Catalunya es un lugar curioso donde la gente equipara su mera existencia al imperativo de merecer todo tipo de cosas y de honores. Esto va desde aspectos tan alejados como la gloria literaria, una viceconselleria de Estratègia i Comunicació, la Creu de Sant Jordi a, quién sabe si el hito más preciado, un espacio propio en TV3. Jordi Évole querría un programa en "La Nostra"; pero no en aquella televisión adicta al procés (destinada exclusivamente, diría él mismo, a un 50% de la sociedad catalana), sino más bien a una cadena de espíritu público mucho más transversal. El comunicador sabe —como casi todo el mundo en el planeta— que Catalunya es un país, pero dice que TV3 tendría que ampliar la base de la audiencia pensando también en el espectador de Bellvitge o Sant Ildefons, rinconcitos donde, aparte de gozar con Jaime I, se supone que se disfruta mucho más admirando a mitos españolistas como Bárbara Rey.

Empezando por la base de todo, hay que recordar de nuevo una cosa tan sencilla como es la inexistencia del concepto de transversalidad en una televisión. Guste o no, TV3 fue creada (y legalizada estatutariamente) como un instrumento para la difusión de la lengua y la cultura catalanas y dirigida a un público nacional. A partir de esta base, nuestra tele pública no solo llegó a conseguir que mi abuela castellanohablante tuviera orgasmos de éxtasis viendo resucitar a Mateu Montsolís, sino también exportar nuevos formatos al resto del planeta, demostrando así (a la daliniana manera) que un producto ultralocalísimo puede llegar a contagiar todo el planeta. En este sentido, de base y por definición, TV3 no puede ser transversal (a saber, neutral) de la misma manera que la BBC, la RAI y TVE no representan la pluralidad de puntos de vista de sus telespectadores, sino una idea previa de país.

De hecho y por mucho que parezca paradójico, cuando Jordi Évole pide una televisión más porosa (apelando nostálgicamente a la entidad pública en la que él y servidora nos educamos visual y periodísticamente) está compartiendo una reivindicación clarísima de la TV3 pujolista: a saber, una máquina de programas básicamente comandada por una mezcla casi perfecta de periodistas sociovergentes —de Josep Puigbó a Àngels Barceló, para entendernos— en que el independentismo y el folklorismo español tenían idéntico peso moral. Hablo de la televisión, en resumen, en la cual podían convivir Quim Monzó burlándose de la monarquía española en el Persones humanes de Miquel Calçada, mientras Julià Peiró nos entretenía entrevistando a la gran Sara Montiel cuando la cantante española se declaraba una feminista de cuajo a la que preparar unos espléndidos huevos fritos para desayunar al marido no le quitaba nada el sueño.

La base de la españolización de Évole parte del acomplejamiento mental-nacional que promovió el autonomismo de raíz convergente a la hora de convertir el catalanismo en una herramienta cultural sin ninguna consecuencia política práctica

Todo esto demuestra que el problema de Évole es muy anterior a no verse reconocido como catalán de pro en torno a la TV3 más militantemente indepe; la herida proviene de un hombre que querría volver a la ética pujolista que deformaba las identidades hasta convertirlas en un fenómeno regional y puramente subjetivo (por eso Évole no tiene suficiente con llegar a las pantallas de Cornellà con La Sexta; él querría, como Pujol, desembarcar con una TV3 regionalista). De hecho, Évole no ha tenido problemas con el procesismo; basta recordar como Òmnium le entregó su premio de comunicación el año 2013, su espléndida relación con Jordi Cuixart, y como, al límite de todo, el auge del independentismo lo ha colocado en una tercera vía de apariencia apolítica entre la derecha madrileña y el unilateralismo que es fantástica para justificar el españolismo light (que no transversal) de su Grupo Planeta.

La base de la españolización de Évole no tiene nada que ver con el colonialismo del ministro José Ignacio Wert. Parte, contrariamente, del acomplejamiento mental-nacional que promovió el autonomismo de raíz convergente a la hora de convertir el catalanismo en una herramienta cultural sin ninguna consecuencia política práctica. De hecho, fijaos si Évole es procesista, que le ha faltado tiempo para correr a los medios públicos del país a victimizarse de un supuesto linchamiento urdido por las fuerzas secretas del estercolero tuitero de Elon Musk. La cosa es muy exagerada, porque los independentistas (también los que escribimos en este panfleto) hemos tenido bastante tolerancia como para escucharlo haciendo ver que canta. Yo diría, Jordi, que te tienes que volver un poquito más transversal y atreverte a discutir con gente tóxica como nosotros; si lo has llegado a hacer con un etarra, ya me dirás qué te costaría abrir el abanico.

De hecho, Jordi, este sería un fantástico programa o sección de TV3; podrías empezar haciendo entrevistas a toda la gente poco transversal que tienes bloqueada en Twitter. Se podría titular Transversals i tòxics. Pongamos unas cuantas imágenes mudas de un paisaje rural para empezar (que eso a la abuela siempre le pone caliente), un poco de diálogo improvisado antes de la conversación, y un setting lleno de oscuridad como para captar la tensión del momento. También podría venir Jordi Pujol para recordarte que tú también, faltaría más, eres un catalán como dios manda. Es la bendición que esperas desde jovencito; la necesitas prácticamente como el elogio de un padre al hijo cuando el primero está a punto de diñarla. Te lo montamos cuando quieras, yo y los compañeros de En Blau (mientras no cantes, haremos todo lo que quieras). Y no te preocupes, de verdad, que el programa de TV3 llegará tarde o temprano. Aquí todo es cuestión de llorar y abrir la mano.