La patria nos la fundaron unos cuantos carolingios, de hecho, una improvisada confusión de aquitanos, de borgoñones, de godos, de provenzales, de bretones, incluso de vascones, acompañados de toda aquella escoria de aventureros y de buscavidas, procedentes de todas partes, que se refugiaban bajo el cobijo de la cruz. Dicen los historiadores que aquellos fueron los primeros partidarios de Europa contra la expansión musulmana de los emires omeyas de Qúrtuba. Que es así como llamaban a Córdoba, la ciudad de la leyenda, la que más fielmente se parecía al paraíso de verdor, abundancia y agua fresca que había prometido el Profeta. Quizás sí fue de esa manera. Los carolingios bajaban todo recto y nos abrieron el portal de nuestra casa a golpe de espada. Durante siete años habían sitiado Arbuna (Narbona) y consiguieron rendirla al final, en el año 759, completando así el dominio franco de Septimania. Djarunda, Gerona, cayó después, en 785, y en 801, por fin, la ciudad que conservaba las mejores murallas romanas, Barxiluna, nuestra Barcelona, rompiendo las tierras hasta el límite del Llobregat.

Nuestra Barcelona nació concretamente el 4 de abril de 801, cuando Barcelona formó parte de Europa, de nuevo. Nadie sabía lo que era eso de la Reconquista. Nadie había oído hablar todavía de Catalunya, muchas de las palabras aún no estaban, pero el país sí que se podía recorrer y la primitiva lengua catalana, oír. La ciudad ya estaba, cerrada y acurrucada como un puño, entre Montjuïc y los arenales. Y los conquistadores quisieron reconocer una casa como la que ya tenían, una nueva Tolosa de Languedoc, una nueva tierra occitana, un espejo de la ciudad de san Guillermo de Tolosa, aquel primo de Carlomagno que refulgía entre los soldados como un rayo en mitad de la tormenta. Los combates habían comenzado durante la primera luna de septiembre del año anterior, “cuando el Sol estaba en Virgo y la Luna en Cáncer” constataron los astrólogos reales con solemnidad. Así nos lo explica un misterioso cronista, Ermoldo el Negro, del que no sabemos casi nada, en su poema latino En honor de Luis el Piadoso. Escrito para glorificar al hijo de Carlos el Grande, del gran señor que pocas semanas después sería coronado emperador en Roma, el día de Navidad del año 800. Con un augurio tan bueno, la piedad de Luis se hizo incontinente y decidió edificar un nuevo templo en la nueva ciudad conquistada. Es el que hoy conocemos como San Pedro de las Puellas. Y es uno de los principales sitios de la memoria de nuestra Barcelona.

Quieren que Barcelona y sus ciudadanos se sientan orgullosos de ser una parte importante de la historia de España y del mundo”. Curiosamente, Barcelona nunca ha recordado la conquista carolingia ni ninguno de sus protagonistas. Y se nos propone, en cambio, que vuelva a fondear una copia de una embarcación que nunca estuvo en Barcelona

El sitio de la ciudad fue duro y doloroso, como el esfuerzo de un sacrificio ritual. Las excelentes murallas resisten el empuje de los hombres del norte que quieren arrebatarlo a los hombres del sur. Van al bosque y se oye como trabaja el hacha. Echan a tierra muchos pinos y abaten los grandes álamos. Algunos hacen escaleras para llegar a lo más alto de la muralla, otros hacen estacas puntiagudas, otros llevan apresuradamente todo tipo de utensilios y de ingenios para el ataque, otros arrastran piedras, que también les hacen falta. Y, por fin, una lluvia de jabalinas y de flechas herradas cae sobre la ciudad. El ariete cae como un plomo sobre las puertas y hace temblar las murallas. La honda se arroja muchas veces sobre los moros, sin tregua.

Siete meses después cae Barcelona. Es un Sábado Santo y el ganador hace su entrada en la ciudad al día siguiente, precisamente el día que el calendario llama Domingo de Gloria, el día de la resurrección de Jesús. Después de la pasión y la muerte, también Barcelona por fin puede revivir, gozar de una mejor vida. No son simples coincidencias, sino una espesa red de referencias, de símbolos, de significados, que se explican y refuerzan unas con otras, como las piedras de una iglesia. O de una capilla. Luis el Piadoso construye una recién entrado en la Barcelona Nova. La dedica a san Saturnino de Tolosa, uno de los santos preferidos que tienen los francos, el santo patrón de los valientes conquistadores de Barcelona. Sant Sadurní d'Anoia, el nombre de Sant Sadurní de Subirats, procede de eso mismo. Es la protección de los santos carolingios que anima a los catalanes. San Saturnino fue martirizado y muerto en las escaleras del capitolio de Tolosa, arrastrado por un toro en desbandada que le abrió la cabeza al aplastarlo contra los escalones. El cuerpo del infortunado santo fue recogido por dos jóvenes mujeres, conocidas tradicionalmente como las Santas Puellas. De ahí el nombre.

Todo esto lo explico porque unos concejales del ayuntamiento dicen no sé qué sobre volver a instalar otra réplica de la nave Santa María de Colón en el Moll de la Fusta. Que quieren que Barcelona y sus ciudadanos se sientan orgullosos de ser una parte importante de la historia de España y del mundo”. Curiosamente, Barcelona nunca ha recordado la conquista carolingia ni ninguno de sus protagonistas. Y se nos propone, en cambio, que vuelva a fondear una copia de una embarcación que nunca estuvo en Barcelona. Olvidan que la Santa María salió de Palos de Moguer como nave capitana del Almirante, hacia el nuevo continente, y allí embarrancó, antes de que aprovecharan su madera. Era una embarcación con pabellón de Castilla y no de España.