A los catalanes esto de las medallas no nos gusta demasiado. No sólo porque en este valle de lágrimas nunca te regalan nada, no sólo porque tú siempre lo acabas pagando todo, a través de la factura de la luz o poniendo la jeta en un referéndum para que te la rompan policialmente. No es sólo por todo eso. A los catalanes no nos gustan las condecoraciones porque somos personas biológicamente escarmentadas y pensamos que ya nacimos bastante condecorados con lo catalán, con lo nuestro, que es una excelente manera de estar advertidos, de ir señalados. Somos ese tipo de catalanes que no nos disfrazamos en Carnaval porque pensamos que ya vamos disfrazados todo el año, somos desconfiados perpetuos porque, en definitiva, si te cuelgan una medalla o una cruz, ni tú te crees la cruz ni se la cree quien te crucifica. Joan Oliver, poeta Pere Quart e individuo con gran independencia de criterio, quedó sorprendido cuando el presidente Jordi Pujol le anunció que le habían otorgado la Cruz de Sant Jordi en 1982. Parece ser que le contestó: “Amigo, patriota Jordi Pujol, ¿me has llamado para decirme que me quieres conceder la Creu de Sant Jordi? ¿Que no es suficiente cruz tenerte a ti de presidente de la Generalitat?” O dicho de otro modo, ¿qué demonios saben los burócratas del Govern, los políticos, los mandamases, de la literatura que yo escribo? ¿Quiénes son ellos para emitir un juicio y darte algo? Y, encima, te lo dan en nombre del pueblo. Para dar algo a alguien tienes que estar por encima de ese alguien y juzgarlo positivamente. Es como una propina. Y es precisamente esa subordinación, ese clasismo de la propina que no sólo molesta sino que puede convertirse en abusivo. Usted, señora médica, hace muy bien de médica, venga, tenga este caramelo; usted, señor pintor, pinta muy bien, mire, aquí tiene este detallito. Aceptar una medalla o un premio siempre consiste en rebajarte a recogerlo. Teniendo en cuenta las necesidades humanas. Y sin olvidar a aquellos militares con tantas hileras de medallas colgadas del pecho. Los ves y es inevitable pensar en cuántos taconazos han tenido que dar para recibirlas, para coleccionarlas, cuántas veces han saludado marcialmente a sus superiores jerárquicos para conseguirlas. ¿O es que ahora alguien nos quiere hacer creer que, en nuestra sociedad, se premia a los buenos y se reprueba a los malos?

A todo esto la presidenta Laura Borràs ha otorgado este año la Medalla d'Honor del Parlament catalán a las víctimas del Primero de Octubre. Es cuando toda la argumentación en contra de las condecoraciones se desintegra, de golpe, y cualquier persona puede estar de acuerdo con la iniciativa. Incluso con favorable entusiasmo. Porque es una excelente idea. Porque la medalla Borràs es una medalla catalana. Y, por tanto, es abiertamente una antimedalla, una contramedalla, una refutación pública de las medallas que hoy adornan los pechos de los guardiaciviles y policías españoles. La Medalla de Honor del Parlament se opone a la retórica liberticida del ministro Grande-Marlaska. La Medalla de Honor del Parlament se opone a las medallas individuales que pagamos todos de nuestro bolsillo para agradecer a la txakurrada que nos hayan pegado para que no votáramos, que nos hayan echado del trabajo, que nos hayan embargado, que nos hayan castigado, que nos hayan expulsado del país. La medalla Borràs es una especie de Detente, bala, una protección, concretamente en la zona del corazón, como esa especie de escapulario que protegía espiritualmente ya que no había presupuesto para mucho más, como un chaleco antibalas. Laura Borràs conoce perfectamente que la nuestra es, sobre todo, una guerra simbólica, una guerra de propaganda y contrapropaganda, una guerra de papel. Y que España pretende hacer con el Primero de Octubre lo mismo que ha hecho Turquía con el genocidio armenio, lo mismo que la Alemania nazi con el holocausto, lo mismo que España con el genocidio de los precolombinos: negarlo. Borrarlo. Y eso no lo podemos permitir. España hace con la persecución de independentistas lo mismo que hacen los maltratadores con sus víctimas, negar los hechos, lo mismo que hacen los criminales que están encarcelados y, casualidades de la vida, todos, todos, sin excepción, son inocentes.

La Medalla de Honor debe ser la primera de una serie de iniciativas del Parlament de Cataluña para restaurar la verdad de los hechos del Primero de Octubre. Con la medalla Borràs no será suficiente. La persecución de los catalanes y de la identidad catalana no puede ser ni normalizada ni aceptada servilmente como pretenden los políticos colaboracionistas con el imperialismo español. Europa no realizará este trabajo de contestar al imperialismo, ya que tenemos que hacerlo nosotros y sólo nosotros. Los catalanets.