Hay que destacar un síntoma alarmante, visto que continuará esta fiesta judicial sobre la financiación ilegal del Partido Popular y del enriquecimiento personal de algunos de sus miembros. Este síntoma grave llámase cursilería, es decir, la exageración sentimental inmoderada hasta el ridículo, la exhibición enhiesta de una supuesta profundidad emotiva, de una hipotética y sospechosa grandeza humana, de una superioridad improvisada. Como si la grandeza humana debiera estar necesariamente divorciada del realismo y del dinero. La cursilería es terrible, peligrosa y, ay, siempre deja en evidencia a quien la usa, porque es seguro que esconde algo, aunque no sepamos a ciencia cierta qué cosa es. Porque la cursilería nunca es necesaria, porque no es creíble, porque la persona que se abandona alegremente a la cursilería puede terminar en otras exageraciones, imprecisiones, incluso podría llegar a decir mentiras. O a suscitar dudas en cuanto a su sinceridad del corazón o a la pulcritud de su bolsillo.

Estaba el otro día leyendo algunas muestras de la lengua española cursi que se utilizaba en la prensa barcelonesa recién terminada la Guerra Civil cuando me encontré, inesperadamente, con el padre del expresidente del Gobierno, Manuel Aznar Gómez Acedo, con el Gómez suprimido como marca de distinción nobiliaria. El artículo de La Vanguardia Española es del 26 de noviembre de 1939 y reporta la colosal odisea del traslado pedestre de los restos de José Antonio Primo de Rivera desde Alicante hasta El Escorial. El artículo se llama Una viejecita en Minaya y está escrito por el cronista oficial, Antonio Cacho Zabalza. En un determinado momento la emoción se desborda porque habla del encuentro de la tumba del fundador de Falange: “Ansiedad de España. Ansiedad de todos. Ansiedad de la tercera compañía de radiodifusión y propaganda en los frentes por llegar a la tumba de José Antonio. Tal era esta ansiedad que un grupo de la sección mandada por el alférez Manuel Aznar Acedo corrió presuroso hacia Alicante para tener el honor de ser los primeros en prestar guardia a su tumba. Lo lograron Aznar y Casimiro Marra.” Después tambien se reunirían allí “los otros ardorosos muchachos”, entre los cuales estaban Martí de Riquer y Sech, “mutilados”. De su padre hablaba el presidente José María Aznar en una entrevista concedida el 18 de enero de 2013 en su biblioteca personal de la Moncloa a Fernando Sánchez Dragó, para el programa Todo está en los libros. El donoso escrutinio. En el que decía: “Yo aprendí de pequeño, en casa de mi padre..., cada uno de mis hermanos, y yo mismo, todos nos hacíamos nuestra biblioteca. Y mis hijos han heredado lo mismo.” Y entonces, añade una broma, atención: “probablemente es lo único que van a heredar, probablemente”. Aparece el desnudamiento, la profesión espontánea de fe en la pobreza en un programa literario, una profesión que nadie le ha pedido. No pasa nada, nada que decir. Pero añade: “De mi padre, que ahora ha muerto, pues, he heredado, pues, un saber estar ante la vida, un sentido profundo de la vida, de la seriedad de la vida, de la honradez... Y he heredado libros”. Fíjense cómo el verbo heredar tiene más importancia semántica que los libros, los que se suponía que eran los protagonistas del programa. Heredar. Insiste en el tema. “He heredado libros. Porque no ha dejado más que libros. No se dedicó ni a amasar fortunas, ni... Se dedicó a cuidar a sus hijos. A hacer su trabajo. Y yo, probablemente, no lo sé, probablemente, yo a mis hijos... pues solo tienen libros... Que no está nada mal, ¿eh?”

No dejan de ser sorprendentes, pasado el tiempo, estas declaraciones tan idealistas, tan emotivas, sobre todo para quien sepa de la actual vida, real, del presidente Aznar y de sus hijos, de su inmoderada relación con el mundo de los negocios y de su sincera apuesta por el enriquecimiento personal. Se habla de libros, pero realmente se está hablando de dinero. Marta Ferrusola, por su parte, hablaba de misales con un señor de un banco, que por otro lado no dejan de ser unos libros muy gruesos. Y luego tenemos la famosa canción, de Jesús Munárriz y Luis Eduardo Aute, interpretada por Rosa León, que tiene un estribillo insistente: todo está en los libros. ¿Dónde deben de estar los libros de la contabilidad en B?