Jéssica Albiach es especialista en marketing político, en lo que los viejos comunistas llamaban Agitprop, es decir, “la propaganda dirigida al cerebro con la agitación dirigida al corazón”, pero sin mucho oficio, es más bien algo rudimentario. Jéssica, la nueva Arrimadas, es consciente de que Catalunya es una sociedad que ama la serenidad y que, por tanto, tiene notable fobia a la ultraderecha, a sus formas teatrales y radicales, a su implacable discurso del odio. Y sabe que no es tan fácil. Ya no se encuentran buenos nazis como antes y, de hecho, los intolerantes del fascismo hoy pertenecen al ámbito españolista, a la bolsa del voto del resentimiento colonial de Vox (también dicho Mocs, por sinople heráldico que gastan), los votantes extremistas que igual pueden votar franquismo como comunismo. Son los resentidos sociales. Son los malnacidos que quieren acabar con Catalunya, en contraste con el independentismo, que quiere construir Catalunya. La contraposición es clara. Los exagerados, los desenfrenados, se parecen mucho y son idénticos, perfectamente intercambiables. Foued Mohamed-Aggada, uno de los salvajes terroristas del Bataclan de París, quería vivir emociones cada vez más fuertes. Así que, cuando lo rechazaron en las pruebas para convertirse en policía, a las otras pruebas para convertirse en soldado, se decantó por el islamismo que pone bombas. Al fin y al cabo los mercenarios no solo luchan por dinero, sino porque su oficio es la destrucción. Se sienten bien haciendo eso. Los extremismos de derecha y de izquierda parecen radicalmente opuestos pero, de hecho, no son tan contrarios como podría parecer. Mercè Rodoreda, en una carta a Joan Sales, creo que es a Joan Sales, le sintetiza la situación política de la reprimida Barcelona que encuentra después de la guerra, la triste Barcelona que ha intentado reconocer hacia el año cincuenta: “la guerra la ha ganado la CNT”.

 

En este sentido no nos puede extrañar que, en nombre de la santa España, las Comunas se entiendan estupendamente con un PSOE complicado en el terrorismo de Estado, con un ministro como Grande Marlaska, censurado por Europa, siete veces, siete, por no investigar denuncias de torturas. El lector, la lectora, y yo intuimos perfectamente por qué no investigaba esas torturas, no hay que ser muy listo. Las Comunes y partidos afines entienden hoy perfectamente con el anticatalanismo más recalcitrante que existe hoy, el del presidente Javier Lambán de Aragón —no olvidemos que Jéssica Albiach es experta en blaverisme, en anticatalanismo valenciano—. El ámbito político que representa la nueva Arrimadas es el que acoge en Catalunya a personajes como el trentino Steven Forti y la romana Paola Lo Cascio, anticatalanistas viscerales. Personas que hacen bromas con los campos de concentración en los que, dado el caso, se podría instalar uno en Cadaqués, donde dejar a todos los independentistas, como en la famosa conversación de Twitter entre Óscar Guardingo, Francisco Trilla y un tercero enmascarado. Naturalmente, la idea nace en una conversación pública contra el Mosso de la Escuadra Albert Donaire, hoy candidato Donaire, que ha decidido dejar de morderse la lengua. Y eso les molesta, porque quieren ser ellos los únicos que hablen en público.

Jéssica Albiach es una oportunista de manual, como Inés Arrimadas, una aventurera sin verdaderas convicciones políticas. De hecho, primero intentó integrarse en el PSOE de Castellón sin éxito. Estudiante en una universidad católica, trabajó en la Cornellà socialista como técnica, en manos del gran alcalde Antonio Balmón, el mismo gran alcalde que me quiso encarcelar tres años y medio para escribir un artículo. Este mismo señor, sí. Después Albiach salta a las Comunas ya que, imagino, ve como un territorio con más posibilidades de ascenso y en 2015 la encontramos haciendo un trabajo dignísimo, el de sostener micrófonos, en el famoso mitin del Valle de Hebrón de 2015, el mitin en el que Pablo Iglesias afirmó que nunca nadie lo vería abrazado a Artur Mas. Una clara referencia a David Fernández, de la CUP, competidor político porque es independentista. De aguantar micrófonos a que te los aguanten es la gran proeza de esta apparátchik que hará —y continuará haciéndo— todos los trabajos sucios que sean necesarios para estar donde ahora está.