qué hago yo aquí, en la sección de bricolaje?

Cuando un político va y te dice que lleva a Catalunya en su ADN ya podemos estar seguros de que toma en vano el sagrado nombre del ácido desoxirribonucleico, que Catalunya tampoco no le causa respeto, que es un bobo y que dice la primera gilipollez que se le pasa por la cabeza

Cuando una persona como Dios manda descubre dentro de sí un tópico que no sabía que lo llevaba dentro, debe hacer como hace con todos los otros parásitos. Exterminarlo sin contemplaciones. Tienes el derecho de pensar tonterías, de equivocarte, y claro que sí, pero no el derecho de pensar con los pensamientos que ni son pensamientos ni son tuyos, que no te pertenecen y que la sociedad o el hado te han inculcado mientras dormías como un veneno. Intente no hacer el ridículo. Cuando un político va y te dice que lleva a Catalunya en su ADN ya podemos estar seguros de que toma en vano el sagrado nombre del ácido desoxirribonucleico, que Catalunya tampoco no le causa respeto, que es un bobo y que dice la primera gilipollez que se le pasa por la cabeza. Hacerse el científico viste mucho, mamón. Y lo mismo sucede con el periodista. El que todo el día está hablando de retos. Ganar un premio literario o la vuelta ciclista son retos. Como si, en realidad, retar o reptar no fueran, esencialmente la actividad de los reptiles. En la vida no hay retos. Los escritores no tienen retos y los deportistas tampoco. Tienen trabajos que quieren hacer y no se compliquen. Da gusto oír de vez en cuando a Gerard Piqué porque no habla con la ristra de tópicos habituales y te das cuenta que es él quien habla realmente. A veces oyes hablar a un futbolista y dice exactamente lo mismo que dice otro futbolista, calcado, las mismas palabras, las mismas expresiones. Lo mismo ocurre con algunos políticos, con algunos periodistas. No ponen nada de su parte, todo son frases hechas, materiales de derribo reutilizados, todo es comida recalentada, todo son tópicos. Hagan el favor de dejar de hablar de retos a cada momento. Leer un libro es un reto. Pasar una calle es un reto. Limpiarse el culo es un reto. Ir a comprar el pan. No sean ridículos. Mirad qué dice Joan Coromines en su querido diccionario: “Desde circa 1950, algunos periodistas, y otros que quieren ostentar cierta cultura internacional (de lectores del Reader’s Digest), se han puesto a decir o escribir repte [reto, en catalán], calcando servilmente una de las acepciones del inglés challenge, acepción que nuestro repte no ha tenido nunca, y que les pega tanto com un Cristo entre cuatro pistolas; cuando habrían podido decir un imperatiu [un imperativo], o un envit [un envite], con mucha más efectividad, claredad y elegancia, y sin pecar contra nuestra lengua y el sentido común, y vérsele el plumero de una deplorable falta de cultura poliglótica, y desconocimiento de la lengua propia: repte no significa ni ha significado nunca otra cosa que ‘severa reprensión’ o ‘provocación ofensiva’. Hay que decir que los estragos que causa la baratita revista americana a la integridad y buen gusto de las lenguas y estilo latinos y europeos son peores y más deplorables que los de la coca-cola y los dónuts”. Queda dicho y quedáis advertidos. Venga, hasta otra, que me voy a comprar el pan.