Al parecer, por lo que dicen, hoy los Mossos de l’Esquadra no sólo son una policía colonial y represora con los nobles independentistas de Urquinaona, también actúan como un servicio de seguridad arbitrario, favorable a los poderosos y duro con los indefensos. Hay que reconocer que no hablamos de un episodio, ni de dos, ni tampoco de una docena. El escaso prestigio que aún tenía la policía autonómica se deshace cada día entre acusaciones de parcialidad, de favoritismo y de incompetencia durante este confinamiento insufrible e inhabitable, cuando los privilegiados exigen fiestas, bacanales o vacaciones rurales en la Garrotxa. Y efectivamente, tampoco fueron los Mossos los que nos destaparon la corrupción del Palau de la Música y, ahora, en el caso que enfrenta a Angela Dobrowolski con el trinco Josep Maria Mainat. Se ve que si no llega a ser por el juez, no habríamos podido empezar a saber algo de la verdad de aquellos extraños acontecimientos y curiosas circunstancias. Que los Mossos se han comportado como un modelo de incompetencia y de clasismo, otorgando toda la credibilidad a la versión del patricio catalán y desconfiando de la extranjera. De la alemana rarita que cometió la imprudencia de juntarse con este famoso excéntrico, de casarse con él y con él tener hijos, de separarse después. Ya sabemos que, para los lugares comunes y para los partidarios de los prejuicios, el matrimonio con una persona rica y madura sólo se explica por el peculio y por los intereses más abyectos. Ya sabemos que, ante la policía catalana, todo el mundo no es igual, pero cuando nos lo restriegan por la cara debemos sentirnos irritados. La Catalunya independiente que quiere más de la mitad de nuestra sociedad no puede aceptar esta parodia de policía circulando por nuestras calles.

La versión de los hechos, las diversas versiones de los hechos, de Josep Maria Mainat han sido, desde el principio, una colección de tópicos de mala literatura policial

Por lo que dicen las últimas informaciones, la versión del intento de asesinato de Mainat fue una intoxicación más del fantasioso artista que tragóse la policía catalana. Nuestra policía crédula y humorista. Más partidaria de las bromas y de los guiños de Mainat que de la verdad de los hechos. Desde el primer momento el juez no encarceló cautelarmente a la bella Angela —cosa que sí habría hecho el magistrado si hubiera sospechado que la vida del trinco corría peligro— y ahora sabemos que las cosas fueron muy distintas de lo que nos aseguraban los medios de comunicación. Que Dobrowolski tardó sólo dos minutos en llamar la ambulancia y no 34 como decía la acusación de su marido. Que no manipuló el glucómetro con perversas intenciones. Según la grabación telefónica del servicio de urgencias, manipuló el medidor porque eso es lo que le mandó hacer el médico o personal médico que la atendió por teléfono. Y, en definitiva, que la versión de los hechos, las diversas versiones de los hechos, de Josep Maria Mainat han sido, desde el principio, una colección de tópicos de mala literatura policial, un cuento de Pulgarcito, una trampa que fácilmente engañó a la policía y que, en cambio, nunca fue creíble para la mayoría de expertos en comportamiento humano. Como Karmele que, frente a las cámaras de la televisión catalana, dijo las dos cosas más sensatas que se podían decir. La primera, que no se tragaba que Angela fuera tan malvada ni Mainat tan angelical. Que le parecía una estilización de artista, una simplificación interesada del genial miembro de la Trinca, del gran productor de televisión, acostumbrado a manipular la compleja realidad para luego hacerla fácilmente comestible para los espectadores. Y la segunda cosa que dijo Marchante, la gran pregunta: ¿Por qué en el domicilio de la pareja había cámaras de vigilancia desde mucho antes de que se produjeran los hechos que conocemos? El dedo en el culo.

La verdad del caso Mainat aún nos tiene reservadas muchas y suculentas sorpresas. Y si en el pasado las vidas privadas de otros famosos sirvieron para llenar las horas de televisión diseñadas por Josep Maria Mainat, ahora parece no sólo lógico, sino también justo, que la vida privada del productor sea también digna de ventilación y exposición pública. Y más cuando el narcisista Mainat decidió, en mala hora, que quería hablar de su caso a través de los medios y la gente ha estado entusiásticamente de acuerdo, pero eso sí, sin que nadie ose marcar límites. La prensa de un país libre no está a las órdenes de nadie. Parece una personalidad compleja, seguramente con más de un plomo fundido, como suele ocurrir en casa de grandes humoristas como Joan Capri o Eugenio. Que quiere hacernos creer en una de las entrevistas concedidas que se preocupaba mucho por el consumo de su mujer, dicho así, como si el uso de este eufemismo vergonzante no le acabara delatando del todo. Parece, o a mí al menos me parece que, en este asunto, cuando las cosas iban bien, en los días de vino y rosas, cuando se divertían juntos, se drogaban juntos y había bastante sexo, con la participación de otros hombres y mujeres. En aquella casa hubo mucha juerga, mucho descontrol que bien debían controlar a través de las cámaras. Los adultos tienen derecho a divertirse como quieran en su casa mientras sólo se hagan daño a sí mismas. Porque después de las risas han venido las lágrimas, como tras una fiesta rabiosamente adolescente. Gracias a la inesperada aparición del Covid parece que Josep Maria Mainat pierde para siempre el control de su mujer, a la que probablemente tenía sometida y muy vigilada. Se confinan por separado y esta separación produce un efecto liberador para los dos miembros del matrimonio, pero sin duda mucho más para Angela, que espabila. El hombre maduro que ve que ha perdido a su joven esposa decide de vengarse, exponiéndola al escarnio público. Nos convoca a usted y a mí para que hablaemos mal de Angela. Porque, piensa, arrogante, que a Mainat eso no se le hace. Está herido, rabioso porque le gustaría que los viejos tiempos con ella no se hubieran terminado. No acepta dejar de ser el fuerte en la pareja, el mandón, no acepta que se está haciendo viejo y que debe dejar de ser quién lo decide todo. No acepta el declive biológico y por eso recurre a la mala leche más pura. Para hacer humor sobre un mismo debes sentirte muy seguro de ti, debes sentirte muy fuerte. Por eso las sonrisas de Mainat son hoy tan tímidas, y las bromas tan patéticas que sólo a él le hacen gracia.