El abrazo se ha convertido en el gesto de la impotencia catalana, de la tristeza inconsolable del pueblo que no ha sabido salvar al pueblo, de nuestro dolor sin fin. Ayer los barcelonistas se abrazaban como si fueran niños judíos que acaban de descubrir que los han conducido hasta la puerta de Auschwitz, algunos incluso lloraban y se apretaban los unos con los unos, los otros con los otros, muy juntitos, muy hermanados, llorando por Leo Messi. Juntitos por Catalunya, abrazados por Catalunya. Hay catalanes que se abrazan siempre que tienen la oportunidad, aunque la ocasión la pinten bien calva, los catalanes de hoy se abrazan siempre que quieren sentirse buenas personas y extremadamente sensibles, siempre que quieren exhibir un corazón limpio y en perfecto estado de revista. Si quieres sentirte moralmente superior, como si fueras una especie de gente que tiene que demostrar algo, el abrazo es imprescindible. Y ese algo tiene que ver con la víscera dividida en cuatro estancias como las cuatro barras. Ya decía el alcalde de Barcelona Joan Pich i Pon, ilustre precedente de Ada Colau que, de tanto afecto, se le erizaban los pelos del corazón. Los machos bien nacidos suelen abrazarse produciendo considerable ruido con los brazos, con exhibición de fuerza, acompañados de golpes secos en la espalda, porque una cosa es ser sensible y otra muy diferente es parecer un nenaza. Una vez indultado, Oriol Junqueras se fue al Parlament de Catalunya y de inmediato se abrazó a Pere Aragonès con gran ceremonia, pero yo diría que el president Macià no tiene ninguna fotografía fundiéndose en el cuerpo de Lluís Companys, ahora tendré que mirarlo. Diría que Pau Claris tampoco se abrazaba mucho con Joan Pere Fontanella en tiempo de independencia.

En el exilio, el brasileño Gilberto Gil habla del abrazo en una famosa canción y Carles Riba, que era muy bien educado y decente, cuando quería decir echar un polvo, en sus poemas, no ponía echar un polvo como hubiera hecho el punky de su nieto, para eso escribía la palabra abrazo. En el mundo anterior al nuestro, sin teletubbies ni teletubbismo político, sin líderes políticos que se lanzan espontáneamente al cuello de los carceleros y se abrazan con avidez, las personas solo se abrazaban cuando les pasaba una muy gorda, excepcionalmente, y recuerdo que el silencio circunspecto era preceptivo. Se abrazan también, admirablemente, los castellers para construir las torres humanas, sobre todo los de la piña, sufridos y entregados a la actividad menos lucida de esa admirable trama de cuerpos que siempre impresiona. Se abrazaba a los compañeros mi maestro Josep Soler i Vidal al iniciar el camino del exilio por tierras de Francia, era la única manera de combatir la helada nocturna, se abrazaba para sobrevivir y para tratar de no rendirse, si por casualidad conseguía salirse con la suya. Se abrazaban, para hacer la paz, pero sin bajar de los caballos, el general Espartero y el general Maroto, de manera que la primera guerra carlista terminó con la famosa abrazo de Vergara. Se abraza la serpiente pitón al pobre Mowgli porque se lo quiere zampar, porque la serpiente, siempre que puede, se abraza a los niños y a nuestra madre, Eva. La malvada serpiente es el animal que más abraza, más que el oso, más que los políticos comunistas, que para demostrar que son mucho más buenos chicos que los capitalistas se abrazaban y se besaban en las mejillas y en la boca, como el inolvidable Leonid Brézhnev. El “triple Brézhnev” consistía en eso, en inmovilizar un dirigente político con un abrazo, como hizo con el pobre Erich Honecker, líder de la República Democrática Alemana. Después venía un beso en la mejilla izquierda, luego en la derecha y, finalmente, un glorioso ósculo en mitad de los morros. Con Yasir Arafat, como era muy besucón y abrazador también, el líder ruso se entendió de maravilla. Con Fidel Castro ya fue distinto. El barbudo, por nada del mundo quería ver publicada una imagen abrazado y besado en la boca por otro hombre, por lo que se introdujo un enorme habano entre los dientes y no lo soltó hasta que no estuvo seguro de que el peligro ya había pasado.

Me he dejado muchos abrazos importantes. Pero el que no podemos olvidar, sobre todo, es el del borracho, espontáneo, que inmerso en una borrasca de alcohol cree que todo el mundo es digno de su amor desmelenado y se abraza con muchas ganas. También se abraza a las farolas. La autosugestión es muy poderosa y puede tener consecuencias fatales, como cuando el santo bebedor decide, de repente, que puede ponerse al volante de un automóvil sin ningún problema, o entrar por la ventana de casa. El independentismo autosugestionado y abrazado al sentimentalismo más crudo, a la falta de contención y de medida y, sobre todo, teniendo muchísima pena de sí mismo, no hará nada bueno. Sin autocrítica no. Todos nosotros somos nuestro peor enemigo y no nos conviene olvidarlo.