En el primer artículo escrito para El Nacional, El catalán es feo, ya dejé memoria de que Pere Aragonès, mucho antes de ser el president, me decía en una conversación informal que estaba dispuesto a cambiar la lengua por la independencia. Por supuesto que después el político ha negado ese diálogo que recuerdo perfectamente, pero es que cada cual tiene la credibilidad que tiene y al fin y al cabo todos proyectamos sombra los días con sol. La afirmación de Aragonès, estoy seguro, quería dejar claro que él era el más independentista de todos, el más feroz de los leones republicanos, y que para conseguir la separación de España estaba dispuesto a lo que fuera, incluso a negociar con lo más sagrado. A la mayoría nunca se nos habría pasado por la cabeza, porque sencillamente no se nos habría ocurrido, porque pensamos que la lengua es Catalunya, es su origen y continuidad a lo largo de la historia.

Pero tan cierto como lo que estoy diciendo lo es otra cosa. Que cuando Esquerra era el único partido independentista empezó a correr entre los nuevos dirigentes del partido un virus, una enfermedad infecciosa. La del pragmatismo, la de los gestores que se presentaban a sí mismos como eficaces y ganadores, en aquellos buenos tiempos en los que el inteligente Joan Puigcercós debía superar por su propio peso al limitado Josep-Lluís Carod-Rovira. Era un determinado marco mental aprendido en las escuelas de negocios y de alta dirección de empresa que habría horrorizado a mi entrañable amigo Marc Aureli Vila o al colérico y esforzado Heribert Barrera. Dos fracasados de los tiempos de la República, decían, los viejos de la generación de los perdedores. A los de la nueva generación de políticos independentistas incubados en la EADA de Collbató nada les sería negado porque conseguirían todos los éxitos. Precisamente porque no tenían reparos, porque querían hacer una nueva política en la que todo era negociable, incluso la lengua.

Un marco mental en el que los sentimientos patrióticos y la lealtad ciega se consideraban una limitación para hacer política. Y de la misma manera que un día alguien llegó a la genial conclusión de que la lengua catalana estaba en venta, que el catalán tampoco era muy importante ―un error propio de personas con poca formación cultural―, tampoco debe extrañarnos que ahora, tras la cruda represión posterior al Primero de octubre, la independencia haya terminado aparcada, abandonada, guardada como “la causa de las generaciones que vendrán detrás de nosotros” en recientes palabras de Oriol Junqueras. No, no se dejen impresionar por el tono solemne del presidente de Esquerra, antiguo compañero mío cuando ambos hacíamos de profesores de Historia en la Universitat Autònoma. Nadie en la actual dirección tiene una formación digna de ser exhibida. La mayoría sólo puede decir que lo han aprendido todo, todo lo que saben, en la universidad de la vida. Y en las incubadoras del partido.

Si el catalán no es un conocimiento imprescindible, si nuestra lengua no es imprescindible en el ámbito de la educación y del trabajo significa que no sirve para nada. Y si no sirve para nada es una lengua muerta

Esquerra, hoy encarcelada por el síndrome de los presos liberados, ha renunciado a la lengua y a la independencia. Exactamente al igual que Junts. Dicen que no, repiten y juran que no, utilizan todos los medios de comunicación para decir que no y que súper no, y otra vez que no, que nos equivocamos pero es que tampoco podrían decirnos que sí. Tampoco admitirán nunca que, ellos, los sietemachos del pragmatismo y de las “mamelles grosses” han sido derrotados y que, por eso, ahora están promoviendo la derrota en el conjunto de la sociedad catalana. Por eso Oriol Junqueras acusa a los demás políticos específicamente de derrotismo, porque quiere desviar la atención y porque, al fin y al cabo, Junts per Catalunya hace exactamente lo mismo que hace Esquerra, y quizá con algo de suerte cargará con el muerto. Eso sí, Junts lo borda con una retórica completamente distinta. Con una palabrería dramática y cursi hasta la obscenidad, pero a la hora de la verdad, a la hora de firmar la sentencia de muerte a la inmersión del catalán en la escuela, allí los tenemos a ambos. Junts y Esquerra, Esquerra y Junts, abrazados al PSC y a las Comunas. Sin el significativo estorbo de la CUP que, al menos en esto, todavía no pasa por el anillo de los tigres. Todavía no admiten la introducción del español en la escuela, la muerte anunciada del catalán.

No. No es cierto que a la lengua se le prestigia prestigiándola, como dice absurdamente Oriol Junqueras. Porque el prestigio no viene determinado por los hablantes sino por las estructuras políticas y de poder. Precisamente porque se ha estudiado que inmediatamente después del gran estallido cultural del Tirant lo Blanc, de Ausiàs March, de la pintura de Bernat Martorell y de Jaume Huguet, a finales del siglo XV el catalán fue borrado del mapa como lengua de prestigio. Porque falló el mundo del poder. El mismo mundo de los privilegiados que nos está fallando ahora. Si el catalán no es un conocimiento imprescindible, si nuestra lengua no es imprescindible en el ámbito de la educación y del trabajo significa que no sirve para nada. Y si no sirve para nada es una lengua muerta, y entonces el alud de la castellanización será aún más destructivo. Nos marginará a ser provincianos como en el País Valencià y en las Balears, dos territorios en los que el catalán no tiene tanto prestigio como en Barcelona precisamente por eso, porque no existen partidos políticos catalanistas con poder efectivo.

Tampoco es cierto que la lengua catalana se prestigie ganando Osos de Oro en el festival de Berlín ni escribiendo buenos libros. En Catalunya hemos visto muchas películas en persa y eso no ha servido para promocionar la cultura de Irán. Porque la inversión que hacen los gobiernos de Esquerra y de Junts en cultura, en creación, es ridículo, es irrisorio. De hecho clama venganza contra los políticos. Y porque ningún creador debe ser apóstol de la lengua catalana. La defensa del catalán corresponde al Govern de la Generalitat, el único que puede hacer algo útil, el único que puede intensificar la inmersión en lugar de desmontarla.

La lengua no se defiende tampoco peleándonos con todos los camareros de la Costa Brava. Ya conocemos la estrategia de algunos políticos, la misma del viejo Jordi Pujol, que se inventó una campaña de promoción del catalán llamada Depèn de tu, devolviéndoles así el balón a los ciudadanos. Hoy ya no hablo de independencia. Solo de lengua catalana. Por lo tanto, si Esquerra y Junts no sirven para proteger nuestro catalán y nuestra identidad cultural, exactamente, ¿para qué sirven? ¿Por qué razón debemos votarles?