Como pasaba con Mary Poppins, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, no es una servidora pública como las otras aunque, a primera vista, pueda parecerlo. No podíamos ni imaginarnos, ni sospechar, cuando resultó elegida que, en realidad, tras su aspecto de esforzada mujer trabajadora en paro, de matrona fabril sin fábrica, se ocultaba la más fabulosa criatura humana que ha contemplado la catalana tierra, con el más suntuoso currículo vital, dotada de poderes casi mágicos, telúricos, misteriosos, superferolíticos, una heroína legendaria que mejora y supera a cualquier otro político presente, pasado y futuro. Que otros se peleen por si han realizado o dejado de realizar un simple máster, un vulgar doctorado, una miserable carrera. Desgraciados, ínfimos personajes. La señora Colau, Madame Colau, Frau Colau, también conocida como Ada el Hada, puede presentar una hoja de servicios que va más allá de la mera formación académica para entrar directamente en la historia de la epopeya de la evolución humana, en los anales que demuestran la superioridad de una nueva especie de mujer mejorada y ultradotada por sus cualidades morales, cívicas, políticas e intelectuales. Tiemblo sólo de pensar en ello. Me siento afortunado por haber nacido en esta época sólo por haber sido testigo de esta mutación que anuncia una nueva esperanza para el género humano, una mejora respecto a Barcelona, un nuevo Belén, una mejor cueva, un pesebre superior.

Frau Colau nos ha ido ilustrando, poco a poco, para que no nos hiciéramos daño, lentamente, para que pudiéramos comprender y reconocer su naturaleza superior y ultra desarollada. Ya nos lo insinuó tímidamente cuando, en cierta ocasión, se refirió a su nacimiento prodigioso, presidido por los mejores augurios, por las señales celestes más positivas. “Hace 41 años, el régimen fascista mató a Puig Antich en Barcelona, y horas después nací yo. Barcelona, ciudad valiente, que nunca se resigne a la injusticia!” Fíjense en la generosidad con la que esta gran dama de la política catalana pone en relieve, a través de un tweet, al pobre Salvador Puig Antich vinculándole con ella. Como si se hubiera reencarnado, como si hoy estuviera vivo a través de ella. Qué cálida humanidad. Tengan en cuenta también cómo Ada el Hada subraya su unión indestructible con Barcelona. Una ciudad valiente donde nació el 3 de marzo de 1974, hija de Tina Ballano y de Ramón Colau, los afortunados padres de nuestra supermujer. ¿Acaso no recuerdan cuando se ha querido erigir en modelo de la sociedad para ayudar a los más débiles y desfavorecidos? ¿No recuerdan acaso que, para apoyar al colectivo LGTB, nos confesó su robusta bisexualidad, su amor cosmopolita con una chica italiana? ¿Por qué la televisión pública no la ha localizado y entrevistado, pregunto, para nuestra ilustración? Ni Xavier Trias ni siquiera Pasqual Maragall habían tenido una vocación de servicio tan rotunda contándonos sus intimidades de cama, sus problemas para pagar la cama, el dormitorio donde estaba la cama y el piso donde estaba el dormitorio donde estaba la cama. Frau Colau, exhibiéndose ante las cámaras, año tras año, ha proporcionado una brizna de esperanza a muchísimas personas humildes y comprometidas con la mejora del mundo. Ha sido el rostro amable que sonreía durante el homenaje a las víctimas del atentado de la Rambla, ha sido el rostro que ilustraba permanentemente la izquierda de los comunes y de las comunas. Ha sido y es el rostro, qué rostro. Se ha sacrificado precisamente para demostrarnos que el personalismo de los políticos no es una cosa buena. Que sólo su presencia mediática constante y radiante podría hacer despertar a una sociedad tímida y distraída que no acaba de comprender la profundidad de su legado político, que no comprende que su sobreexposición pública no es más que una denuncia sutil e inteligente contra la egolatría enfermiza de los demás políticos. Frau Colau también ha sido el rostro de la denuncia contra las agresiones machistas, contándonos, pedagógica y comprometida, fraternal, en ocasión de la sentencia de la Manada, cómo también ella sufrió una agresión sexual y que, hasta entonces, nos había escondido discretamente este duro episodio debido a su discreción innata, para no trivializar la violencia contra las mujeres. Lo mismo podemos decir a propósito de la reciente renuncia de Xavier Domènech cuando se ha solidarizado con él, recordándonos desde la dorada silla de la alcaldía que no se siente ligada al cargo en modo alguno y que, empática como es, también había pensado en dar el mismo paso que su camarada y, en algún momento, dejar la dirección de su movimiento municipalista. ¿No es eso profundidad moral, no es eso compromiso con la lucha de clases?

No nos debe sorprender que, ahora, coincidiendo con el escándalo de los másters, haya querido ser nuevamente testigo de la corrupción del sistema y nos haya confesado que ella también fue tentada por el diablo, que ella también podría haber obtenido una titulación fraudulenta pero, a tiempo, supo renunciar a las pompas del maligno. Toda la vida de Frau Colau es un ejemplo para todos nosotros, podríamos decir que es una vida edificante como la de una santa laica si no fuera porque ella se sentiría incómoda con este calificativo. ¿No es un prodigio, una pura maravilla, digna sólo de una hembra superdotada que, con una vida tan ejemplarizante y beatífica, tan activista, tan militante, encuentre también un poco de tiempo para gobernar benéficamente una ciudad tan difícil como Barcelona?